PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
6 de abril de 2014
Quinto Domingo de Cuaresma
Lecturas:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia
/ Romanos 8, 8-11
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
11,
1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania,
del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó
perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro
era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el
que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no
es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a
Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos
días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a
Judea.»
Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace
poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las
horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este
mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en
él.»
Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme,
pero yo voy a despertarlo.»
Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme,
se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la
muerte.
Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha
muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean.
Vayamos a verlo.»
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros
discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando Jesús llegó, se encontró con que
Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres
kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la
muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su
encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora,
Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la
resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la
Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Después fue a llamar a María, su hermana, y
le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se
levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al
pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los
judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba
de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar
allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le
dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y también a
los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo
pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos
del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al
sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le respondió:
«Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees,
verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús,
levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo
sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que
crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte:
«¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos
atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda
caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los
judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
La esperanza
cristiana se sustenta en la promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán» (1L),
explicada posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que
resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del
mismo Espíritu que habita en ustedes» (2L). Y esto sin
necesidad de ser “santos” antes, «Porque
en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal); lo
que sí se requiere es la fe: «Yo soy la
Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que
vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Ev).
Entre
tantas palabras de este extenso texto del evangelio, con una cantidad tan
elevada de alusiones y símbolos, hay una frase que me impacta más profundamente
que otras y es la siguiente: «Y Jesús
lloró»
Es
que, debido a motivos culturales, históricos y hasta político-religiosos, es
poco lo que ha llegado hasta nosotros de la tremenda humanidad del Maestro: primordialmente
sus sufrimientos en la Pasión.
Pero
nos han escatimado la alegría con la que perfectamente podemos imaginar que
vivía y asumía su misión, ya que se sabía escogido y amado por el Padre Dios y
veía cómo el Reino, que era su anuncio fundamental, iba haciéndose realidad en
los más pobres y marginados de su tiempo.
Podemos
vislumbrar, sí, su sentido del humor, aunque más bien oblicuamente escondido en
algunos pasajes.
Lo
que aparece más explícito, pero como de pasada, son algunos gestos que muestran
sus sentimientos profundos. Por cierto, en el evangelio de este día vemos cómo
cultiva la amistad.
En
otros momentos lo vemos compasivo: «Entonces se le acercó un leproso para
pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes
purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
"Lo quiero, queda purificado".» (Mc 1,40-41); «Al desembarcar,
Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas
sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato» (Mc 6,34).
También
se nos cuenta de la expresividad de su mirada: «”Tú conoces los mandamientos:
No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le
respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús
lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que
tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y
sígueme"» (Mc 10,19-21); «Les dijo: "¿Está permitido en
sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos
callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y
apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu
mano". Él la extendió y su mano quedó curada» (Mc
3,4-5).
Y,
entre muchos sentimientos más, otro momento de dolor: «Cuando estuvo cerca y
vio la ciudad, se puso a llorar por ella» (Lc 19,41).
Todo
esto nos recuerda que «no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de
nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que
nosotros, a excepción del pecado» (Hb 4,15). Es decir, él no es
un súper héroe inmune a nuestros dolores, ya que los conoce todos en su propia
alma y su propia piel, por lo que podemos acoger su palabra como la de alguien
que sabe de qué está hablando y presentarle nuestros sentimientos, seguros de
que sabe bien a qué nos estamos refiriendo.
Pero, a la vez, desde la perspectiva de sentirnos
seguidores suyos, corresponde que, nosotros también, intentemos hacernos más
cercanos a los sentimientos y los sufrimientos de los demás, buscar aliviarlos
o solucionarlos y hacerles sentir que no están solos en su dificultad.
Señor,
que eres la Resurrección y la Vida, es decir, una forma de vivir con sentido,
una forma que le da plenitud, concédenos un corazón misericordioso y empático
como el tuyo, para desarrollar la humanidad con que el Padre nos creó, para
encontrar nuestra felicidad personal y colectiva. Así sea.
Con Paz, Amor y
Alegría en el corazón, confiando en la Resurrección y la Vida que promete el
Señor,
Miguel.
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