miércoles, 31 de mayo de 2017

Lo que mueve a los hijos de Dios



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
4 de Junio de 2017
Domingo de Pentecostés

Lecturas:
Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    20, 19-23
    Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas, por temor a los judíos. Entonces, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La unidad: estar «todos reunidos en el mismo lugar» (1L), es la situación ideal que busca el Resucitado para soplar la vida nueva sobre los discípulos (Ev). Tal como dice el salmista: «si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra» (Sal), por lo que, de esa manera, quienes creen en él, servirán a los demás con las capacidades que él les da, ya que, como sabemos, «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L).
Con la fuerza y la ternura de Dios
El Espíritu Santo es el poder de Dios Todopoderoso: «El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”» (Lc 1,35). Pero también es su amor: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5) y su ternura: «yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador para que esté siempre con ustedes» (Jn 14,16).
Todo lo anterior puesto a nuestra disposición misericordiosa y gratuitamente: «El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8,16).
Eso celebramos este día.
Pero, ojo –siempre hay que advertirlo y recordarlo, debido a nuestras malas costumbres individualistas-: es un regalo para quienes trabajan con otros por realizar el Reino.
Notemos, a modo de ejemplo, que en este relato Jesús sólo habla en plural: «Reciban el Espíritu Santo» ¿para qué? Para ayudar a reconciliar al mundo, perdonando.
Y en el texto que se nos presenta como primera lectura de la liturgia dominical, el cual da fundamento a la celebración de este domingo, se nos cuenta que «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. […] vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,1-4), acontecimiento que se considera el inicio de la comunidad de los creyentes, la Iglesia, que es la hermandad de quienes hemos escuchado: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes», los mismos que, sabiendo que «es Dios el que nos reconforta en Cristo, […] y ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu» (2 Cor 1,21-22), intentamos, cada vez más, cada vez mejor y cada vez más comunitariamente unidos, llevar el Reino a todos quienes lo necesitan, es decir, a todos.

Además, como tenemos la certeza de ser habitados por Él (1 Cor 3,16), contamos también con que «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor 3,17), sumado a que «la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo" ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y, por lo tanto, heredero por la gracia de Dios» (Gal 4,6-7)
Pentecostés debiese significar entonces que, donde haya personas llenas de «amor, alegría y paz» (Gal 5,22-25), ayudando a otros, se descubra al Espíritu Santo produciendo frutos en los hijos libres de Dios, para bien del mundo y la humanidad.

Que permitamos que nos guíe la fuerza y la ternura de tu Espíritu, Señor, para servir, amar, alegrar, perdonar y liberar a nuestros hermanos, hijos todos del Padre bueno. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, crecer en los frutos que el Espíritu Santo va fomentando en nosotros,
Miguel

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