miércoles, 10 de abril de 2024

En comunidad hay más posibilidades de ver al Resucitado

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

14 de Abril de 2024                                                  

Domingo de la Tercera Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 3, 13-15. 17-19 / Salmo 4, 2. 4. 7. 9 Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro / I Juan 2, 1-5

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 35-48

 


   Los discípulos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

    Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».

    Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo».

    Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.

    Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».

    Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Confiados en que, como ocurre al salmista, «Él me escucha siempre que lo invoco» (Sal), pidámosle que, igual que hizo con sus discípulos, a quienes «les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras» (Ev), nos ilumine qué significa que «El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús» (1L), de tal manera que, pudiendo comprender sus enseñanza y su ejemplo, vivamos de esta manera nuestra fe, porque «La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos» (2L), que se resumen en amar, sirviendo, a los demás.

La fe es personal, pero se vive con otros.

Nuestras sociedades se caracterizan por fomentar el individualismo exacerbado; se nos dice -y se nos transmite al inconsciente- que “cada quien se rasca con sus propias uñas”, que “solos vinimos al mundo y solos nos iremos” …

Lo anterior es técnicamente cierto, pero pasa por alto que, en el momento que se abren nuestros ojos a este mundo, normalmente, hay un grupo de personas que preparó el acontecimiento; y otro -al que llamamos familia- que nos acogió inmediatamente después y nos cuidó por mucho tiempo más. Tan solitario no fue, por lo tanto.

Algo semejante ocurre en la otra punta del camino: cuando nuestros ojos se van a cerrar definitivamente -normalmente, insistimos-, habrá varios que estarán física y espiritualmente acompañándonos en este trascendental paso. Tan solitario no debiese ser, por lo tanto.

Y es que es parte de lo mejor que tenemos como seres humanos el ser gregarios: buscar unirnos a otros en los distintos tramos de nuestra vida. De hecho, Jesús lo practicó y enseñó a practicarlo de esta manera. Más aún: las apariciones del Resucitado permanentemente fomentan esta situación: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt 28,10).

Hoy, por ejemplo, vemos que donde hay una comunidad que rememora a Jesús, ahí está él, porque, como había ya dicho: «donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18,20). Por eso cuando sus discípulos estaban reunidos compartiendo los últimos acontecimientos, como hacemos todos en nuestros grupos, al menos una vez a la semana, «se apareció en medio de ellos».

Incluso, otro relato nos cuenta el caso de la comunidad reunida un día, «el primero de la semana», es decir, nuestro Domingo, que recibe al Señor, pero que quien no estuvo (Tomás) queda fuera de esa experiencia, hasta que está con ellos nuevamente una semana después (Jn 20,19-29).

De hecho, podemos recordar que sus últimas palabras, en la versión del evangelista Mateo fueron: «yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Además, tenemos la perenne invitación a unirnos libremente a él, para que pueda quedarse en nosotros: «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes» (Jn 15,4).

Pero, como era y sigue siendo tan comunitario, no anda solo, por eso afirma: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él» (Jn 14,23).

Todo esto suena bello, pero toma mayor sentido si entendemos que, más que Jesús de Nazaret, una


persona con límites físicos como todos («Cuando todavía estaba con ustedes…»), el que dice -y puede cumplir- estas palabras, es el definitivo vencedor de la muerte, quien «debía […] resucitar de entre los muertos», para, encontrándose ya liberado de las restricciones de nuestro cuerpo mortal, le sea posible estar con todos y en todos a la vez, de tal manera que pueda ser, como se prometió, el «Dios con nosotros» (Mt 1,23).

Esta compañía le da fuerzas y sentido a nuestro existir, personal y comunitario, permitiendo que podamos superar la chatura y agregarle contenido a nuestra vida; nos hace mejores personas.

¿Cómo aportar a hacerle presente a aquellos que no creen? Intentando que sus enseñanzas se transformen en estilo de vida por aquellos que nos decimos creyentes en él, de tal manera que sepamos vencer el gris individualismo para ir aportando a construir sociedades más luminosas, por medio de comunidades fraternas y solidarias, inspiradas en nuestro Maestro.

 

Señor, tú que nos otorgas la dinámica paz de tu presencia para impulsarnos a compartir la Buena Noticia de que el amor no puede morir, si habemos quienes no nos dejamos vencer por el egoísmo y la indiferencia, haznos coherentes constructores del Reino de la manera que aprendimos de ti. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, permitir que la fuerza del Resucitado estremezca y remueva nuestra tendencia al egoísmo, para intentar llenar nuestra vida de amor activo hacia los demás,

Miguel.

 

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