martes, 7 de mayo de 2013

Contamos con la ayuda del Paráclito para iluminarnos y comprender correctamente pecado y justicia


7 de mayo de 2013
Martes de la Sexta Semana de Pascua

Lecturas:
Hechos 16, 22-34 / Salmo 137, 1-3. 7-8 Señor, tu derecha me salva

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    16, 5-11
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: "¿A dónde vas?" Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Meditaba recientemente el Papa: “No temamos nunca el juicio final, al contrario, nos debe empujar a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerlo en los pobres y los pequeños, para que nos comprometamos con el bien y estemos vigilantes en la oración y el amor. Y que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles” (Audiencia General 24 de Abril del 2013).
Es que, como enseña Jesús, contamos con la ayuda del Paráclito para iluminarnos y comprender «dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio». Por eso el hermano obispo de Roma, llamado a confirmar en la fe (cf. Lc 22,32) nos orienta a eliminar temores, especialmente con una mirada errónea sobre pecado y juicio, donde se pone énfasis en actuaciones individuales e individualistas y se cierra la visión sobre lo que afecta a más hermanos: pobreza, desamparo, tristezas y desesperanzas.
Porque, como canta el salmista: «Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma» (Sal), sabemos que el mismo Espíritu de Jesús y del Padre nos dará las capacidades para acoger y amar mejor. Es decir, para vencer al pecado más atroz desde la perspectiva cristiana: romper con los hermanos. Sólo así se hace concreta la llamada: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia» (1L).

Abre nuestra mirada a los demás, Señor Jesús; guía nuestros pasos y nuestras manos hacia sus necesidades, según nos inspira tu Espíritu, nos motiva el ejemplo de tu vida generosa, y sentimos que es la mejor manera de responder al amor de tu Padre. Así sea.

Habitados por Dios para transmitir una vida de Paz, Amor y Alegría,
Miguel.

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