miércoles, 3 de enero de 2024

Saber ver

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

7 de Enero de 2024                                                  

La Epifanía del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 60, 1-6 / Salmo 71, 1-2. 7-8. 10-13 ¡Pueblos de la tierra alaben al Señor! / Efesios 3, 2-6

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     2, 1-12


Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».

Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta:

"Y tú, Belén, tierra de Judá,

ciertamente no eres la menor

entre las principales ciudades de Judá,

porque de ti surgirá un jefe

que será el Pastor de mi pueblo, Israel"».

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Algo muy importante que nos «ha sido revelado por medio del Espíritu» (2L) es que «las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti brillará el Señor» (1L), especialmente si eres o te haces solidario con los más pequeños, «porque él librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado. Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes» (Sal), gracias a que nos ha nacido «el Pastor de mi pueblo» (Ev), nuestro Maestro y Señor, Jesús.

Señales en el Cielo… y también en el cielo.

Hace ya varias décadas era parte de lo que un niño aprendía de los adultos el saber identificar en las noches conjuntos de estrellas como “Las Tres Marías” o “La Cruz del Sur”, por ejemplo. Dudamos que algo así sea frecuente en nuestros días.

Ya nadie mira las estrellas. En primer lugar, porque la excesiva luminosidad artificial de nuestras ciudades nos la ocultan; pero, también, porque muy pocos dedican tiempo a dirigir su mirada a lo alto, ya que nuestros sentidos se encuentran demasiado ocupados en las cosas pedestremente terrenales.

Los citadinos tenemos la desdicha -tan acostumbrada que ni la reconocemos- de perdernos el maravilloso espectáculo cotidiano que es el cielo estrellado. Lo peor es que sólo nos ocupamos (y no siempre) cuando las noticias nos anuncian que se presentará un fenómeno pocas veces visto, con nombres rimbombantes, como “luna roja de sangre”, entre otros. Y en esas ocasiones hasta necesitamos que nos instruyan cuándo y hacia dónde mirar…

En fin, concluimos en que somos, en general, bastante ignorantes acerca de lo que sucede sobre nuestras cabezas. Algo semejante ocurre con el simbólico “Cielo” en el cual, según tradiciones ancestrales, habita y se mueve Dios, por lo que sería donde Él manifiesta sus señales…

Precisamente, Epifanía significa manifestación o revelación, en este caso, del Señor. ¿Qué signo utiliza, según este texto? Una estrella. ¿Cuál es el acontecimiento que busca revelar? Al «rey de los judíos que acaba de nacer».

Pero eso no ocurrirá según nuestros parámetros humanos, que lo pondrían cerca o en la corte de Herodes, sino que fue lejos de ahí que «encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje».

¿Qué distinguía a estos «magos de Oriente», de entre cientos de miles de otras personas, como para ser los únicos que descubrieran este acontecimiento? Que, al contrario de los demás, ellos estaban atentos al cielo, abiertos a ver señales. Pero, también, a escuchar a otros, como a «los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo», reconociendo humildemente que tenían más estudios sobre aquel que debía nacer.

Y, por último, lo más importante: estaban determinados a seguir esos signos y enseñanzas que iban descubriendo, al contrario de los “creyentes”, tan encerrados en sus conocimientos, que éstos no fueron capaces de hacer que se movieran ni un poco, ya que ninguno de ellos, después de conocer el propósito de los extranjeros, se interesó en acompañarlos. Por ello, ocurrió que todos los que seguían la fe en el Esperado de los Siglos, “la religión correcta”, tristemente, dejaron pasar la oportunidad.


Una reafirmación de la sabiduría de estos forasteros es que siguieron usando su buen criterio, aún después de cumplir con el objetivo de su viaje, por lo que, pese a la advertencia del rey, «volvieron a su tierra por otro camino».

Aprovechando este relato para nuestra vida, podríamos decir que, a nosotros nos toca, entonces, no olvidar mirar hacia el cielo (el físico, de las maravillosas estrellas, porque nos hace bien; y el espiritual, de las cosas de Dios, porque también nos beneficia), para poder estar atentos a sus señales. De esa manera, ser capaces de descubrir su epifanía en lo sencillo; escuchando a quienes tienen conocimientos, pero sin dejar de meditar con criterio propio, y, así, saber darle la alabanza que le corresponde; finalmente, después del encuentro con Él, tomar un camino distinto al que llevábamos antes de conocerlo, porque si de verdad nos ha sido manifestado, no podemos seguir exactamente igual que antes.

 

Padre infinitamente Bueno, esperamos que sigas manifestando todo tu amor por nosotros, y que nunca dejes de guiarnos para ver dónde y cómo lo haces, con signos evidentes o más sutiles, pero que siempre serán elocuentemente para el bien de todos tus hijos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber y querer buscar las numerosas señales que Dios nos da, para después atrevernos a seguirlas,

Miguel.

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