miércoles, 30 de mayo de 2018

En esta coyuntura y siempre: auténtica comunión


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
3 de Junio de 2018
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Lecturas de la Misa:
Éxodo 24, 3-8 / Salmo 115, 12-13. 15-18 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor / Hebreos 9, 11-15

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos  14, 12-16. 22-26
    El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
    Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
    Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
    Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
    Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Jesús vino a corregir la forma desviada –por poco humana- en que vivía su pueblo la relación con el Señor, por lo que, como él «es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres» (2L), comienza por sentir Él primero: «Yo, Señor, soy tu servidor» (Sal), y, como muestra de eso, se entrega por entero: cuerpo y sangre (Ev), de tal manera de inspirarnos a sentir nosotros: «estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor» (1L). Así se concreta la Alianza entre su total misericordia y amor y nuestra respuesta amando a los demás, como aprendimos de él.
No es sólo un rito.
¿Cómo podríamos en un medio ligado a la Iglesia Católica, como este, obviar el terremoto que está viviendo la institución en nuestro país y en este tiempo? No es posible.
La solemnidad de este día nos permite revisar aspectos muy importantes de esta crisis.
Jesús nos dice «Esto es mi cuerpo» tomando el tan cotidiano pan en sus manos. Luego dice «Esta es mi Sangre» refiriéndose al popular licor.
Ambos son “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”. Ambos reflejan la Creación entera, incluyéndonos con nuestras necesidades (alimento) y nuestras alegrías (vino). Entonces, cuando el Señor se identifica con estos elementos nos está diciendo que se identifica con todo; en todo está Dios. Además, podemos comprender que Dios es tan sinónimo de Servir que lo que mejor le representa son los tan necesarios y humildes pan y vino.
Cuando el Hijo de Dios se hizo carne, adquirió un cuerpo cuyo líquido vital es la sangre. Desde entonces, todos los cuerpos –sanos o enfermos, “bellos” o “feos”; niño, anciano, mujer, inmigrante, cesante… todos sin excepción– son el cuerpo santo de Dios. Y cuanto más enfermos y heridos sean, tanto más son cuerpo de Jesús (Mt 25,34ss). Por lo tanto, de manera muy especial, en los seres humanos está Dios.
San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, decía a sus oyentes cristianos: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? Pues bien, no toleres que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras fuera le dejáis que desnudo se muera frío. El que ha dicho: ‘Esto es mi cuerpo’..., ha dicho también: ‘Me habéis visto pasar hambre y no me disteis de comer’, y ‘Lo que no hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco lo hicisteis conmigo.’ El cuerpo de Cristo que está sobre el altar no necesita manteles, mientras que el que está fuera necesita mucho cuidado... ¿De qué le aprovecha a Cristo tener su mesa cubierta de vasos de oro, mientras él mismo muere de hambre en la persona de los pobres?".
Es ese sagrado lugar –el cuerpo de los más pequeños- el que profanaron estos hermanos nuestros.
Jesús fue enfático en su momento: «Si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa!» (Mt 18,6-7). Con él, al contrario de nosotros, no hay medias tintas.
Claramente todos esto de lo que estamos hablando son pecados, en nuestro lenguaje creyente. Por eso, no corresponde el silencio sobre lo que está sucediendo y, si se habla, hay que dejar de llamar a estos casos “errores” o “pequeñas dificultades”, además, porque en lenguaje civil se denominan delitos. Y quien los cometa debe afrontar la justicia. Sin excusas. Y sin importar el rango.
A propósito de lo anterior, es pertinente señalar que hay quienes han dicho, y concordamos con ellos, que el abuso sexual es síntoma de un problema mayor en nuestra Iglesia: el clericalismo (tentación de los consagrados de imponerse por sobre los laicos), el cual ha sido señalado como un defecto reiteradamente por el Papa (“perversión del ser eclesial”, le ha llamado) una de cuyas manifestaciones más terribles son los abusos de autoridad.
Vivimos una crisis. Ante estas hay dos opciones: la infértil, que es desesperarse; o la que puede producir frutos, que es sólo para gente de esperanza como los cristianos, la cual es ver en esta una oportunidad.
¿Oportunidad de qué? De purificar prácticas que, progresivamente, nos han ido alejando de la esencia del Evangelio.
Para ello, los hermanos ordenados –y nosotros también- deben recordar un par de pasajes bíblicos: cierta vez Pedro (el primer Papa, según nuestra tradición) acudió al llamado de alguien que lo necesitaba, éste «se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: “Levántate, porque yo no soy más que un hombre”» (Hch 10,25-26).
El otro, es el ejemplo de Pablo, el segundo pilar de la Iglesia de los comienzos, quien, además de su inmenso trabajo misionero, trabajaba haciendo tiendas de campaña (Hch 18,3) y afirma al respecto: «En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie. Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros. De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles…» (Hch 20,33-35).
¿Cuándo perdimos este estilo de servir en la Iglesia? ¿Por qué los obispos olvidaron que son sucesores de trabajadores manuales, como los pescadores, y no de príncipes?
A mayor abundamiento, y como dato decidor, consideremos que el obispo responsable explicó que ni siquiera comenzó una investigación sobre uno de los más emblemáticos sacerdotes acusados y hoy condenados, porque tenía buena fama, ya que había impulsado muchas vocaciones al sacerdocio y hasta de obispos. Sin embargo, poco o nada se habla de lo realmente importante para la fe en Jesús: su trabajo en solidaridad, fraternidad, comunidad de verdad y amor.

Esto habla del tipo de Iglesia que se fomenta: una espiritualista, alejada de los problemas de la vida corriente de la inmensa mayoría de quienes la formamos y de la de aquellos a los que estamos llamados a servir, en nombre del Señor.
Podríamos concluir que, desde la perspectiva de la fiesta del pan partido, repartido y compartido como se hizo para nosotros el Señor, de tal manera que hagamos de nuestra vida algo semejante, corresponde comprender que, para poder estar en comunión auténtica todos quienes comemos el pan y bebemos el vino en memoria Suya, ni los consagrados deben endiosarse a sí mismos, ni nosotros los laicos olvidar que todos somos hermanos y sólo nos diferenciamos en el ministerio o servicio que prestamos.
Tener presente esto ayudará, de aquí en adelante, a establecer relaciones más sanas entre nosotros y a prevenir que se vuelva a dañar lo más sagrado para nuestro Dios: el ser humano.

Que podamos comprender el maravilloso regalo que es el que tú, Señor, te hagas alimento para fortalecer nuestra capacidad de construir Comunidad y unidad en un mundo que necesita verlo. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que nuestra fe comunitaria contagie este mundo marcado por las sospechas y las diferencias violentas entre hermanos,
Miguel

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