miércoles, 6 de junio de 2018

Una locura divina


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
10 de Junio de 2018
Domingo de la Décima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Génesis 3, 9-15 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia / Corintios 4, 13—5, 1

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos  3, 20-35
    Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
    Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios».
    Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
    Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».
    Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera».
    Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Quienes hemos tenido la gracia de conocer al Señor «creemos, y, por lo tanto, hablamos» (2L). ¿En qué creemos? En que «en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal), porque nos ama demasiado. Tanto que nos hace miembros de su propia familia, de tal manera que «el Señor Dios llamó al hombre» (1L) -y a la mujer- a vivir según su voluntad de amor para todos. Nos corresponde retribuirle amando y sirviendo a aquellos hermanos de humanidad que lo necesiten, «Porque el que hace la voluntad de Dios» se muestra como miembro de su familia (Ev).
¡Contagiémonos!
En nuestros tiempos se ha ido masificando el gusto o la necesidad por tener una vida más saludable: los gimnasios se llenan y la sección de productos para cuidarse en los supermercados va creciendo.
Los cuerpos están más tonificados y mejor nutridos, pero ¿podríamos decir que nuestra sociedad es más sana hoy que, digamos, hace algunas décadas?
Recientemente, por ejemplo, supimos de una joven de 13 años que se suicidó a causa del hostigamiento que sufría por sus compañeros de colegio. Esa es una de las causales que nos ponen en el 4° lugar del mundo en este tipo de muertes. Otros motivos son la presión por ser exitosos (¡ya a los cinco años de edad dando test para ingresar a algunos colegios!), el poco tiempo de los padres consumidos por largas jornadas laborales, el demasiado fácil acceso a drogas permitidas y prohibidas…
Y sólo estamos hablando de nuestros niños. Lo mismo sucede con los adultos: también estamos en los primeros lugares en enfermedades siquiátricas.
Más aún, si seguimos asomándonos a los noticieros, nos enteramos de que las deudas de los hogares chilenos se acerca al 70% de los ingresos que perciben, mientras que sólo en el primer día -de tres- dedicado a las ventas por internet (en el llamado cyber day) se transaron 90 millones de dólares. El consumismo nos consume.
Algo anda muy mal, por lo que podemos afirmar que no, no somos una sociedad sana… ni un mundo sano.
J.A. Pagola, teólogo, se hacía estas quemantes preguntas a propósito de este evangelio: “¿Qué es más sano, dejarse arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso, que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de la persona, o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en ‘la patología de la abundancia’? ¿Qué es más sano, seguir funcionando como ‘objetos’ que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un ‘sistema de deseos y satisfacciones’, o construir la existencia día a día dándole un sentido último desde la fe?”
El evangelio de este día nos cuenta que, hacia el servidor de servidores, acudía «tanta gente que ni siquiera podían comer»
Esta disponibilidad ilimitada es comprendida por sus familiares como que Jesús está demente: «Es un exaltado». Por lo que deben obligarlo a volver a su casa para que pueda reflexionar sobre su situación; y para conseguirlo, incluso, llevan a su madre, quien debe ayudarlos a que “entre en razón”.
Por otro lado, para los grandes sabios sus acciones demostrarían que Jesús está poseído «por el poder del Príncipe de los Demonios». Lo que significaría que no es un santo como cree la gente, y no se puede confiar en él.
En consecuencia, cercanos y distantes lo consideran un loco y un endemoniado. Una situación así derrumba la buena voluntad de cualquiera.
Para ambos grupos, sin embargo, él tiene una palabra que, cruzando los siglos, también resulta esclarecedora para nosotros, si, modestamente, y guardando las distancias, llegamos a sufrir dificultades por intentar hacer el bien.
Primero: «el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás», porque resulta imperdonable la actitud de los “bienpensantes” que ven algo bueno y le buscan la maldad. Es como cuando, en nuestros tiempos, se escucha: “estoy de acuerdo con su causa, pero la forma es mala…” aunque, generalmente, no hacen nada por esa causa que dicen compartir…
Porque ¿quién podría estar en contra de que se libere a los esclavos de los distintos demonios que esclavizan al ser humano? Nadie. Pero aquellos que tienen el corazón oscuro, porque se benefician del mal, porque sufren la envidia, o por lo que sea, buscarán la excusa para criticar: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios». Patético.
Y a la otra “acusación” responderá que su “locura” es hacer «la voluntad de Dios» y que, en esa inmensa y hermosa tarea humanizadora, todo quien quiera hacer este mundo más sano, viviendo y fomentando la acción solidaria y la empatía efectiva, entra automáticamente en la hermandad de los Hijos de Dios. Lo que, por descarte, implica que los otros se marginaron, por su cuenta y riesgo, de esta familia.
Es que el Maestro, contrario a lo que decían estas personas, estaba muy sano: con plena armonía entre sus pensamientos, obras y palabras, sólo que cometiendo la “demencia” de no poner su corazón en lo material, sino en buscar el Reino y su justicia, con plena confianza en que lo demás vendría por añadidura (Mt 6,25-33). Muy diferente a cómo vivimos nosotros.

No es fácil asemejarse en esto (ni en muchas otras cosas) a Jesús. Para esto (y para todo lo demás) se requiere fe, por cierto: esa se pide al mismo Señor (Lc 17,5), quien la provee generosamente para que nos sea más fácil confiar en que para Dios nada es imposible (Mc 10,24-27), ni siquiera cambiar nuestro modo mediocremente metalizado de vivir.
Pero, además, precisamos tener claras las convicciones, de tal manera de poder dar razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15), para lo cual contamos con el auxilio del Espíritu Santo (Rom 8,26), a quien le ayudamos a ayudarnos si somos asiduos a dos de sus medios privilegiados: el contacto con la Palabra de Dios y el compartir con los hermanos de comunidad.
A través de ellos, una vez que éste nos permita descubrir el plan del Señor para nosotros y nos decidamos a intentarlo con ganas, podremos no temer a lo que otros puedan decir, «ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación» (1 Cor 1,21), la que, como sabemos sólo es efectiva si va acompañada de acciones. Sumémonos a esta locura.

Que sepamos enfrentar las dificultades que cada día nos pondrá el mundo para intentar impedir nuestro aporte a la construcción de tu Reino, Señor, con la confianza de que en esta tarea contamos con tu poder. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, contagiarnos para contagiar el gozo del Reino de Dios que es posible construir entre nosotros,
Miguel

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