PREPAREMOS
EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
3 de Junio de 2018
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Lecturas
de la Misa:
Éxodo 24, 3-8 / Salmo 115, 12-13. 15-18 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el
nombre del Señor
/ Hebreos 9, 11-15
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes
Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
Él envió a dos de sus discípulos,
diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un
cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro
dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con
mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande,
arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
Los discípulos partieron y, al llegar a la
ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen,
esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la
entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de
la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto
de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Jesús vino a corregir la forma desviada –por poco humana- en que vivía
su pueblo la relación con el Señor, por lo que, como él «es mediador de una
Nueva Alianza entre Dios y los hombres» (2L), comienza por
sentir Él primero: «Yo, Señor, soy tu servidor» (Sal), y, como muestra
de eso, se entrega por entero: cuerpo y sangre (Ev), de tal manera
de inspirarnos a sentir nosotros: «estamos decididos a poner en práctica
todas las palabras que ha dicho el Señor» (1L). Así se concreta
la Alianza entre su total misericordia y amor y nuestra respuesta amando a los
demás, como aprendimos de él.
No es sólo un rito.
¿Cómo podríamos en un medio ligado a la
Iglesia Católica, como este, obviar el terremoto que está viviendo la
institución en nuestro país y en este tiempo? No es posible.
La solemnidad de este día nos permite revisar
aspectos muy importantes de esta crisis.
Jesús nos dice «Esto es mi cuerpo»
tomando el tan cotidiano pan en sus manos. Luego dice «Esta
es mi Sangre» refiriéndose al
popular licor.
Ambos son “fruto de
la tierra y del trabajo del hombre”. Ambos reflejan la Creación entera,
incluyéndonos con nuestras necesidades (alimento) y nuestras alegrías (vino).
Entonces, cuando el Señor se identifica con estos elementos nos está diciendo
que se identifica con todo; en todo está Dios. Además, podemos comprender que Dios es tan sinónimo
de Servir que lo que mejor le representa son los tan necesarios y humildes pan
y vino.
Cuando el Hijo de Dios se hizo carne,
adquirió un cuerpo cuyo líquido vital es la sangre. Desde entonces, todos los
cuerpos –sanos o enfermos, “bellos” o “feos”; niño, anciano, mujer, inmigrante,
cesante… todos sin excepción– son el cuerpo santo de Dios. Y cuanto más
enfermos y heridos sean, tanto más son cuerpo de Jesús (Mt 25,34ss). Por lo tanto,
de manera muy especial, en los seres humanos está Dios.
San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, decía a
sus oyentes cristianos: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? Pues bien, no
toleres que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras
fuera le dejáis que desnudo se muera frío. El que ha dicho: ‘Esto es mi
cuerpo’..., ha dicho también: ‘Me habéis visto pasar hambre y no me disteis de
comer’, y ‘Lo que no hicisteis con uno de esos pequeñuelos, tampoco lo
hicisteis conmigo.’ El cuerpo de Cristo que está sobre el altar no necesita
manteles, mientras que el que está fuera necesita mucho cuidado... ¿De qué le
aprovecha a Cristo tener su mesa cubierta de vasos de oro, mientras él mismo
muere de hambre en la persona de los pobres?".
Es ese sagrado lugar –el cuerpo de los más
pequeños- el que profanaron estos hermanos nuestros.
Jesús fue enfático en su momento: «Si alguien
escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él
que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar.
¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de
aquel que los causa!» (Mt 18,6-7). Con él, al contrario de nosotros, no hay medias tintas.
Claramente todos esto de lo que estamos
hablando son pecados, en nuestro lenguaje creyente. Por eso, no corresponde el
silencio sobre lo que está sucediendo y, si se habla, hay que dejar de llamar a
estos casos “errores” o “pequeñas dificultades”, además, porque en lenguaje civil
se denominan delitos. Y quien los cometa debe afrontar la justicia. Sin
excusas. Y sin importar el rango.
A propósito de lo anterior, es pertinente
señalar que hay quienes han dicho, y concordamos con ellos, que el abuso sexual
es síntoma de un problema mayor en nuestra Iglesia: el clericalismo (tentación
de los consagrados de imponerse por sobre los laicos), el cual ha sido señalado
como un defecto reiteradamente por el Papa (“perversión del ser eclesial”, le
ha llamado) una de cuyas manifestaciones más terribles son los abusos de
autoridad.
Vivimos una crisis. Ante estas hay dos
opciones: la infértil, que es desesperarse; o la que puede producir frutos, que
es sólo para gente de esperanza como los cristianos, la cual es ver en esta una
oportunidad.
¿Oportunidad de qué? De purificar prácticas
que, progresivamente, nos han ido alejando de la esencia del Evangelio.
Para ello, los hermanos ordenados –y nosotros
también- deben recordar un par de pasajes bíblicos: cierta vez Pedro (el primer
Papa, según nuestra tradición) acudió al llamado de alguien que lo necesitaba,
éste «se postró a sus pies. Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: “Levántate,
porque yo no soy más que un hombre”» (Hch 10,25-26).
El otro, es el ejemplo de Pablo, el segundo
pilar de la Iglesia de los comienzos, quien, además de su inmenso trabajo
misionero, trabajaba haciendo tiendas de campaña (Hch 18,3) y afirma al
respecto: «En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de
nadie. Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y
a las de mis compañeros. De todas las maneras posibles, les he mostrado que
así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles…» (Hch 20,33-35).
¿Cuándo perdimos este estilo de servir en la
Iglesia? ¿Por qué los obispos olvidaron que son sucesores de trabajadores
manuales, como los pescadores, y no de príncipes?
A mayor abundamiento, y como dato decidor, consideremos
que el obispo responsable explicó que ni siquiera comenzó una investigación
sobre uno de los más emblemáticos sacerdotes acusados y hoy condenados, porque
tenía buena fama, ya que había impulsado muchas vocaciones al sacerdocio y
hasta de obispos. Sin embargo, poco o nada se habla de lo realmente importante
para la fe en Jesús: su trabajo en solidaridad, fraternidad, comunidad de
verdad y amor.
Esto habla del tipo de Iglesia que se
fomenta: una espiritualista, alejada de los problemas de la vida corriente de
la inmensa mayoría de quienes la formamos y de la de aquellos a los que estamos
llamados a servir, en nombre del Señor.
Podríamos concluir que, desde la perspectiva
de la fiesta del pan partido, repartido y compartido como se hizo para nosotros
el Señor, de tal manera que hagamos de nuestra vida algo semejante, corresponde
comprender que, para poder estar en comunión auténtica todos quienes comemos el
pan y bebemos el vino en memoria Suya, ni los consagrados deben endiosarse a sí
mismos, ni nosotros los laicos olvidar que todos somos hermanos y sólo nos
diferenciamos en el ministerio o servicio que prestamos.
Tener presente esto ayudará, de aquí en
adelante, a establecer relaciones más sanas entre nosotros y a prevenir que se
vuelva a dañar lo más sagrado para nuestro Dios: el ser humano.
Que podamos comprender el maravilloso regalo
que es el que tú, Señor, te hagas alimento para fortalecer nuestra capacidad de
construir Comunidad y unidad en un mundo que necesita verlo. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, que
nuestra fe comunitaria contagie este mundo marcado por las sospechas y las
diferencias violentas entre hermanos,
Miguel
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