PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
1 de Julio de 2018
Domingo de la Décimo Tercera Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24 / Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste / II Corintios 8, 7-9. 13-15
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
5, 21-43
Cuando Jesús
regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su
alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con
insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que
se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba
por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal».
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Se encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal».
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Desde Jesús, creemos que el suyo es un Padre bondadoso, por lo que nos
hace sentido el que «Dios no ha hecho la muerte» (1L) y que Él y su
enviado, Jesús, luchan contra ella y contra todos nuestros dolores, de tal
manera que podemos sentir: «Tú convertiste mi lamento en júbilo» (Sal). Para ello el
Señor nos invita: «No temas, basta que creas» (Ev), y entonces, una
vez vencido el temor, corresponde que cada uno de los que creen «también se
distingan en generosidad» (2L) y ayuden a los demás a liberarse de los
miedos y a crecer en la fe.
¿Tienen sentido los cristianos “intocables”?
A nadie le gusta el roce con otras personas en
el transporte público, aunque sea casual. Mucho menos cuando esto sucede en
verano...
Pero tampoco nos agrada, normalmente, en las
circunstancias que sean, la cercanía física con desconocidos, al punto de que
invadan “nuestro metro cuadrado”.
Esto, que es literal, también se aplica a lo
simbólico: no queremos que las preocupaciones o dolores de otros “nos toquen”,
porque nos roban “nuestra paz interior”.
Sin embargo, esta última situación no parece tener
relación con el plan original del Creador, quien meditó en aquel comienzo: «No
conviene que el hombre esté solo» (Gn
2,18). Pero
podemos entender que ni entonces ni hoy. Nunca debe estarlo.
Eso explicaría que haya hecho que su plan de
amor se insertase desde un pueblo concreto, con todo lo que de comunitario y de
relaciones humanas tiene esa realidad. Como muestra, algunas de las leyes que
les dio: «No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron
extranjeros en Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si prestas
dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te
comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés. Si tomas en prenda
el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es
su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y
si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo» (Ex 22,20-21. 24-26).
Leyes compasivas de un Dios compasivo, para poder
guiar a su pueblo en una relación fraterna, de tal manera de ayudarlos a crear,
componer y restaurar las relaciones entre todos. Porque, para nuestro Creador, al
contrario de lo que reseñábamos al comienzo, entonces, estamos en el mundo para
interrelacionarnos, querernos y comprometernos con los demás.
Jesús, Hijo de Dios y nuestro modelo de ser
humano, viene a refrendar esto: Jesús es “el que se deja tocar”. A él no lo
vemos poniendo distancia con los otros; ni siquiera, como podemos recordar,
ante realidades tan crueles y comprensibles de alejarse como sería con quienes
padecen la lepra.
Él se deja tocar física y simbólicamente:
siente compasión por el hambre de la gente (Mt 15,32), llora por la
suerte que correrá su país (Lc
19,41), le duele el dolor de una madre (Lc 7,13) y los sufrimientos de los demás (Mt 14,14). Y tantos otros pasajes
más que podríamos citar….
Y, porque estaba así
de al alcance de la mano –y no aislado, en un trono o en un altar, insistimos-
es que esa pobre mujer del evangelio de este día, con ingenua humildad y ya
cansada de su mal, llega a sentir: «Con sólo tocar
su manto quedaré sanada». Pero en Jesús no vemos a alguien que fomente la
superstición, por eso le es necesario que ella sepa que Dios la ama cara a
cara, no como una más. Para ello necesita identificarla de entre la multitud y
contarle una buena noticia: «Hija, tu fe
te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad».
Nosotros también podemos
confiar en que nuestras carencias, nuestros dolores y sufrimientos
(individuales y colectivos) “tocan” el corazón de Dios, hasta el punto en que
Él inspirará a otros hijos suyos a buscar la forma de aliviarnos.
Y en otras ocasiones
seremos nosotros, si estamos dispuestos y disponibles para la acción del Señor
en nuestro interior, quienes seremos enviados a consolar y auxiliar a nuestros
hermanos. De esa manera va tejiendo esta red humanizadora que soñó desde el
comienzo y de la que nunca se ha arrepentido.
Y así nuestra fe va
salvando, sanando, liberando a nuestro mundo lleno de intocables, tristes y
estresados, debido a que se han acostumbrado a actuar contra su naturaleza.
Que podamos dejarnos modelar con la arcilla
de tu amor, Señor, para que comprendamos tu plan misericordioso y, así,
aprendamos a vivir como hermanos de humanidad, según tu guía constante. Así
sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aprender a
estar disponibles, para ser cercanos y solidarios de todos nuestros hermanos de
humanidad, según el proyecto del Reino de Dios,
Miguel
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