Sin llevar la
cuenta
PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
17 de Septiembre de 2017
Domingo de la Vigésima Cuarta Semana Durante el Año
Lecturas:
Eclesiástico 27, 30—28, 7 / Salmo 102, 1-4. 9-12 El Señor es bondadoso y compasivo / Romanos 14, 7-9
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35
Se adelantó Pedro y dijo a
Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que
me haga? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecía de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
Palabra del Señor.
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecía de ti?" E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
Palabra del Señor.
MEDITACION
Ya que «Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí»
(2L), porque vivimos para compartir con otros; vivimos en comunidad, ¿qué
clase de vida tiene quien no sabe perdonar? O, en palabras de la sabiduría
bíblica: «Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el
Señor lo sane?» (1L). Si se cierra el corazón de esa manera, se impide que
hasta Él pueda entrar, pese a quererlo, porque, recordemos que «no nos trata
según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas» (Sal), lo que
debiese servirnos de luminoso ejemplo: «¿No debías también tú tener compasión
de tu compañero, como yo me compadecía de tí?» (Ev), para que sanemos nuestra
alma del tenebroso mal del rencor.
Para que sea realmente perdón de corazón
Es una forma de entender la religión o la
religiosidad: como normas a cumplir; poder saber hasta dónde hay que hacerlo
para estar dentro de los márgenes razonables… es decir, que alguien nos fije
los límites claramente acerca de lo que es aceptable o no, en el marco de la
comunidad de la que se trate.
La gente de su tiempo, había oído hablar
mucho a Jesús acerca del perdón y la misericordia (y mostrar acciones acordes a
eso). Es por eso que nuestro buen Pedro –siempre tan como nosotros-, da a
entender que está de acuerdo con su Maestro. Sin embargo, parece necesitar precisar
cuál sería una cantidad adecuada: «¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me
haga?», agregando, como
para demostrar su generosidad, una pregunta-propuesta: «¿Hasta siete veces?»
Pero Jesús tiene otra idea; más aún, un
ideal: si quien te lo pide demuestra arrepentimiento, la medida es sin medidas.
En otro momento, lo afirma así: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes
es misericordioso» (Lc 6,36)
Es que, si somos honestos con nosotros
mismos, ¿no es verdad que en bastantes aspectos dejamos mucho que desear y, sin
embargo, sabemos que el Padre nos ama igual? «Si tienes en cuenta las culpas,
Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón» (Sal 130,3-4) «Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a
mí, y ya no me acordaré de tus pecados.» (Is 43,25)
Es decir: Dios nos ha perdonado la inmensa
deuda de caridad y fraternidad hacia nuestros hermanos, sus hijos, que acumulamos,
por lo que, después de eso, y viendo nuestra poca empatía con las caídas de los
demás, sería bueno que escuchásemos su reclamo: «¿No debías también tú tener
compasión de tu compañero, como yo me compadecía de ti?»
Incluso, como una muestra del fino humor del
Maestro, nos hizo decirle muchas veces al Padre -cada vez que oramos-: «Perdona
nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido» (Mt 6,12), para recordarnos permanentemente que, antes de pedir perdón, hay que
saber perdonar, ya que esa es una forma concreta de seguir la invitación de
Jesús: «Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes» (Lc 6,36).
Esto, además de ser el perdón una de las
acciones más efectivas para vivir su llamado a amarnos unos a otros como Él nos
ha amado (cf Jn 13,34).
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete», es decir, un número humanamente
imposible, parece querer enseñar, entonces, que, si llevamos cuentas, se nos
enreda el corazón en números, impidiéndole a éste que se conecte con el corazón
del hermano, y que podamos ver su rostro afligido, para comprender cuánto lo
podemos ayudar aceptando su arrepentimiento.
Y, de pasada, como un beneficio anexo, descubriremos
cuánto podemos ganar nosotros mismos si logramos liberarnos de la pesada e
improductiva carga del rencor.
Que florezca en nuestros corazones
abundantemente la bella flor de la compasión y el perdón, la misma que fue
abonada y regada en nosotros generosamente mucho antes por tu amor
misericordioso, Señor. Así sea.
Buscando vivir, con
mucha Paz, Amor y Alegría, el valor de la reconciliación y el perdón entre
todos y hacia nosotros mismos,
Miguel
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