miércoles, 8 de enero de 2014

Permitamos que se realicen los milagros de solidaridad, de compasión y de fraternidad

8 de enero de 2014
Miércoles después de Epifanía

Lecturas:
I Juan 4, 11-18 / Salmo 71, 1-2. 10-13 ¡Que se postren ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   6, 45-52
Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Marcos parece sorprenderse ya que las gentes del tiempo de Jesús «llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida».
Uno podría seguir impresionándose porque a nosotros también nos cuesta comprender los milagros cotidianos: despertar, mirar, respirar, sonreír, hablar… y tantos más que se nos olvida que no todos pueden.
Pero están también los milagros de la solidaridad, de la compasión, de la fraternidad, en tiempos en que todo impulsa a hacerlo todo por sí mismos, olvidándonos de los demás o viéndolos como competidores en una lucha implacable.
Quienes somos el Pueblo de Dios, que intenta dejarse guiar por su Palabra, somos conscientes de que «si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1L), haciendo posible los milagros de humanidad que hagan descubrir a cada vez más personas que Él está ahí, consistente y permanentemente, por intermedio nuestro.

Porque, gracias a las personas a las que inspira y se dejan guiar «él librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado. Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes» (Sal). Gracias, Señor.

Tratando de ayudar a descubrir al Dios de la Paz, el Amor y la Alegría que se manifiesta en lo pequeño,
Miguel.


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