jueves, 11 de abril de 2013

Habrá más cristianos cuando se vea a los creyentes vivir como Cristo


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de abril de 2013
Tercer Domingo de Pascua

Lecturas:
Hechos 5, 27-32. 40-41 / Salmo 29, 4-6. 11-13 Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste / Apocalipsis 5, 11-14

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    21, 1-14
Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".
Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Palabra del Señor.

MEDITACION
La fuerza de la Resurrección, debiese darnos el valor suficiente para «obedecer a Dios antes que a los hombres» (1L). Si a eso le sumamos el agradecimiento reconocido porque «me libraste, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir» (Sal) a Aquel que «¡Es el Señor!» (Ev) y, por eso, «es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza» (2L), debiésemos sentirnos impulsados a hacer su voluntad, la que se manifiesta en servir a los hermanos, como él mismo lo hizo, tanto que decía: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27) y «les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes» (Jn 13,15).
Hace muy poco tiempo se dieron a conocer los resultados del último censo nacional. Se ha puesto mucho énfasis, me parece, en el hecho que la cantidad de personas que se dice católica sigue disminuyendo. Sin embargo, lo más importante no se puede medir: ¿cuántos se atreven a intentar vivir los criterios de Jesús? ¿Qué sentido tiene que las Iglesias estén llenas, si el corazón está vacío del amor, fuerza constructora del Reino, proyecto y tema principal de la predicación del Señor?.
El Papa Francisco nos invitaba el Domingo de Ramos a que: “Aprendamos a mirar hacia lo alto, hacia Dios, pero también hacia abajo, hacia los demás, hacia los últimos.”
A los que se llaman a sí mismos “cristianos”, en gran proporción, se les suele quedar pegada la mirada en el cielo, entendiendo que esa es la forma de vivir la fe, concepción que está atrapada en una práctica que es de todas las religiones: poner en carriles diferentes la creencia y la vida diaria.
Jesús casi no habla de ritos y cultos; al contrario, critica a los funcionarios de la religión muchas veces. Y su práctica no tiene nada de sacro: comparte con todos, especialmente con los despreciados y marginados de su sociedad; y los sirve sin descanso.
Por eso, es muy significativo que cuando se elabora este relato que nos trae el evangelio de hoy, sobre una nueva aparición del Resucitado, no hay nada parecido a nuestras liturgias, ni a ninguna de nuestras devociones o piedades.
Y, por cierto, nada ocurre dentro de ningún templo humano; al contrario, el Señor va al encuentro de
sus discípulos en su lugar de trabajo; no hay prédica teológica, sino un diálogo sobre cuestiones concretas, como el alimento; y, remarquémoslo incansablemente, el Señor atiende a sus discípulos, porque «el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos» (Mc 10,44), entendiendo que él no es que quiera ser el primero: es «el Primero y el Ultimo, el Viviente» (Ap 1,17).
En resumen, si de verdad nos interesa que haya más “católicos” o personas que crean en el Dios de Jesucristo, la vida y la forma de ser fieles de nuestra Iglesia debe parecerse más a esos gestos cercanos y humildes de Jesús. Lo podemos constatar en la primavera que está sintiéndose en el catolicismo con las actitudes y palabras del actual Papa, que van en la misma línea de lo que hemos meditado.

Concédenos, Señor, que todo lo que hacemos refleje tu presencia en este mundo que tanto lo necesita. Así sea.

Buscando reflejar al Resucitado sirviendo y viviendo la fe con Paz, Amor y Alegría,
Miguel.

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