miércoles, 4 de abril de 2018

Una fe purificada por la duda


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
8 de Abril de 2018
Domingo de la Segunda Semana de Pascua

Lecturas de la Misa:
Hechos 4, 32-35 / Salmo 117, 2-4. 16-18. 22-24 ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! / I Juan 5, 1-6

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  20, 19-31
    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
    Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
    Él les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
    Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
    Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
    Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
    Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Después de la Resurrección, «los que creen sin haber visto» (Ev) pueden verificar en sí mismos que «La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas» (Sal). Una de las cuales es vencer la tendencia al egoísmo, produciendo el milagro de que «La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (1L). Es que «el que ha nacido de Dios, vence al mundo» (2L), que insiste con sus prédicas individualistas y alienantes. Y gana la Vida.
En defensa de Tomás.
Solía decirse que la fe era creer lo que no se podía ver y, por lo tanto, se consideraba que su enemiga principal era la duda. Tal vez esto provenía de una interpretación del siguiente texto: «la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven» (Hb 11,1), el que no habla de cegueras, sino de esperanza.
De hecho, si nos fijamos, Jesús indica a Tomás que ya no puede ser incrédulo, después de la prueba que ha obtenido, no le dice nada acerca de su falta de confianza anterior…
Pues bien, la experiencia nos dice que dudar es sano; más aún, es necesario para poder creer sobre bases firmes.
Lo otro no sólo es irracional, sino que ha demostrado ser peligroso en manos de inescrupulosos de todo tipo que se han aprovechado de la ingenuidad de otros, como muy bien recordamos. Pero, saliendo de ese escabroso y doloroso tema, que tanto mal le ha hecho y sigue haciendo a la Iglesia, es necesario recordar que todas las denominaciones religiosas, por los motivos que sean y sobre los que no cabe profundizar en este espacio, agregan a la creencia original una serie de tradiciones que consideran y enseñan como parte de la fe.
Tomemos el caso de nuestro Maestro.
Como sabemos, el centro de la fe de su pueblo era: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,37-40).
Sin embargo, en los tiempos en que él caminó nuestra tierra, hasta desgranar maíz un día sábado era considerado contrario a esa fe (Mc 2,23-24).
Entonces, si Jesús no hubiese dudado, es decir, si no hubiese reflexionado acerca de las verdades de la espiritualidad de su pueblo, no hubiese llegado a la luminosa conclusión acerca de que el día sagrado no fue instituido para impedir, sino para darle mayor plenitud a la vida: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27), dijeran lo que dijesen la tradición y los maestros de Israel.
Y, siguiendo con los ejemplos, si Jesús no hubiese dudado, no hubiese podido abrirse a la realidad que se le presentaba -y que distaba mucho de la forma cómo entendían las verdades de su fe sus contemporáneos- acerca de que creer en el Dios Único no se contraponía con el hecho de que era también tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, como después enseñó.
En fin, podríamos afirmar que sin dudar, o creyendo ciegamente como se nos proponía, no tendríamos posibilidad de crecer en la fe.
De hecho, fe no es -no puede ser- creer lo que no se ve, porque primero alguien tiene que haber “visto” y a esa persona le creemos su testimonio (Hch 4,20): de ahí nace nuestra fe.
Constatamos hoy que, desde la comodidad que dan los veinte siglos de distancia y su correspondiente tiempo de evangelización, meditación y enseñanzas, solemos ser muy duros en nuestros juicios acerca del incrédulo apóstol mellizo y muy poco comprensivos de las circunstancias en que sucedió este relato que nos trae el evangelio.
Pero, honestamente, ¿no era razonable dudar? Si él lo vio sufrir hasta expirar y eso, al menos según los conocimientos de todos en su tiempo, era algo definitivo; si, además, sabía que en el estado emocional en el cual se encontraban sus hermanos del grupo de los Doce, eran susceptibles de creer cualquier cosa, como, por ejemplo, que alguien volviese de la muerte…; y, por último, tomando en cuenta que ya había pasado una semana de ese supuesto acontecimiento, en el cual el Resucitado les habría dicho: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»pero ellos seguían siendo los mismos, todavía escondidos «por temor a los judíos»
¿Por qué habría de creerles?

Y nosotros, hijos de un tiempo descreído y que exige pruebas para todo, en la misma situación, ¿les habríamos creído?
Por ello nos parece que debiésemos ser más agradecidos con Tomás, ya que, si él no hubiese dudado, ¿cómo tendríamos algún testimonio de que el Resucitado era el mismo que había sido crucificado, por ejemplo?
Además, como si fuera poco, gracias a que él vio por nosotros, nos ganamos una bendición que ha recorrido los tiempos hasta nosotros: «¡Felices los que creen sin haber visto!»
Concluimos, entonces, en que, para que una fe sea más pura y más fuerte, tiene que probarse, tiene que pasar por la duda. O terminaríamos siendo semejante a los loros que sólo repiten lo que otros dijeron antes.

Que podamos salir de la comodidad de creer lo que otros ya creyeron, para ir descubriendo los desafíos que nos presenta la fe en ti, Señor de la Vida, en nuestro presente y nuestro mundo. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, mostrar al Cristo Vivo en nuestras palabras y acciones de cada día,
Miguel

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