miércoles, 18 de octubre de 2023

Dar amor en nombre de Dios

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

22 de Octubre de 2023                                             

Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 45, 1. 4-6 / Salmo 95, 1. 3-5. 7-10 Aclamen la gloria y el poder del Señor / Tesalonicenses 1, 1-5

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 15-21


Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
    Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto».
    Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
    Le respondieron: «Del César».
    Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Por la fe creemos que «el Señor es grande y muy digno de alabanza» (Sal), aceptando lo que Él mismo nos ha enseñado: «Yo soy el Señor […] no hay ningún Dios fuera de mí» (1L). Además, nuestro Maestro, a quien correctamente le han dicho: «enseñas con toda fidelidad el camino de Dios» (Ev), nos dejó como legado comprender que esa alabanza y ese caminar lo han realizado sólo quienes «han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia» (2L). Es decir, haciendo que las palabras produzcan frutos.

Lo que es de Dios es el amor.

Cada vez que nos encontramos con este evangelio notamos que los fariseos con los herodianos (que eran rivales entre sí) se unieron para tenderle una trampa a Jesús; que no tienen escrúpulo para eso en, primero, “dorarle la píldora”, como decimos en Chile, al ensalzarlo antes de hacerle la pregunta; que el intento de hacerlo caer era demasiado obvio como para que él no se diese cuenta: si decía sí, perdía su popularidad entre la gente; si decía que no, podía ser castigado por los romanos; y que él era muy hábil y sabio para responder, por lo que no fue víctima del engaño.

Pero hoy queremos invitarlos a meditar en el final de la réplica del Maestro: «…y [den] a Dios, lo que es de Dios». ¿Qué sería lo de Dios, en contraposición a lo que pertenecería al poder mundano?

Es complejo responderlo en esos términos, porque para todos sus compatriotas, como para él mismo (y para nosotros) «del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes» (Sal 24,1). Es decir, nada de lo que somos y conocemos puede ser considerado ajeno al Altísimo.

La diferencia estaría en el uso del poder: mientras el César exige sumisión y la impone con violencia; el Señor busca servir: «yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre ustedes –oráculo del Señor–: son planes de prosperidad y no de desgracia, para asegurarles un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11).

Y, por eso, Jesús, que es «la Imagen del Dios invisible» (Col 1,15) tiene la misma actitud, en su paso por nuestro mundo: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27) e invita a quienes le quieran seguir a repetir su ejemplo (Jn 13,13-15) y ellos lo entendieron así, actuando de esa manera y enseñando: «pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pe 4,10).


Es tan importante el servicio a los demás porque es la forma concreta y efectiva de hacer realidad (mucho más allá de las palabras) la enseñanza cúlmine de nuestro Maestro: «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,34-35).

Entonces, ¿qué le podemos dar a Dios, si Él es tan inmenso y no necesita nada, y nosotros somos tan pequeños y tan pobres? Nada, salvo lo que es propiamente suyo: el amor con que Él, quien es el amor (1 Jn 4,8), nos dotó para servir y amar en su nombre a todos sus hijos.

Así se puede hacer carne, realidad, el resumen de los mandamientos y de toda la Biblia, según Jesús: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu [y] Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39), porque «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20)

Es decir, dar a Dios lo que es de Dios puede significar que nos atrevamos a poner nuestros brazos solidarios, nuestra palabra fraterna y nuestro corazón cristiano a su disposición para que Él pueda seguir sirviendo a su amada Creación. Y lo opuesto, pues, todo lo contrario…

 

Señor, tú que eres el que ama, el amado y el amor, guíanos en el intento de darte lo que es tuyo, es decir, en el camino de buscar reflejar ese ser imagen y semejanza tuya en aquello que es tan fundamental en ti, amando y sirviendo a tus amados hijos, como aprendimos de Jesús. Que así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, Césares, los poderes terrenos, para no perdernos en qué entregar a quién,

Miguel.

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