miércoles, 13 de junio de 2018

Un lenguaje que muestre y desarrolle el Amor


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
17 de Junio de 2018
Domingo de la Undécima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Ezequiel 17, 22-24 / Salmo 91, 2-3. 13-16 Es bueno darte gracias, Señor / Corintios 5, 6-10

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos  4, 26-34
    Jesús decía a la multitud:
    «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
    También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
    Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
No existen palabras suficientes para describir lo que es el Reino del Padre de Jesús entre nosotros. Por eso, él debe usar muchas imágenes (o parábolas) para que podamos entrever esa realidad. Hoy, «porque nosotros caminamos en la fe» (2L), tratamos de comprender sus enseñanzas: es como «la más pequeña de todas las semillas de la tierra» (Ev), de tan servidora humilde de los hombres y mujeres de la tierra, pero que, por la admiración que coseche la actitud de quienes se atreven a vivir según la Palabra, «echará ramas y producirá frutos» (1L) que harán un mundo mejor: un árbol que «se mantendrá fresco y frondoso, para proclamar qué justo es el Señor» (Sal).
Sería bueno poder entender.
¿Qué significa “parresía”, “soteriológico”, “veterotestamentario”…?.
Estas y muchas otras palabras muy distantes del lenguaje cotidiano pueden encontrarse abundantemente en los documentos eclesiales y, por cierto, los del magisterio de la Iglesia; aquellos elaborados para enseñarnos a los fieles… Pero ¿cómo aprenderemos si no comprendemos qué nos están diciendo?
El problema se complejiza aún más cuando las prédicas contienen esa jerga (términos y modismos pertenecientes a un grupo social o profesional)
Esto ocurre, en gran parte, nos parece, por tres motivos principales: primero, porque se le habla a los ya “convencidos”, debido a lo cual no se hacen mayores esfuerzos por intentar que se entienda; segundo, porque se olvida que ya no son tiempos en que la gente busca a la Iglesia, sino que ésta es la debe encontrar los caminos para llegar a los demás (lo que nunca debiésemos haber perdido, valga remarcarlo); y tercero, por el elitismo en que incurre todo tipo de grupo humano especializado, como los médicos y otros oficios, y que también afecta a nuestros pastores, humanos como son (cosa, esta última, que tampoco debiésemos olvidar ni ellos ni nosotros).
En nuestro Maestro de vida, por su parte, observamos cómo estaba consciente de que sus hermanos de humanidad necesitaban conocer su mensaje, por ello, se desvivía por explicar esa realidad que el Padre le había enviado a anunciar: «El Reino de Dios». De hecho, para nombrarla utilizó la categoría “reino”, ya que era comprensible para sus contemporáneos y pese a que no le gustaba mucho el concepto, el cual identificaba con abusos (Lc 22,25-26; cf. 1,52), más que con el amor misericordioso de Dios que habita en nuestro corazones y, desde ellos, sale a hacer el mundo más viviblemente humano, como parecía comprenderlo él.
Entonces, para acercar esos conceptos -muy distintos a los que las autoridades religiosas de su época exponían y, por lo tanto, a los que estaban acostumbrados sus contemporáneos-, utilizaba un lenguaje con imágenes «en la medida en que ellos podían comprender»: simple como la gente sencilla que era la inmensa mayoría de quienes lo escuchaban.
De esa manera ayudó a que todos captasen que al Reino de su Padre nada ni nadie puede impedirle propagarse, porque Él quiere lo mejor para nosotros y eso es que Su Amor reine en nuestro planeta.
Para eso fue que echó su semilla en él: nosotros, sus hijos, que estamos aquí para producir frutos. A veces, incluso, sin darnos cuenta, porque en nosotros hay un anhelo de Dios que mueve nuestras acciones, de tal manera que hacemos el bien y lo bueno, a pesar de la noche de la maldad y pese a que creamos que somos demasiado poca cosa para esta tarea tan inmensa. Esto último, debido a que Dios se vale de nuestra debilidad (2 Cor 12,9) y aprovecha los dones que ha puesto en cada uno para el bien de todos (1 Cor 12,7).

Esa “semilla”, por cierto, es pequeñísima: sólo una gota de bondad-solidaridad-fraternidad proveniente de los creyentes en el Dios de la Vida, en medio del mar de una humanidad que ha aprendido mayormente a buscar su único beneficio, su único bienestar, su única prosperidad, sin parecer comprender que el egoísmo desatado sólo puede traer males.
Y aunque nos parezca poca cosa, sin esa gota-semilla al mundo le faltaría algo muy importante. Pero no hay que darse por vencidos y, en cambio, necesitamos seguir tratando de ser ese “grano de mostaza”, con la fe de quienes saben que llevamos un tesoro en vasijas de barro (1 Cor 4,7), el cual es Dios mismo trabajando desde nosotros para que alguna vez el Reino llegue a ser ese árbol frondoso que cobijará, dará frescor y alegría a nuestra Tierra, que lo necesita, lo merece y el Padre bueno quiere darnos.
Nuestros hermanos necesitan conocer esta Buena Noticia, para lo que, obviamente, requieren comprenderla. Así la Palabra de amor que se nos ha anunciado germinará e irá creciendo como sustento del Reino misericordioso que nuestro Dios siempre ha soñado para nosotros.

Que queramos y podamos ser semillas de la maravilla de tu Reino, Señor; y, a la vez, nos hagamos terreno fértil para que ésta se enraíce y fructifique en nosotros y desde nosotros para bien de todos. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, aportar para que el Reino de Dios se haga presente y sea la norma que rija la vida de todos,
Miguel

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