No es muy larga la
distancia,
sí es peligroso el
camino
que va de Jerusalén
hasta el verde
paraíso
de Jericó, fértil
vega,
novia del sacro
Jordán
y manantial del
Profeta.
Y, aunque próxima al
Mar Muerto,
es rico vergel de
vida:
"la ciudad de
las palmeras
y las rosas
encendidas."
Yace en la cuneta un
hombre,
medio muerto y
malherido,
mas todos pasan de
largo
eludiendo
compromisos:
el sacerdote, el
levita
y otros muchos
peregrinos.
Pasa un buen
samaritano,
caballero en su
pollino,
y sin preguntar
quién es
-aunque bien ve que
es judío-
se aproxima sin
desdén,
le hace una cura de
urgencia
con su propio aceite
y vino,
y lo lleva hasta el
mesón
donde lo cuida con
mimo.
-"¡Cuídalo bien
mesonero,
yo te pagaré con
creces
cuanto hayas gastado
en él,
cuando vuelva de
camino!"
¿El prójimo
verdadero?
El que prestó sus
auxilios,
el que olvidó que
aquel hombre,
medio muerto y
malherido
que yacía en la
cuneta,
era un olvidado
judío;
el que olvidó que
era suyo
su propio aceite y
su vino.
¡Caminante de la
vida,
procura hacer tú lo
mismo!
José Luis Martínez, SM
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