miércoles, 18 de abril de 2018

El Señor es nuestro Pastor


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
22 de Abril de 2018
Domingo de la Cuarta Semana de Pascua

Lecturas de la Misa:
Hechos 4, 8-12 / Salmo 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29 Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor / I Juan 3, 1-2

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  10, 11-18
    Jesús dijo:
    «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
    Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
    El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Desde la perspectiva pascual, nos hacen más sentido estas frases del evangelio: «El buen Pastor da su vida por las ovejas. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla». «Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos», argumentará Pedro en la primera lectura. «Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos», se admira el salmista. El resultado y consecuencia de todo esto lo exclama Juan en la segunda lectura: «¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente».
Ser rebaños del Señor y pastores de quienes nos corresponda.
La del pastor era una imagen muy querida para la tradición popular y religiosa en la que se crio Jesús.
Desde Abel, hijo de Adán, hasta el gran rey David, pasando por Abraham y Moisés, muchos personajes significativos de su historia -y de nuestra Biblia- ejercieron ese oficio.
De hecho, recordemos que, significativamente, a los primeros que se les notifica el nacimiento del Hijo de Dios, es, precisamente, a los pastores (Lc 2,8-20).
Brevemente, la labor de los pastores de aquel tiempo y lugar, era la siguiente: en primavera, sacar al rebaño del redil todos los días y llevarlo a comer el pasto que crecía en los alrededores del pueblo. Al mediodía, llevarlas a beber a los charcos de agua fresca, y si estos se secaban, las conducía a un pozo donde les sacaba agua.
Tras la cosecha, llevaba a sus ovejas a comer los brotes nuevos y los granos que habían quedado en los campos. Con la llegada del calor del verano, buscaba pastos en terrenos más elevados y frescos. Podía pasarse días trabajando y durmiendo al aire libre. Y, por las noches, vigilaba los rediles a campo libre. Algunas noches reunía a sus animales en una cueva para protegerlos de los chacales y las hienas. Si el aullido de una hiena espantaba al rebaño, la tranquilizadora voz del pastor lo calmaba.
Es decir, la relación pastor/rebaño era muy cercana y protectora. Por eso es significativo que Israel, en sus escritos, identifique a Dios con un Pastor, siendo ellos, a la vez, su rebaño (Sal 95,7; Ez 34,31, etc.)
Otro antecedente importante que obtenemos de la Biblia lo encontramos cuando, antes de la desigual pelea contra Goliat, para explicar por qué se atrevería a luchar contra el gigante, pese a ser casi un niño, ante el rey, «David dijo a Saúl: “Tu servidor apacienta el rebaño de su padre, y siempre que viene un león o un oso y se lleva una oveja del rebaño, yo lo persigo, lo golpeo y se la arranco de la boca; y si él me ataca, yo lo agarro por la quijada y lo mato a golpes» (1 Sm 17,34-35). Esto, porque, se comprende que, tal como dice Jesús: «El buen Pastor da su vida por las ovejas», mientras que el otro, «cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas».
De hecho, para que replicara eso, fue que Dios «eligió a David, su servidor, sacándolo de entre los rebaños de ovejas. Cuando iba detrás de las ovejas, lo llamó para que fuera pastor de Jacob, su pueblo, y de Israel, su herencia; él los apacentó con integridad de corazón y los guió con la destreza de su mano» (Sal 78,70-72).

Así, sería un rey a la manera del Rey del Cielo, como canta bellamente el salmo 23 «El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas…» (cf. Sal 80,2; 28,9)
A esas imágenes busca asemejarse la misión de Jesús entre nosotros, antes y después de su resurrección. Por ello, todo lo anteriormente reseñado está implícito en esta declaración de nuestro Maestro: «Yo soy el buen Pastor».
Nosotros, si queremos, podemos ser su Rebaño, porque a él pertenecen aquellos que -ya saliendo de la metáfora- se asemejen a Él, mostrando que han oído su voz: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34). O, volviendo a la comparación, quienes sean buenos pastores de aquellos que la vida –o el Señor- les ponga a su cuidado: hijos, amigos, alumnos, subordinados… y, sobre todo, los muchos necesitados de todo tipo, para los que hay que dar la vida (o una parte, la que seamos capaces de dar) por ellos, porque el Buen Pastor es nuestro Maestro y, por lo tanto, nuestro modelo de vida.

Que crezca en nosotros el interés y la fuerza para intentar, primero, ser rebaño fiel tuyo, Señor, para después, en consecuencia, asemejarnos a ti, cada vez más y cada vez mejor, en tu entrega generosa a los demás. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, mostrar al Cristo Vivo en nuestras palabras y acciones de cada día,
Miguel

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