PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Abril de 2017
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Lecturas:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27, 1-2. 11-54
(EN LA PROCESIÓN DE RAMOS)
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
21, 1-11
Cuando se
acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió
a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e
inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y
tráiganmelos.
Y si alguien les
dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en
seguida"».
Esto sucedió para
que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
«Digan a la hija
de Sión:
Mira que tu rey
viene hacia ti,
humilde y montado
sobre un asna,
sobre la cría de
un animal de carga».
Los discípulos
fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría,
pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó.
Entonces la mayor
parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros
cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
La multitud que
iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
«¡Hosana al Hijo
de David!
¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!
¡Hosana en las
alturas!».
Cuando entró en
Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?".
Y la gente
respondía:
«Es Jesús, el
profeta de Nazaret en Galilea.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
«Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (1Ev), consciente de que «el mismo Señor me ha dado una lengua de
discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento»
(1L), dedicó de esa manera su vida a cumplir la
Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto de sufrir la persecución de
los poderosos de su tiempo, de manera tal que, pese a «que era de condición
divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz»
(2L), de una manera tan impresionante que desde
entonces hace brotar la exclamación: «¡Verdaderamente, este era Hijo de
Dios!» (2Ev).
Lo hemos dicho otras veces, pero nunca será
suficiente recalcarlo: el cristianismo, en general, es una religión de gente
triste o afligida por sus culpas. Y eso es muy contradictorio con el mandato
final del Señor: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la
creación» (Mc 16,15). Porque una noticia buena no se anuncia con el rostro agrio…
Recordemos que la gente de su tiempo había
tenido la oportunidad de ver y saber de Jesús de distintas maneras. Por toda
Palestina se contaban historias del «profeta de Nazaret en Galilea»: que
sanaba enfermos, resucitaba muertos y compartía amablemente con los pecadores y
marginados de todo tipo, los mismos que eran despreciados por los hombres de la
religión.
De esta manera, sus compatriotas fueron descubriendo que, al
contrario de aquellos, el Espíritu del Señor estaba sobre él para «llevar la
Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y […] la
vista a los ciegos, [y para] dar la libertad a los oprimidos» (Lc 4,18)
Y todo lo anterior lo hacía tan bien (cf Mc 7,37), con tanto cariño y dedicación, que, para un pueblo que
tradicionalmente sentía que Dios actuaba a su favor, era imposible no
identificarlo como «el
que viene en nombre del Señor». Por eso, a
donde llegaba se lo recibía con manifestaciones de gran alegría, como la que
conmemoramos este día.
Es que los humildes de la tierra suelen ser
agradecidos y festejar las cosas buenas que les suceden con sencillez y
comunitariamente.
Nosotros, por nuestra parte, ¿tratamos de
asemejarnos a la humildad de quien, siendo rey, sin embargo, viene montado
sobre una poco glamorosa asna?. Y, desde esa humildad, comprendiendo que de
Dios sólo recibimos bendiciones, las cuales no podemos hacer nada por
ganárnoslas, ya que provienen exclusivamente de su eterna y generosa
misericordia, ¿podríamos decir que vivimos con alegría nuestra fe y expresamos ese
gozo en nuestras celebraciones litúrgicas y en nuestra forma de relacionarnos
con los demás?
¿Qué habrá que cambiar en nuestro
cristianismo para que nos cambie la cara?
Se viene Semana Santa. Es de esperar que
recordemos que esta historia, por dolorosa que sea, no termina en una tumba
cerrada, sino en el feliz acontecimiento de la Resurrección.
Que podamos vivir de manera gozosamente
generosa, dando cariño y servicio a los demás, para que esto sea nuestro
“hosanna” permanente al Señor de la Vida, que ama a quien da con alegría. Así
sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, celebrar el paso del enviado de Dios por nuestras vidas con un gozo
que contagie a los demás,
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario