lunes, 31 de marzo de 2014

Hay suficientes signos y prodigios para ver

31 de marzo de 2014
Lunes de la Cuarta Semana de Cuaresma

Lecturas:
Isaías 65, 17-21 / Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 ¡Te glorifico, Señor, porque me libraste!

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   4, 43-54
Jesús partió hacia Galilea. El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen.»
El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera.»
«Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús.
El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.

MEDITACION
A nosotros también se nos podría decir: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». Pero eso no es necesariamente un reproche. Es una constatación. Así es nuestra naturaleza y Jesús la conoce muy bien.
Lo triste es ver esas manifestaciones y, aún así, no creer.
¿Quién, por ejemplo, no ha sido testigo de los innumerables prodigios que contiene la Creación? ¿O, acaso, no son prodigiosas las montañas, los mares, los lagos, los bosques, los animales y aves…?
Y ¿cómo no reconocer los maravillosos signos de humanidad que se expresan en la entrega abnegada de los padres por los hijos, la solidaridad de los pobres con quien lo necesita, el voluntariado para servir y ayudar a otros y tantos más?
Vemos signos y prodigios maravillosos a diario, pero no siempre los valoramos. Y mucho menos nos damos cuenta que ahí está la mano fecunda de Dios y la fuerza de su Espíritu Santo.
Si todo eso no nos ayuda a creer, ¿qué podría hacerlo?

Como con el ciego del evangelio del domingo, Señor, aplícanos el barro de tu misericordia sobre los ojos, para que veamos los signos y prodigios cotidianos que realizas entre nosotros. Así sea.

Abriendo los ojos y ayudando a ver mejor la obra del Dios de la Paz, el Amor y la Alegría,
Miguel.


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