PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
16 de Abril de 2017
Domingo de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hechos 10, 34. 37-43 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos
y regocijémonos en él / Colosenses 3, 1-4
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9
El primer día de
la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al
sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón
Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro
discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro
discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al
sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón
Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y
también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas,
sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había
llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían
comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La comunidad de
Juan, de quien nos proviene este evangelio, comprendía que «según la
Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Ev), porque «la mano del Señor hace proezas»
(Sal) siempre, por amor a su Creación, y entre
las más bellas estaban las que realizó por medio de Jesús, su Mesías, «Todos
los profetas dan testimonio de él» (1L). Y, debido
a que, con su forma de actuar, él fue su testigo fiel, no podía permitir que la
muerte lo retuviera. Resucitó y hoy «está sentado a la derecha de Dios» (2L). Esta es nuestra fe.
«Todavía
no habían comprendido…», porque debía
pasar un tiempo de encuentros con el Resucitado y de oración y reflexión
comunitaria, para que fuesen entendiendo «que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los
muertos»
El Dios de la Vida había ido develando
progresivamente cuál iba a ser su señal más potente para reafirmar su amor por la
Creación.
Debido a ello, la resurrección no se
encuentra textualmente en los libros sagrados. Había que recurrir a
comparaciones como la que hizo el propio Jesús, acerca de una vieja historia
que se encuentra en la Biblia (Jon
2,1): «así como Jonás estuvo tres días y tres
noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la
tierra tres días y tres noches» (Mt
12,40)
Lo que sí podemos encontrar con absoluta claridad
ahí es que el Padre Dios «se acuerda eternamente de su alianza» (Sal 105,8), aquella que selló con Abraham (Gn 15) y que renovó con el
pueblo en el monte Sinaí (Ex
19), porque Él, al ver nuestro sufrimiento y
escuchar el clamor de su pueblo, baja a liberarnos (cf. Ex 3,7-8).
Convencido de eso, se atreve a cantar Moisés:
«el Señor hará justicia con su pueblo y tendrá compasión de sus servidores». ¿Cómo
se manifestará esa compasión? «Él dirá: “Miren bien que yo, sólo yo soy, y no
hay otro dios junto a mí. Yo doy la muerte y la vida”» (Dt 32,36.39)
De a poco, entonces, si se sabe leer –sobre todo
para nosotros, después de que ya ha ocurrido-, descubrimos como se fue
insinuando su plan; lo que debía suceder, lo que realizaría su brazo poderoso (cf. Ex 6,6; Sal 98,1).
Jesús, su vida, sus palabras y sus gestos
humanos fueron el signo más poderoso de la misericordia de Dios actuante. Él se
reconocía como realizador de la voluntad del Padre (cf Jn 6,38), y, como
respuesta a esto, confiaba y podía hacer suyas estas palabras: «todo mi ser
descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo
vea el sepulcro» (Sal 16,9-10)
La comunidad de Juan, de quien proviene este
relato que nos ha llegado, se siente representada en el «discípulo al que Jesús amaba», quien pese a llegar después de las comunidades originales, simbolizadas
en Pedro, porque habían crecido en la fe compartida, habían meditado y orado
juntos, como ellos, también creyeron, hasta poder hacer suyas estas palabras
escritas siglos antes: «Porque
yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo» (Job 19,25).
Nosotros, hoy, examinando
las Escrituras (cf.
Jn 5,39) y cimentados en esa
fe y la de todos los que nos precedieron en el camino del Reino, creemos que Él
sabe bien que nuestro enemigo principal es la muerte (1 Cor 15,26), por miedo a la cual somos capaces de lo más
terrible, teniendo actitudes de rivalidad y no de solidaridad hacia nuestros
hermanos, traicionando todo lo bello con que nos dotó al crearnos para hacernos
semejantes a Su Amor. Entonces, como sabemos que no nos dejaría desamparados
ante tan dura rival, podemos poner nuestra esperanza en las palabras del
Apóstol: «el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos
mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (Rom 8,11)
Es que la razón de nuestra
esperanza (1
Pe 3,15) proviene del
elocuente signo de aquel sepulcro que encontraron vacío Magdalena, Pedro y el
otro discípulo.
Que renovemos nuestro interés por
encontrarte a ti y tus gestos de amor en las Escrituras, y también en las
numerosas señales que nos vas dando durante la vida, para llegar a ser nosotros
mismos signos tuyos, Señor. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, vivir la fe en el Resucitado, aportando vida a la existencia de
nuestros hermanos,
Miguel
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