miércoles, 16 de abril de 2025

Creer de verdad en que está vivo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

20 de Abril de 2025                                                  

Domingo de Pascua de Resurrección

(Vigilia Pascual)

 

Lecturas de la Misa (algunas):

Génesis 1, 1—2, 2 / Salmo 103, 1-2. 5-6. 10. 12-14. 24. 35 Señor, envía tu Espíritu y renueva toda la tierra / Romanos 6, 3-11 / Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23 Aleluia, aleluia, aleluia

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     24, 1-12


    El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
    Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: "Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día"» Y las mujeres recordaron sus palabras.
    Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
    Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Y no dejar que nuestra fe refleje muerte.

El texto para este día contiene una pregunta que aún hoy podría y debería retumbar en nuestro corazón aún hoy: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?».

Es que, precisemos y no olvidemos: los cristianos creemos en una persona que murió, pero resucitó y no muere más. Que la muerte ha sido vencida definitivamente.

Es una fe llena de vida, fundamentada en que el nuestro «no es un Dios de muertos, sino de vivientes» (Mt 22,32). Sin embargo, la percepción general es que es, en cambio, una religión de dolor, agonía y muerte…

Sin ir muy lejos, notemos que, principalmente en las iglesias católicas, es difícil encontrar imágenes gloriosas, pero, por el contrario, sobran aquellas del crucificado desangrándose.

Y eso no es casualidad, sino un signo de una forma de creer: triste, melancólica, desgarrada. Como si fuera un error o hasta una blasfemia ser alegres.

Retornemos al texto evangélico: las protagonistas son las mujeres, las mismas que estuvieron atentas a todo lo que ocurrió en la crucifixión (Lc 23,49) y que después se cercioraron bien dónde quedaría el cuerpo de su Maestro (Lc 23,55).

Ellas son movidas por el amor: van a su tumba apenas les es posible, «al amanecer», «con los perfumes que habían preparado» con cariño para homenajear a quien fue sepultado apresuradamente y sin los honores que requería, porque «ya comenzaba el sábado» (Lc 23,54), el día de reposo sagrado.

No hay esperanza alguna en su actividad: esperan encontrar un muerto al que ungir. Debido a aquello la ausencia del cadáver les provoca el natural desconcierto, de ninguna manera su fe.

La aparición de «dos hombres con vestiduras deslumbrantes», símbolo de los anuncios divinos, recordándoles que Jesús había anunciado que era necesario «que resucite al tercer día», dio el puntapié inicial para que comenzara una reflexión que iría creciendo en su comunidad hasta llegar a entender que la Vida que somos, esa con la que fuimos creados por aquel que todo lo hizo bien (Gn 1,31), no muere, no puede morir definitivamente.

Esta experiencia ocurre «el primer día de la semana», el día nuevo (Is 43,18-19), el de la nueva creación: «Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él» (Sal 118,24).

Estas mujeres de fe «contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron».

Los Once, aquellos de los que el evangelista, al contrario de las mujeres, no da noticias -salvo por Pedro, quien lo traiciona negándolo finalmente- porque tempranamente habían perdido la fe, abandonando a Jesús al momento de su aprehensión. Ellos califican de delirio y no pueden creer lo que las creyentes les narran. Para ellos la muerte es el final. No es posible que el Maestro esté vivo hoy.


Podríamos entender, entonces, que en estas cuestiones no tiene mayor importancia los títulos o trayectorias que se tenga (como los Apóstoles), sino la confianza en que donde dos o tres se reúnen en su Nombre (como las mujeres), Él está presente en medio de ellos (Mt 18,20), convencidos de que no está muerto, sino vivo para siempre.

Debido a eso, es necesario que sepamos que cuando los creyentes proyectamos un Cristo que no seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, ese es un "Jesús muerto", uno que permanece estático clavado en la cruz. No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre (Hch 2,32). No es el que vive y da vida en abundancia (Jn 10,10), al motivar a que sus seguidores ayuden a humanizar las existencias de todos los que los rodean, sirviéndolos con alegría.

 

Las mujeres que llegaron al sepulcro, debido a que te amaban, Señor, fueron iluminadas a descubrir tu resurrección. Y, desde entonces, con sus acciones convencieron a muchos. Danos un cariño y una capacidad semejante para lograr llevar al mundo la Buena Noticia del amor que siempre está vivo y nunca muere. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, no tirar ninguna piedra nunca y buscar la vida y la felicidad de todos,

Miguel.

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