miércoles, 12 de abril de 2017

Una buena noticia preparada durante siglos



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
16 de Abril de 2017
Domingo de Pascua de Resurrección

Lecturas:
Hechos 10, 34. 37-43 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él / Colosenses 3, 1-4

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    20, 1-9
    El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
    Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La comunidad de Juan, de quien nos proviene este evangelio, comprendía que «según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Ev), porque «la mano del Señor hace proezas» (Sal) siempre, por amor a su Creación, y entre las más bellas estaban las que realizó por medio de Jesús, su Mesías, «Todos los profetas dan testimonio de él» (1L). Y, debido a que, con su forma de actuar, él fue su testigo fiel, no podía permitir que la muerte lo retuviera. Resucitó y hoy «está sentado a la derecha de Dios» (2L). Esta es nuestra fe.
«Todavía no habían comprendido…», porque debía pasar un tiempo de encuentros con el Resucitado y de oración y reflexión comunitaria, para que fuesen entendiendo «que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos»
El Dios de la Vida había ido develando progresivamente cuál iba a ser su señal más potente para reafirmar su amor por la Creación.
Debido a ello, la resurrección no se encuentra textualmente en los libros sagrados. Había que recurrir a comparaciones como la que hizo el propio Jesús, acerca de una vieja historia que se encuentra en la Biblia (Jon 2,1): «así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40)
Lo que sí podemos encontrar con absoluta claridad ahí es que el Padre Dios «se acuerda eternamente de su alianza» (Sal 105,8), aquella que selló con Abraham (Gn 15) y que renovó con el pueblo en el monte Sinaí (Ex 19), porque Él, al ver nuestro sufrimiento y escuchar el clamor de su pueblo, baja a liberarnos (cf. Ex 3,7-8).  
Convencido de eso, se atreve a cantar Moisés: «el Señor hará justicia con su pueblo y tendrá compasión de sus servidores». ¿Cómo se manifestará esa compasión? «Él dirá: “Miren bien que yo, sólo yo soy, y no hay otro dios junto a mí. Yo doy la muerte y la vida”» (Dt 32,36.39)
De a poco, entonces, si se sabe leer –sobre todo para nosotros, después de que ya ha ocurrido-, descubrimos como se fue insinuando su plan; lo que debía suceder, lo que realizaría su brazo poderoso (cf. Ex 6,6; Sal 98,1).
Jesús, su vida, sus palabras y sus gestos humanos fueron el signo más poderoso de la misericordia de Dios actuante. Él se reconocía como realizador de la voluntad del Padre (cf Jn 6,38), y, como respuesta a esto, confiaba y podía hacer suyas estas palabras: «todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro» (Sal 16,9-10)
La comunidad de Juan, de quien proviene este relato que nos ha llegado, se siente representada en el «discípulo al que Jesús amaba», quien pese a llegar después de las comunidades originales, simbolizadas en Pedro, porque habían crecido en la fe compartida, habían meditado y orado juntos, como ellos, también creyeron, hasta poder hacer suyas estas palabras escritas siglos antes: «Porque yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo» (Job 19,25).

Nosotros, hoy, examinando las Escrituras (cf. Jn 5,39) y cimentados en esa fe y la de todos los que nos precedieron en el camino del Reino, creemos que Él sabe bien que nuestro enemigo principal es la muerte (1 Cor 15,26), por miedo a la cual somos capaces de lo más terrible, teniendo actitudes de rivalidad y no de solidaridad hacia nuestros hermanos, traicionando todo lo bello con que nos dotó al crearnos para hacernos semejantes a Su Amor. Entonces, como sabemos que no nos dejaría desamparados ante tan dura rival, podemos poner nuestra esperanza en las palabras del Apóstol: «el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (Rom 8,11)
Es que la razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15) proviene del elocuente signo de aquel sepulcro que encontraron vacío Magdalena, Pedro y el otro discípulo.

Que renovemos nuestro interés por encontrarte a ti y tus gestos de amor en las Escrituras, y también en las numerosas señales que nos vas dando durante la vida, para llegar a ser nosotros mismos signos tuyos, Señor. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, vivir la fe en el Resucitado, aportando vida a la existencia de nuestros hermanos,
Miguel

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