PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
27 de Agosto de 2017
Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año
Lecturas:
Isaías 22, 19-23 / Salmo 137, 1-3. 6. 8 Tu amor es eterno, Señor / Romanos 11, 33-36
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-20
Al llegar a la región de
Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre
el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.
Palabra del Señor.
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Como correctamente se pregunta Pablo: «¿Quién le dio algo [a Dios],
para que tenga derecho a ser retribuido?» (2L). Porque debemos
tener conciencia que todo lo que viene de Él es gracia, regalo gratuito.
Incluidos en esto padres, guías, cabezas de nuestras comunidades (1L
y Ev). Entonces, sabiendo que «Esto no te lo ha revelado ni la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» (Ev), podemos hacer
nuestras, por lo tanto, con alegría las palabras «Te doy gracias, Señor, de
todo corazón» (Sal).
No da lo mismo cómo lo percibimos
Pese a que debiese ser evidente, parece que no
logramos convencernos de que ningún ser humano puede ser clasificado con una simple
frase.
Como que nos cuesta demasiado aceptar que no
existe forma de vislumbrar, con más o menos claridad, lo que motiva o impulsa internamente
a quien sea para explicar lo que haga o diga.
Sin embargo, también hay que reconocer que
resulta inevitable querer saber con quién nos comunicamos, nos enfrentamos o
convivimos. Y, para eso, recurrimos a nuestras pobres capacidades que son muy
limitadas.
Debido a eso es que nos equivocamos tanto.
A Jesús, probablemente menos que a nadie, se
le podría definir de una manera breve. Alguien que ha marcado la vida de la
humanidad y la de muchísimos de nosotros; alguien, de quien, aún dos milenios
después, se siguen estudiando sus palabras y su historia; alguien, de quien
afirmamos que es «el Hijo de Dios vivo», es muy difícil restringirlo
a una frase.
Sin embargo, sabemos que sí era un profeta, como
decían sus contemporáneos, según se nos cuenta aquí, pero no lo era como los
que habían conocido: personas permanentemente airadas y convencidas de un Dios que
debía ser más bien vengativo contra todos aquellos que no se comportaban como
Él quería…
Al Maestro, en cambio, lo escuchamos y lo
vemos más bien como el profeta de la Misericordia de Aquel a quien llama Padre
suyo y nuestro (cf. Jn 5,17-18;
Mt 6,9), presentándolo como uno que espera con mucho
amor el regreso del hijo que se alejó de Él (Lc 15,11ss.) y haciéndonos
invitaciones como esta: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es
misericordioso» (Lc 6,36)
Además, Jesús sí era «el Mesías», como
lo señala Pedro, pero tampoco de la manera como sus compatriotas imaginaban su
misión.
Es que ellos sabían que Dios los cuidaba y ya
había intervenido en su historia contra sus enemigos en otras ocasiones, por lo
que no podía ser que aguantase más tiempo que fuesen dominados por ese pueblo
pagano que eran los romanos. Debido a eso, estaban convencidos de que, cuando
viniese aquel que sería enviado por Él, no podía no venir de otra manera que no
fuese en actitud guerrera hasta vencerlos.
Si recordamos, en otra versión de este mismo
relato, inmediatamente después de esta profesión de fe admirable de Pedro, se
nos dice que Jesús «comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir
mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas;
que debía ser condenado a muerte…» (Mc
8,31), como una forma clara de ahuyentar esa
imagen que existía acerca de cómo debía manifestarse. Él, muy por el contrario,
sería un Mesías servidor (cf.
Lc 22,27).
Por todo ello, la forma en que concibamos
quién fue o, mejor aún, quién es Jesús para nosotros, nos llevará a vivir desde
una perspectiva o de otra la vida de fe y la vida en general: o según “la carne
y la sangre”, es decir, de acuerdo a nuestros criterios limitados; o, bajo la
inspiración del Padre que está en los cielos, quien nos ilumina su figura y nos
impulsa a tratar de seguirlo por la senda del servicio humilde, llevando la
misericordia a todos.
Que podamos convencernos de que eres el
profeta de la misericordia para todos y el servidor de la humanidad, Señor, para
luego intentar seguir tus pasos tras esas sendas que dan Vida plena a nuestro
mundo. Así sea.
Buscando, con
mucha Paz, Amor y Alegría, aprender de Jesús a servir a los demás,
transmitiendo la misericordia que se hace acción humana,
Miguel
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