miércoles, 5 de abril de 2017

Una fe con motivos para ser alegre



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Abril de 2017
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Lecturas:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 27, 1-2. 11-54

(EN LA PROCESIÓN DE RAMOS)
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    21, 1-11
    Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos.
    Y si alguien les dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en seguida"».
    Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta:
    «Digan a la hija de Sión:
    Mira que tu rey viene hacia ti,
    humilde y montado sobre un asna,
    sobre la cría de un animal de carga».
    Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó.
    Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas.
    La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba:
    «¡Hosana al Hijo de David!
    ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
    ¡Hosana en las alturas!».
    Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?".
    Y la gente respondía:
    «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
«Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea» (1Ev), consciente de que «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L), dedicó de esa manera su vida a cumplir la Palabra: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), hasta el punto de sufrir la persecución de los poderosos de su tiempo, de manera tal que, pese a «que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios […] Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2L), de una manera tan impresionante que desde entonces hace brotar la exclamación: «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!» (2Ev).
Lo hemos dicho otras veces, pero nunca será suficiente recalcarlo: el cristianismo, en general, es una religión de gente triste o afligida por sus culpas. Y eso es muy contradictorio con el mandato final del Señor: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15). Porque una noticia buena no se anuncia con el rostro agrio…
Recordemos que la gente de su tiempo había tenido la oportunidad de ver y saber de Jesús de distintas maneras. Por toda Palestina se contaban historias del «profeta de Nazaret en Galilea»: que sanaba enfermos, resucitaba muertos y compartía amablemente con los pecadores y marginados de todo tipo, los mismos que eran despreciados por los hombres de la religión.
De esta manera, sus compatriotas fueron descubriendo que, al contrario de aquellos, el Espíritu del Señor estaba sobre él para «llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y […] la vista a los ciegos, [y para] dar la libertad a los oprimidos» (Lc 4,18)
Y todo lo anterior lo hacía tan bien (cf Mc 7,37), con tanto cariño y dedicación, que, para un pueblo que tradicionalmente sentía que Dios actuaba a su favor, era imposible no identificarlo como «el que viene en nombre del Señor». Por eso, a donde llegaba se lo recibía con manifestaciones de gran alegría, como la que conmemoramos este día.
Es que los humildes de la tierra suelen ser agradecidos y festejar las cosas buenas que les suceden con sencillez y comunitariamente.

Nosotros, por nuestra parte, ¿tratamos de asemejarnos a la humildad de quien, siendo rey, sin embargo, viene montado sobre una poco glamorosa asna?. Y, desde esa humildad, comprendiendo que de Dios sólo recibimos bendiciones, las cuales no podemos hacer nada por ganárnoslas, ya que provienen exclusivamente de su eterna y generosa misericordia, ¿podríamos decir que vivimos con alegría nuestra fe y expresamos ese gozo en nuestras celebraciones litúrgicas y en nuestra forma de relacionarnos con los demás?
¿Qué habrá que cambiar en nuestro cristianismo para que nos cambie la cara?
Se viene Semana Santa. Es de esperar que recordemos que esta historia, por dolorosa que sea, no termina en una tumba cerrada, sino en el feliz acontecimiento de la Resurrección.

Que podamos vivir de manera gozosamente generosa, dando cariño y servicio a los demás, para que esto sea nuestro “hosanna” permanente al Señor de la Vida, que ama a quien da con alegría. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, celebrar el paso del enviado de Dios por nuestras vidas con un gozo que contagie a los demás,
Miguel

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