6 de agosto de 2013
TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Lecturas:
Daniel 7,
9-10. 13-14 / Salmo 96, 1-2. 5-6. 9 El Señor reina, altísimo por encima de toda la tierra
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
9, 28-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió
a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban
con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de
la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño,
pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres
que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a
Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías.»
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba,
una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se
llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi
Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese
tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.
MEDITACION
La
Iglesia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor el mismo día que se conmemora
el lanzamiento de la primera bomba atómica en una ciudad habitada: Hiroshima,
Japón.
En
la primera, Dios transfigura o transforma la apariencia física de Jesús, como
adelanto de lo que llegaría a hacer con él, como respuesta a su fidelidad al
Reino y su justicia (cf Mt 6,33): a él, como ya
sabemos, por eso, «le fue dado el
dominio, la gloria y el reino» (1L).
En
la otra, el hombre muestra su poder desfigurando al hombre, demostrando cómo
todas las capacidades y habilidades que el Creador ha puesto en él pueden
pervertirse hasta el punto de crear un infierno en la tierra, siendo infiel a
la belleza luminosa que puso en nuestra alma.
El
Padre Dios presenta a Jesús diciéndonos: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».
Porque acoger su Palabra de Vida Eterna (Jn 6,68) transfigura para
el bien; desoírla puede llevar a aniquilar a quien debiésemos tratar como
hermano.
Fortalécenos
en el empeño por hacer realidad que cuando «¡El
Señor reina!, la Justicia y el Derecho son la base de su trono» (Sal), poniendo todo lo
que esté a nuestro alcance para vivir la Palabra que nos has transmitido. Así
sea.
Buscando ser
ricos en afecto y solidaridad como querría el Dios de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.
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