PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
21 de Abril de 2024
Domingo de la Cuarta Semana de Pascua
Lecturas de la Misa:
Hechos 4, 8-12 / Salmo 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29 Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor / I Juan 3, 1-2
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Es increíble que aún no haya llegado a toda la humanidad esta Buena Noticia, este maravilloso anuncio: «¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente» (2L). Si eso algunos lo hemos aprendido y comprendido ha sido porque «el que viene en nombre del Señor» (Sal) nos lo mostró y demostró «dando su vida por las ovejas» (Ev), que somos nosotros, sus hermanos, hijos del Padre del cielo, y, a la vez, otorgándonos la misión de hacer el anuncio de esto, realizando algo muy semejante a aquello quienes estamos convencidos de que «no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos» (1L) y de que el mundo tanto necesita a este Buen Pastor.
A los cristianos, en general, se nos ha criado en la creencia de que estamos en “la única religión correcta”. Más aún, dentro del catolicismo se ha dicho históricamente: “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Con el paso de los siglos, especialmente después de la mitad del anterior, cuando la razonabilidad exigía una aclaración al respecto, fueron saliendo voces que trataron de morigerar lo brutales, por lo sectarias e intolerantes, que suenan estas afirmaciones. Así nos encontramos con que el Vaticano II morigera lo anterior asegurando que la Iglesia “es necesaria para la salvación” (LG, 14), mientras el Catecismo de la Iglesia afirma que ésta “es, en este mundo, el sacramento de la salvación, [es decir:] el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres” (N° 780)”.
Saltándonos el razonamiento lógico (al que tan poco afecto le tenemos los cristianos), que indica que la nuestra es una de cientos y miles de creencias que se ha dado la humanidad, las que bien cada una podría exigir ser la correcta, lo que es, obviamente, tan subjetivo como decir que “mi mamá es la mejor”. Una percepción que en ese y en todos los casos, de pretender ser absoluta, es objetivamente soberbia, al despreciar la de todos los demás…
Desde el lado de los creyentes, eso hablaría muy mal de nuestro Dios, ya que excluiría a millones de humanos que han existido, existen y existirán, los que, por distintos motivos no tuvieron ni tienen acceso a esta Iglesia. Eso, sin mencionar a los que, debido a las razones ya conocidas, legítimamente, tienen motivos para no querer acercarse a esta institución.
Hasta ahí una somera crítica a ese exclusivismo que mencionamos al comienzo, pero, además, es necesario fijarnos en las actitudes de nuestro propio Maestro de vida, quien está en el origen de nuestra fe.
Un episodio del evangelio nos ilustra esto. Cierta vez, uno de sus apóstoles le señala: «“Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros”» (Mc 9,38-40).
Ocurre que él no era una persona excluyente, sino todo lo contrario, era entrañablemente acogedor y cercano a toda persona; no estaba en su forma de vivir la relación con Dios el poner la suya por sobre la de los demás.
En una ocasión, más aún, les dijo a sus hermanos de creencias: «no se contenten con decir: “Tenemos por padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham» (Mt 3,9).
En otra: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. […] Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre» (Jn 4,21-23).
Recordando que una de las cosas que une a los judíos es declararse hijo del Patriarca Abraham y que una actividad muy importante de su religión, en el tiempo en que él vivió, era adorar a Dios en el Templo, localizado en la “ciudad santa” de Jerusalén…
Es más, no tiene inconveniente en armar una de sus parábolas alabando las buenas acciones de una persona de otra religión, anteponiéndolas al cumplimiento de los religiosos de la suya (Lc 10, 30-37).
Y eso no da una pista de lo que es importante para él, más allá de lo que cada cual crea.
En palabra de un discípulo de los primeros tiempos: «La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo [egoísta]» (Stg 1,27), lo que puede ser muy bien remachado con esta sentencia: «la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (Stg 2,17), si reconocemos que nuestra fe debe basarse en las enseñanzas de Jesús, resumidas en un gran mandamiento, de tal manera que «en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud» (1 Jn 2,5).
Debido a todo esto, hoy encontramos esta importante frase para la meditación que estamos desarrollando: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor».
Es que nuestro Buen Pastor es amoroso con todas las “ovejas” (criaturas) de Dios, sin discriminaciones ni exclusivismos, debido a que ha entendido que «habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos, en primer lugar, y también para los que no lo son, porque Dios no hace acepción de personas» (Rm 2,10-11).
Ayúdanos a liberarnos de los fanatismos, sectarismos y exclusivismos que vamos creando y nos impiden vivir nuestra fe de la manera amplia y acogedora que tú, Señor, enseñaste y esperas de quienes nos digamos seguidores tuyos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, crecer en el necesario convencimiento de que nuestras pequeñas mentes pueden acceder solo a una parte de la verdad y que, mientras más escuchemos y acojamos distintos puntos de vista, más cerca nos encontraremos de la Verdad,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario