miércoles, 21 de febrero de 2024

Conocer, reconocer y que se note

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

25 de Febrero de 2024                                             

Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18 / Salmo 115, 10. 15-19 Caminaré en presencia del Señor / Romanos 8, 31-34

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     9, 2-10


    Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
    Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
    Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo».
    De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
    Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El creyente puede repetir con confianza: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (2L), porque sabe que la eterna promesa de Él es: «te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo» (1L). Ante eso, nace responderle «Yo, Señor, soy tu servidor» (Sal). Y para que no tengamos dudas acerca de cómo descubrir cuál es Su Voluntad para nuestra vida, Él nos indica a Jesús y nos dice: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo» (Ev).

Para que sirva a otros.

Como sabemos, los chilenos no somos muy dados a valorar lo que otros hacen; más bien predomina la práctica que acá se conoce como el “chaqueteo”, como imagen de que si alguien “sube”, los de abajo le tironearán la chaqueta para desestabilizarlo o hacerlo caer…

Algunos estudios señalan que las personas que se sienten valoradas tienen un 23% menos probabilidades de experimentar depresión y un 36% menos de probabilidades de sufrir de ansiedad. A mayor abundamiento, se pueden recordar estas palabras de Freud: "la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz, como lo son unas pocas palabras bondadosas".

Pero esa actitud mencionada no es propia de un solo pueblo. Como sabemos, en cierta ocasión, Jesús «se dirigió a su pueblo […donde se dedicó] a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”» (Mc 6,1-4).

Incluso esos mismos familiares mencionados no valoraron su labor en su momento: «Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado” (alterado, fuera de sus cabales)» (Mc 3,20-21).

Pues bien, del evangelio de este día podemos resaltar que, así como los relatos pascuales buscan señalar que el Resucitado es el mismo Jesús que había compartido vivencias y experiencias humanas con quienes se fue encontrando por las tierras judías y murió frente a sus ojos, la Trasfiguración hace lo propio, pero en sentido opuesto: muestra al Maestro que estaba conviviendo de forma cotidiana y normalmente humana con los discípulos como el mismo Señor glorificado.

Esto nos señala que sus discípulos, tan cercanos a él como fueron, no tuvieron la capacidad, o no hicieron mucho por abrir la mente y los ojos del corazón para reconocer lo divino que había en aquel que comía y bebía con ellos.

Y de la misma manera, estos que pudieron conocerlo mejor que nadie, no tuvieron la habilidad ni la sabiduría para, posteriormente, descubrir en el Resucitado los gestos y acciones de su Maestro y amigo, Jesús.

Si revisamos otro relato referente a la identidad del Nazareno, descubrimos que el desconocimiento de su esencia era permanente. Se trata de aquel en que les pregunta a sus cercanos acerca de lo que se dice acerca de quién es él «Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”» (Mc 8,28).

Inmediatamente después Jesús, que ya ha oído las opiniones de los demás, quiere saber qué creen los que debiesen conocerlo: «”Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro [a nombre de todos] respondió: “Tú eres el Mesías”» (Mc 8,29). Al fin alguien que lo entiende… ¿o no?

No, porque, cuando les explicaba lo que implicaba esto: «el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado […] debía ser condenado a muerte [… entonces el mismo] Pedro llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo» por no cumplir con sus expectativas de Mesías. Debido a eso, Jesús «lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”» (Mc 8,32-33). Tampoco lo había comprendido el representante de su comunidad más íntima…

Nada de lo anteriormente expresado ocurrió ni ocurre por maldad o mala voluntad, se trata más bien por ignorancia, comodidad o temor a la consecuencia que tendría el aceptar lo extraordinaria que es la otra persona: imitarla en su bondad y sus buenas obras.

Por eso, lo más importante del texto para este día es que la voz del cielo señala: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». Él lo reconoce cariñosamente, para que quienes le creamos también le reconozcamos con afecto, dando el siguiente paso: escuchándolo. Esto, recordando que escuchar en sentido bíblico significa poner cuidadosa atención, para luego realizar lo que se nos dice.


Hasta Jesús la gente había “escuchado” (o al menos intentado hacerlo) a Moisés (el redactor de los mandamientos divinos) y Elías (que representa a todos los profetas, personas que daban a conocer la voluntad de Dios, pese a los riesgos que conllevaba el cuestionar la forma de vida de los demás). Ahora (el “ahora” del tiempo de este relato y el “ahora” nuestro) hay que acoger y dejarse guiar por el mensaje y las enseñanzas del Hijo predilecto (por dedicar su vida a hacer Su Voluntad) del Dios Eterno, Padre Bueno de todos.

No hay mejor manera, por ser la que tiene más utilidad para otros, de reconocer quién es verdaderamente Jesús. Ni mejor forma de reconocer quiénes son ellos: hijos amados de Dios, es decir: nuestros hermanos.

 

Señor, tú bien sabes que solemos decir que te conocemos, pero que nuestros actos y palabras no dicen lo mismo. Te pedimos que sigas guiando nuestros intentos por ser más coherentes entre lo que decimos creer y lo que nuestras actitudes muestran. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comportarnos como amigos, como familia, como cercanos al Señor, haciendo que nuestros actos demuestren que lo conocemos y lo reconocemos,

Miguel.

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