miércoles, 11 de octubre de 2023

El Dios de la alegría

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

15 de Octubre de 2023                                             

Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 25, 6-10 / Salmo 22, 1-6 El Señor nos prepara una mesa / Filipenses 4, 12-14. 19-20

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 1-14


    Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:

    El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.

    De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.

    Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».

    Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.

    Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?". El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».

    Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús rescata la esperanza que ha descubierto y ha movido a su Nación desde siempre: «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo» (1L); «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal); y grafica todo esto con un gran «banquete nupcial» en el que todos son acogidos (Ev). Sus seguidores, hasta hoy, seguimos creyendo que «Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús» (2L) y somos invitados a vivir con alegría fraterna este regalo.

Invitados a ser felices y a regalar felicidad.

Como sabemos, el “contento, Señor, contento” del santo es más bien una excepción que la regla entre nosotros, los cristianos. Por eso, se utiliza diciendo: “como dijo el Padre Hurtado” y no “como dicen los cristianos”…

Es cosa de ver los rostros de quienes participan de sus distintos ritos o contemplar el desgarro de los familiares de un difunto entre quienes se supone que creen en la resurrección… o escuchar las conversaciones llenas de pesimismo y amargura de quienes se supone que son testigos de la esperanza (1 Pe 3,15).

El Reino que sueña y proclama Jesús (es decir, cómo imagina que sería el mundo si dejásemos al amor compasivo y misericordioso de Dios reinar en él) es un pródigo y alegre evento, como la fiesta de «un rey que celebraba las bodas de su hijo».

Pero tristemente «los invitados no eran dignos». Recordemos que se dirige principalmente a las autoridades de su Nación, «a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo» elegido.

No fueron dignos de su generosidad y deseos de felicidad para todos sus hijos, regateándole su cercanía y, peor aún, enseñando a aguantar cargas insoportables que provocaban cualquier cosa, menos alegría (Mt 23,4).

Sin embargo, la magnanimidad del Padre (que, por algo es Padre, y el mejor que hay) es imparable e invencible, por lo que envió, envía y enviará permanentemente: «inviten a todos los que encuentren», para que nadie (¡nadie!) se pierda la oportunidad de disfrutar de esta fiesta de amor: «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,11).

Evangelio significa “buena noticia”; es la noticia feliz que nos contó Jesús: el Padre Dios es como un padre que espera impaciente a que el hijo que lo abandonó regrese y, cuando esto sucede, corre hacia él conmovido y exultante y lo abraza y acoge sin esperar sus disculpas. Y hace una fiesta. Luego, quiere que el otro hijo, quien no se ha ido de su lado, pero guarda resentimientos contra su hermano y hasta con su padre, se una a la celebración también. Este Dios inclusivo es el Dios de la alegría que nos enseñó nuestro Maestro.

Por eso Pablo insiste: «Esfuércense por hacer siempre el bien entre ustedes y con todo el mundo. Estén siempre alegres» (1 Tes 5,15-16); «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense» (Flp 4,4).


Y no olvidemos el saludo del ángel a la madre de Jesús, en el que fue el comienzo de esta buena noticia: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

La pregunta hoy podría ser: nosotros que nos sentimos elegidos, ¿vamos a aceptar la invitación a la felicidad, que debe ser compartida entre todos sus hijos, que nos hace el Señor? ¿Vamos a atrevernos a usar «el traje de fiesta» que Él mismo nos ha dado: capacidad de encontrar en el servicio a los demás (Mc 10,44; Lc 10,36-37) la alegría de vivir? Y, de esta manera comprender que la compasión y solidaridad con los que sufren, sumado a lo anterior, les otorga a estas personas, también, razones para vencer sus tristezas.

Esta mayor felicidad colectiva es lo que podemos entender que sucedería si dejásemos a Dios reinar en nuestra sociedad.

 

Nos has elegido sólo porque tu amor es inmenso, Señor, pero, por negligencia, por falta de atención o por lo que sea, no vivimos con la conciencia de que esto ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo. Y ser felices por ello. Y contagiar alegría, auxiliando a quienes subsisten con dolores y angustias. Ayúdanos a suplir nuestras carencias en la coherencia que necesitamos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, sobre todo alegría, conducir nuestra vida de creyentes según las orientaciones de quien quiere que tengamos Vida en feliz abundancia,

Miguel.

 

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