PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
28 de julio de 2013
Décimo Séptimo Domingo Durante el Año
Lecturas:
Génesis 18,
20-21. 23-32 / Salmo 137, 1-3. 6-8 ¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué! / Colosenses 2, 12-14
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
11, 1-13
Un
día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
Él
les dijo entonces: «Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación».
Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y
recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y
desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está
cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para
dártelos".
Yo
les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se
levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen
y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que
llama, se le abrirá.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le
pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le
pide un huevo, le dará un escorpión?
Si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Jesús nos enseñó que «el Señor está en las alturas, pero se fija
en el humilde» (Sal), que es todo aquel que reconoce que «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de
dirigirme a mi Señor» (1L), y nos alienta a hacerlo porque está convencido que Dios
es un Padre que sólo da «cosas buenas a
sus hijos» (Ev): a todos aquellos que estábamos muertos en el pecado y a
quienes «Cristo hizo revivir con Él,
perdonando todas nuestras faltas» (2L), regalándonos la
condición de hermanos suyos e hijos amados de su Padre.
«La
Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» (Mc 1,1) se puede resumir en
que, después de su misión en nuestra tierra, tenemos la gracia de llamar a Dios,
“Padre”.
Él,
que, al ver los frutos de la primera misión de sus discípulos, «se estremeció
de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los
prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has
querido”» (Lc 10,21), lo siguió reconociendo y lo llamando de esa
forma hasta el final, ya que Lucas nos cuenta que sus últimas palabras en la
cruz fueron: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc
23,46).
Por eso «Padre» es la primera palabra
que se le viene a la mente cuando quiere enseñarnos a orar.
Es
que, gracias a su acción y su palabra entre nosotros, descubrimos que no
tenemos a un Dios lejano, sino un papá cercano, por lo que ninguno de nosotros
es un huérfano y nadie debe sentirse desamparado: todos somos hijos del mejor Padre
que existe, uno que nos ama no porque somos buenos, sino porque Él lo es y derrama
generosamente sus dones en nosotros.
El
mayor de todos sus regalos lo señala el Maestro: «dará
el Espíritu Santo a aquellos que se lo
pidan», el cual no
es «un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de
hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! El mismo
Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de
Dios» (Rom
8,15-16)
¡Qué
puede ser más bello y bueno que eso!
La
segunda gran consecuencia de todo esto es que, si tenemos un mismo padre, somos
todos hijos de Él, por lo tanto corresponde que nos reconozcamos y nos amemos
como hermanos: entre hermanos no debe haber mentiras ni injusticias; traición
ni crimen; desamparo ni opresión.
Si
los humanos, o al menos los cristianos, viviésemos así, ¡qué buena noticia
seríamos para el mundo!
Padre
bueno, haznos vivir fiel y valientemente las palabras que expresamos cuando te
oramos. Así sea.
Gozando la Paz, el
Amor y la Alegría de sabernos hijos muy queridos por el Padre Dios,
Miguel.
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