miércoles, 20 de junio de 2018

Un Nombre que está sobre todo nombre


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
24 de Junio de 2018
Nacimiento de San Juan Bautista

Lecturas de la Misa:
Isaías 49, 1-6 / Salmo 138, 1-3. 13-15 Te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable / Hechos 13, 22-26

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  1, 57-66. 80
        Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
        A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»
        Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»
        Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»
        Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
        Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.
        El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Juan fue llamado «desde el seno materno» para ser servidor del Señor, para aportar a quien estaba destinado «a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra» (1L). Como precursor suyo que era, para ayudar a su pueblo a prepararse para la venida del «Salvador, que es Jesús… Juan había predicado un bautismo de penitencia» (2L). Eso y las cosas maravillosas que rodearon su nacimiento no evitan que él humildemente pueda reconocer: «sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias» (1L). Y lo hace bien, «Porque la mano del Señor estaba con él» (Ev).  El cariño por Juan que profesamos demuestra que, una vez más, y como corresponde en el Reino, el humilde ha sido ensalzado (Lc 14,11; Ez 21,31).
Nombrados según lo que somos.
Vemos en las noticias que personas acusadas de cohecho, malversación, agresión, o cualquier otro delito grave, frecuentemente declaran que “están tranquilos con su conciencia”. Claramente, intentan, pese a las evidencias, mantener una buena imagen pública. Porque es una costumbre muy arraigada la de cuidar el buen (la buena reputación del) nombre o apellido, evitar que se “manche” el honor.
Y, hablando de nombres, por otro lado, como sabemos, en los países de tradición cristiana, entre ellos el nuestro, existía la tradición de bautizar a los hijos según el santo del día en que nacían. Es así que el Padre de la Patria, por ejemplo, lleva el nombre de San Bernardo. Debido a esa costumbre, muchas personas tienen nombres de santos y santas romanas o de otras latitudes, los cuales nos suenan extraños a lo habitual.
Pero las tradiciones más antiguas -y el origen de muchos de nuestros nombres y apellidos- era que éstos tuviesen un significado importante para la familia o, como forma de reforzar el sentido de tradición familiar, se repetía el nombre de padres a hijos, tradición, esta última, también presente en nuestro país y que se recuerda en el texto de esta fiesta.
Pero, antes, retrocedamos unos capítulos en el evangelio para poder entender la escena que se nos presenta este día.
Zacarías, esposo de Isabel, era un sacerdote del templo, quien estaba de turno para servir en el Santísimo, lugar al que pocos tienen autorizado entrar y lo pueden hacer absolutamente solos.
En ese espacio sagrado e íntimo, Dios mismo entra en contacto con él, por medio de un mensajero celestial, quien le anuncia que, pese a la vejez de ambos, les otorgaría lo que tanto anhelaban: un hijo. Sin embargo, el sacerdote, olvidando quien le hablaba, el lugar donde se encontraban y su propia función ministerial, se dejó llevar por la duda.
Y dudar del poder de Dios imposibilita vivir normalmente: en su caso, enmudeció.
Entonces, nos encontramos con que llegó el momento del cumplimiento de la Promesa, cuando Isabel «dio a luz un hijo», señal «de la gran misericordia con que Dios la había tratado». Es en esa situación que los vecinos y parientes del matrimonio se oponían a la decisión de la madre de llamarlo de una manera distinta a la tradicional. Por eso, pese a que ella fue muy clara en su deseo, igual preguntaron al padre, quien, según las costumbres, era quien decidía en esos casos.
Al escribir «Su nombre es Juan» (que significa “Dios ha mostrado su favor”), Zacarías (“a quien Dios recuerda”) estaba reconociendo y aceptando la voluntad, el poder y la misericordia del Señor, manifestada en esta señal a Isabel (“promesa de Dios”), como le había sido anunciado por el Gabriel (“el que está delante de Dios”, Lc 1,19), por lo que, por fin, «recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios».
Todos estos signos impresionaron a la gente que los rodeaba, hasta el punto de preguntarse: «¿Qué llegará a ser este niño?».
Con el tiempo se sabría la respuesta a esta interrogante, ya que, tal como profetizó el Ángel, quien ahora recordamos como el Bautista, «será grande a los ojos del Señor […] estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto» (Lc 1,15-17)
Entonces, tomando en cuenta todo lo anterior, ¿cuál sería la forma adecuada de celebrar la fiesta de Juan Bautista?

Primero, estar permanentemente dispuestos a ser sorprendidos y aceptar los planes maravillosos de Dios con sus dones; y, como consecuencia de eso, poder agradecerle haciendo regalos de vida, solidaridad, ternura, simpatía y comprensión a quienes nos rodean, nuestros hermanos, que son también sus hijos amados.
Sería una buena manera de llegar a ser, como Juan, quienes preparan la llegada del Señor a los corazones y las vidas de quienes lo necesitan, además de respetar y cuidar adecuadamente el nombre con el que somos conocidos: Cristianos, «el Nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2,9).

Que podamos guardar en el corazón las veces en que tu mano, Señor, ha estado sobre nosotros produciendo cosas buenas, para que, en tu Nombre, queramos y nos atrevamos a ser multiplicadores de tu amor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender que también somos llamados a ser precursores del Señor para quienes lo buscan,
Miguel

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