miércoles, 7 de febrero de 2024

El poder de la ternura

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

11 de Febrero de 2024                                             

Domingo de la Sexta Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Levítico 13, 1-2. 45-46 / Salmo 31, 1-2. 5. 11 ¡Me alegras con tu salvación, Señor / I Corintios 10, 31—11, 1

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 40-45


    En aquel tiempo:
    Se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
    Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
    Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

La lepra, más aún que otras enfermedades, hace que quien la padezca, llegue a ser condenado de esta forma: «Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento» (1L). Es decir que, además de sufrir sus desagradables síntomas físicos, acarreaba aislamiento. Por eso, para buscar liberarse de tanto mal, el leproso, de rodillas clama esperanzado: «Si quieres, puedes purificarme» (Ev). Y, al conseguirlo, puede vivir feliz como aquel «que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta» (Sal). Hoy hay nuevas “lepras” que también provocan que haya marginados en nuestro tiempo y nosotros somos los llamados a purificarlas por amor, siguiendo el consejo de Pablo: «háganlo todo para la gloria de Dios» (2L).

Sanando marginaciones y exclusiones.

La lepra es una condición sanitaria muy poco frecuente en nuestro tiempo, lo que nos puede hacer difícil comprender la importancia de las palabras y gestos de Jesús en el evangelio que se nos ofrece a la meditación esta semana.

Nos puede ayudar el recordar lo que aprendimos sobre enfermedades contagiosas a raíz de la reciente pandemia: recordar el miedo, recordar el hecho de que buscábamos poner distancia de otros, recordar las extremas medidas de cuidado y auto protección…

No olvidemos que lo que nos provocaba temor era ser contagiados y morir. El mismo miedo que movía a los contemporáneos del Maestro respecto a quienes padecían esa enfermedad a la piel que recordamos.

La diferencia es que nosotros en ese entonces nos aislábamos, pero en los tiempos de Jesús se mantenía alejados y marginados a los que padecían esa condición.

Lo anterior debido a que las enfermedades, en general, se consideraban castigo de Dios; pero esta era una de las peores, por el hecho de ser incurable. Por eso estaba prohibido que tuvieran contacto con los demás para evitar el maligno contagio.

Pero, además de lo anterior, y como si fuera poco, se consideraba que el contacto físico de los leprosos con otros les contagiaba a ellos, además de la enfermedad, la impureza ante Dios también.

Para intentar evitar todo esto se los obligaba a vivir en cuevas alejadas, se les impedía acercarse a las ciudades, e, incluso, si debían transitar un camino público debían hacer sonar una campana o ir gritando: “impuro, impuro”.

No había persona más marginada (en una sociedad llena de marginaciones sociales, religiosas, de sexo y otras), por lo tanto, que quien padecía la lepra.

Pese a todo lo anterior, Jesús se atreve a tocar a uno, “sin mascarilla ni alcohol gel”, es decir, se expuso al contagio y a ser considerado también impuro y, por ello, a llegar a ser excluido de la sociedad, sin amedrentarse por ello.

Ese acercamiento del rabí nazareno a estos marginados (y a muchos otros), el poder de su ternura, era un primer y muy fundamental paso hacia la sanación de ellos.

Antes de demostrar su capacidad milagrosa, muestra su misericordia recuperadora. El evangelio nos cuenta lo que siente: lo vemos «compadecido»; y, después, lo que hace: «extendió la mano y lo tocó».

Leer y meditar la Biblia y, sobre todo, los evangelios, sólo tiene sentido para quienes nos consideramos cristianos si buscamos el sentido de estos y rescatamos de ahí enseñanzas para nuestra vida.

Primero, sería muy bueno, más aún, imprescindible, aprender a despojarnos de los prejuicios. O, en positivo: intentar asemejar nuestra mirada a los demás a la de nuestro guía de vida, Jesús, la que era tierna y atenta a las necesidades de otros, además de acogedora de su situación.


Posteriormente, nos haría bien tener la humilde disposición a reconocernos enfermos, para acercar nuestro corazón a decirle al Señor: «si quieres, puedes limpiarme», con la certeza de que él puede y quiere cambiar nuestra vida.

Y, en último término, pero no el menos importante, sino al contrario: como una forma efectiva de agradecerle, buscar sincera y prácticamente tener actitudes como las de nuestro Maestro, compadeciéndonos y ayudando a sanar a todos los que nos sea posible y lo necesiten.

Lo anterior, recordando que hoy existen demasiados excluidos de distinto tipo, muchos “leprosos” que anhelan que alguien, como hacía Jesús, rompa con las normas antihumanas y antimisericordiosas, para acercarse y regalarle la ternura sanadora de la que somos capaces, pero poco usamos.

 

Que podamos recordar que todos hemos sido dotados por nuestro Creador, de quien somos imagen y semejanza, de la gracia de que si queremos podemos acercar una mano sanadora con la fuerza misericordiosa de la ternura a los necesitados. Ayúdanos, Señor, a vencer los obstáculos que nos impiden ejercer este poder. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, rescatar esa hermosa ternura que tenía Jesús para los demás, para intentar posteriormente dar la nuestra a los hermanos,

Miguel.

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