miércoles, 25 de octubre de 2023

El mandamiento más bellamente grande

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

29 de Octubre de 2023                                             

Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Éxodo 22, 20-26 / Salmo 17, 2-4. 47. 51 Yo te amo, Señor, mi fortaleza / Tesalonicenses 1, 5-10

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     22, 34-40


    Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
    Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Para realmente «servir al Dios vivo y verdadero» (2L), debemos tener presente que Él se identifica, a Él se lo encuentra junto a los que sufren las injusticias, porque Él ya nos ha advertido que cuando aquellos le invoquen, «Yo escucharé su clamor […] porque soy compasivo» (1L). Es la misma sensación que ha tenido el salmista: «Invoqué al Señor […] y quedé a salvo de mis enemigos» (Sal). Entonces, como todos tenemos dolores y necesidades, debiese quedar claro que «el mandamiento más grande de la Ley» (Ev) no excluye a nadie, sino que incluye a todos: a Dios y al prójimo, en la entrega generosa, es decir, en el amor.

¿Cómo amar de manera efectiva a Dios y al prójimo?

Ya, ok, en nuestra sociedad tenemos más o menos claro que la enseñanza de Jesús se resume en el amor a Dios y a los demás. Hasta los no creyentes lo identifican de esa manera. Pero, duros de cabeza y de corazón como solemos ser, tratamos de poner límites “razonables” a esto: «se adelantó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”» (Mt 18,21).

O, como, en otro momento, vemos a los discípulos que empiezan a sentir como una carga de la que hay que deshacerse la mucha gente a la que atraía su Maestro: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos» (Mt 14,15).

Incluso hubo alguien que trató de “rayarle la cancha” a Jesús en su intento de amar hasta el final (Jn 13,1), cuando él «comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado […] que debía ser condenado a muerte […] Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo» (Mc 8,31-32).

Pero para Jesús, para su proyecto, para serle fiel al Padre, como lo conocemos, amar es siempre, en todo lugar y hacia todos. Así lo enseñaba y, lo que es más importante, así lo vivía.

Es lo que aprendió desde pequeño, al igual que todo su pueblo, estudiando los antiguos textos sagrados, donde mandaba, por ejemplo: «No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, […] No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor […] Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo» (Ex 22,20-26).

Es decir, han descubierto que Él es un Dios tierno y preocupado por las necesidades y dolores de sus hijos que exige, por ello, cuidado, respeto y amor concreto para quienes lo necesitan vitalmente: «Para los buenos brilla una luz en las tinieblas: es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo» (Sal 112;4).

Entonces, cuando alguien le pregunta, dentro de los más de 600 preceptos que existen en la Biblia, ¿cuál es el principal?, «Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”».

Por lo tanto, lo principal de la voluntad del Altísimo es que tengamos una disposición permanente a amar: a Dios y a los demás.

Es más, sin decirlo explícitamente, entendemos que Jesús enseña que, si llegase a ser necesario elegir entre Dios y el hombre, hay que elegir a Dios. No hay que escandalizarse, porque el Maestro ha relevado esto que es tan importante: Dios mismo elige primero al ser humano.

Porque, al finalizar su Creación, toda entera la pone en manos del varón y la mujer: «”Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”. Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno» (Gn 1,29-31).

El mismo Jesús, interpretando esta importancia, parece sentir que, si alguien quiere amar a Dios o «heredar la Vida eterna», bien puede saltarse los tres primeros mandatos, referidos a amarlo por sobre todo, no usar su nombre en vano y santificar su Día (porque Él no lo necesita para nada), e ir directamente a los relativos a su prójimo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre» (Mc 10,19).

De hecho, él también enseña: «si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24).

Por todo ello, si a alguien le importa o le interesa ser fiel a la voluntad de Dios o saber «¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?», es invitado por su Señor a intentar amar, sí, a Dios, pero para que sirva de algo, orientando ese amor a sus hijos amados, de una forma concreta y útil para ellos.

De esto depende «toda la Ley y los Profetas», es decir, toda la Sagrada Escritura.


De tal manera que, cuando Dios dice, por medio de su profeta: «Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar […] así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé» (Is 55,10-11).

Y lo que Él quiere, la misión que espera que cumpla, es, según nos enseñó Jesús, el universalmente conocido como profeta del amor, enseñarnos a amar siempre, a todos y en todo lugar, efectiva y eficazmente.

 

Nos has llamado, Señor, a vencer nuestro egoísmo, nuestra comodidad, nuestra indiferencia, nuestra comodidad, tratando de hacer de nuestra vida un amar a Dios y al prójimo poniendo en ello el corazón, el alma y el espíritu. La tarea nos excede, como sabes. Auxílianos en lo que nos falta para lograrlo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar siempre la forma de hacer parte importante de nuestra vida el mandamiento fundamental,

Miguel.

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