miércoles, 4 de octubre de 2023

Los cuidados de la viña de Dios

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

8 de Octubre de 2023                                               

Domingo de la Vigésimo Séptima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 5, 1-7 / Salmo 79, 9. 12-16. 19-20 La viña del Señor es su pueblo / Filipenses 4, 6-9

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     21, 33-46


    Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
    «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
    Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
    Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
    Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»
    Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».
    Jesús agregó:«¿No han leído nunca en las Escrituras:
        "La piedra que los constructores rechazaron
        ha llegado a ser la piedra angular:
        esta es la obra del Señor,
        admirable a nuestros ojos?"
    Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».
    Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Nos dice el profeta acerca de la relación del Señor con su pueblo: «¡Él esperó de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!» (1L), los mismos que, a la vez, rogaban: «que brille tu rostro y seremos salvados» (Sal), sin embargo, no trabajaban para que esa salvación llegase a todos, sin excepción. Por eso el Hijo anuncia a las autoridades de su Nación: «el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos» (Ev). Para lograr aquello, el apóstol recomienda: «todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos» (2L). Y, por cierto, poner ese pensamiento en acción es aportar a construir el Reino.

Y las responsabilidades de los cuidadores…

Los viñedos eran muy valorados por el pueblo de la Biblia, el cual habitualmente desarrolló su vida en territorios resecos donde este arbusto, pese a ello, crece generosamente, dando sus sabrosos frutos y, con ellos, el vino, compañero socializador de los encuentros humanos.

Es uno de los símbolos de la abundancia que otorga el Dios liberador: «Cuando el Señor, tu Dios te introduzca en la tierra que él te dará, […] en casas colmadas de toda clase de bienes, que tú no acumulaste; en pozos que tú no cavaste; en viñedos y olivares que tú no plantaste…» (Dt 6,10-11).

Y está, históricamente, vinculada a lo que rescatan de la tierra: «Y esto te servirá de señal: Este año se comerá del grano caído, y el año próximo, de lo que brote espontáneamente; pero al tercer año, siembren y cosechen, planten viñas y coman de sus frutos» (2 Rey 19,29).

Por su parte, la imagen de la viña era muy querida por los antiguos hombres de Dios: «la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta». E, inmediatamente, viene la denuncia profética: «¡El esperó de ellos equidad y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!» (Is 5,7).

Otra: «¡Y eso que yo te había plantado con cepas escogidas, todas de simiente genuina! ¿Cómo entonces te has vuelto una planta degenerada, una viña bastarda?» (Jer 2,21).

Siguiendo esa línea, Jesús cuenta esta parábola y todos los que lo escuchaban entendían claramente de qué estaba hablando: de ellos, el pueblo elegido, la viña amada, cuidada y protegida por Dios. Por lo tanto, los viñadores a quienes se la “arrienda” son las autoridades religiosas que debían hacer que esta produjera buenos frutos («Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos»); los servidores que fueron a percibir esos frutos (exigir que fueran ejemplo de lo que debían enseñar acerca de Su Voluntad) eran, precisamente, los profetas, personas que solían ser maltratados o muertos en su misión. El hijo y la forma en que termina su vida es más claro aún para nosotros…

La conclusión: «el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Nosotros seríamos ese pueblo…

El tema es: ¿lo estamos haciendo mejor que esos viñadores? ¿estamos dando los frutos que el “dueño de la viña” espera?

Nos dice el Apóstol: «No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra […] No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos» (Gal 6,7-9).


Pues bien, la conclusión es que, libres como somos, podemos elegir sembrar lo que deseemos, pero no podemos decidir lo que vamos a cosechar, por lo que, si “nos cansamos de hacer el bien” o ponemos en primer lugar cualquier otra cosa distinta a amar-servir a los demás, que es lo principal de la enseñanza de Dios, cosecharemos la distancia con su Reino (recordemos el evangelio reciente sobre los publicanos y las prostitutas delante de los que saben mucho de religión).

Porque Dios, como entendemos sobre todo los cristianos, es un Padre bueno de todos, que libera, sana, cuida a sus hijos, los seres humanos, “su viña”, y si pone a alguien a su cuidado, espera que haga algo semejante en su Nombre para que puedan dar frutos de plenitud y humanidad.

 

El amor del Padre elige la humanidad como una viña que cuida con ternura, tanto que envió a su propio Hijo a entregar incondicionalmente su vida amando a sus hermanos. Que nosotros, sus seguidores, asemejando nuestras palabras y acciones a las suyas, podamos ser signos de los buenos frutos del Reino. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser activamente agradecidos del regalo del cariño y la elección del Padre Dios ,

Miguel.

 

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