miércoles, 30 de agosto de 2017

Pedro, uno de nosotros



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
3 de Septiembre de 2017
Domingo de la Vigésima Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
Jeremías 20, 7-9 / Salmo 62, 2-6. 8-9 Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío / Romanos 12, 1-2

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo  16, 21-27
    Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
    Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
    Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
    Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
    ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
    Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras».

Palabra del Señor.

MEDITACION
Jesús podía haber dicho: «había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía» (1L): era el resultado de «discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (2L) y, debido a que sentía que «tu amor vale más que la vida» (Sal). Por eso, con absoluta fidelidad a la Misión encomendada por su Padre, asume valientemente que «debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte…» (Ev) sin huir de esto. Cada uno tiene su misión en la vida, no todas llevan a la muerte, pero todas debiesen vivirse hasta las últimas consecuencias.
En buena compañía
Pedro puede sernos de gran ayuda a todos quienes nos sentimos demasiada poca cosa para el amor de Dios.
Para eso, recordemos que en el episodio previo a este que se nos presenta hoy (el que vimos la semana anterior), recibió la alabanza de Jesús, por haberse dejado inspirar por el Padre del cielo de tal manera que fue capaz de reconocerlo como Mesías e Hijo de Dios: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre» (Mt 16,17)
Sin embargo, inmediatamente después de eso, se nos relata lo que nos trae el evangelio de este día: el buen apóstol -como haría cualquiera de nosotros-, no quiere que su amigo sufra, pero, por expresar su intención de intentar desviar el camino de Jesús, es fuertemente reprendido por él.
Otra muestra de sus contradicciones la vimos hace unas semanas en un episodio en el cual se entusiasma por acompañar a Jesús en su caminata sobre el agua, pero, -como también le sucedería a cualquiera de nosotros- al sentir el viento de las dificultades, flaquea en su confianza y comienza a hundirse, debiendo el Señor rescatarlo (cf. Mt 14,26-31).
Y, por cierto, nos sirve de mucho recordar aquel pasaje vergonzoso de su vida, el cual comienza cuando Jesús le advierte: «”Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Pedro le dijo: ”Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”» (Mt 26,34-35). Y, como sabemos, fue así que, pese al cariño inmenso que le tenía, frente el temor de padecer algo semejante a lo que le ocurriría a él, negó y renegó de su Maestro (Mt 26,69-75), cosa que, en las peligrosas circunstancias que les tocó vivir, -reconozcámoslo- casi todos nosotros hubiésemos hecho de igual forma.
Pese a todo esto y más, Jesús sabe que «el justo, aunque caiga siete veces, se levantará» (Prov 24,16). Debido a esto, al mismo a quien había reconvenido con estas fuertes palabras: «Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres», a este pecador como cualquiera de nosotros, sería a quien le confiaría el ser (ni más ni menos) la piedra sobre la que edificaría su comunidad de constructores del Reino (cf. Mt 16,17-20), además de ser el encargado de confirmar la fe de sus hermanos (cf Lc 22,32)
Y después gastó su vida por la causa de Él, como lo recordamos hasta hoy.

Resumiendo: el ejemplo de Pedro nos hace pensar que no se trata de ser mejores, porque nadie es mejor que Dios; o de no ser pecadores, porque nadie puede evitar caer, como sabemos. Es decir, que no se trata de esfuerzos personales, sino de confiar en que el Padre nos ama tal y como somos, cada uno con sus cruces.
Una bella respuesta a tanto amor incondicional, sería que nos atreviésemos a ser, cada vez más y cada vez mejor, y ojalá comunitariamente, regalos de ternura y solidaridad para nuestros hermanos, ya que, según la lógica del Señor «el amor cubre todos los pecados» (1 Pe 4,8)

Que aprendamos a no buscar ganar el mundo, sino la vida; la única que merece ese nombre: la vida plena, rebosante de humanidad, la que recibimos gratuitamente de tu amor, Señor, para regalarla. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender que la misericordia y la acogida del Señor por nosotros es infinita,
Miguel

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