26 de julio de 2013
Viernes de la Décimo Sexta Semana Durante el
Año
Lecturas:
Éxodo 20,
1-17 / Salmo 18, 8-11 ¡Tú
tienes palabras de Vida eterna, Señor!
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo
13, 18-23
Jesús dijo a sus discípulos:
«Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando
alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata
lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al
borde del camino.
El
que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la
acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es
inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de
la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El
que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero
las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no
puede dar fruto.
Y
el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la
comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
¿Cómo
saber si estamos ante alguien realmente inspirado por la Palabra de Dios?
Ya
Jesús nos había otorgado una pista: «Por sus frutos los reconocerán» (Mt
7,16),
porque quien «escucha la Palabra y la
comprende. Este produce fruto».
Y,
¿cuáles serán esos frutos?
Por
contraposición a los “malos terrenos” en los que ha caído la semilla, que nos
explica hoy el Maestro, podemos decir que los frutos buenos o las acciones de los
hombres o mujeres movido por el Espíritu Santo (cf Jn
14,16-17)
son:
- oír la
Palabra del Reino y comprenderla, lo que implica dos actitudes: acogerla (ver meditación
del Evangelio del último Domingo); y, en
segundo lugar, buscar y pedir ayuda para comprender su mensaje (cf Hch 8,30-31),
y, así, poder aplicarlo a nuestra circunstancia y nuestro tiempo;
- ser constantes para no sucumbir
frente a «una
tribulación o una persecución», en lo que se
cuenta con la ayuda de Dios mismo (Sal 46), en el
que podemos confiar (Mt
10,19-20);
- y, por cierto, tal vez la más
importante: buscar permanentemente que «las
preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas», es decir,
los rostros más diabólicamente perturbadores del sistema injusto en que
nos desenvolvemos, ahoguen lo bueno que el Señor quiere producir en
nosotros y a través de nosotros.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEHbpLYUh7WbYCy_jiqhRZjweke7_am0LQxqimU-4HxivwX2Cm9s9xVZEj_nLrZ6MP6lbTooeboNpnPmggV7LUOgxeIuaQJTwPGKfwFMn9FQXbXFsjeRO6SOJwnG1StuxF-KqsR5oZRlU/s1600/Vi26b.jpg)
En
este caminar hacia el Reino no basta sólo la voluntad (pero ojo: sin ella, es imposible),
por eso es necesario orar también, para que crezca nuestra fe (Lc
17,5) y,
que, de esa manera, pueda dar cada vez mayores y mejores frutos.
«Llénense
del Espíritu Santo […] Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios,
nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef
5,18.20).
Por tu compañía poderosa, misericordiosa y permanente, gracias, Señor.
Meditando tus
palabras de Paz, Amor y Alegría, para darle sentido a nuestro actuar,
Miguel.
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