jueves, 3 de abril de 2014

«Y Jesús lloró…»

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
6 de abril de 2014
Quinto Domingo de Cuaresma

Lecturas:
Ezequiel 37, 12-14 / Salmo 129, 1-8 En el Señor se encuentra la misericordia / Romanos 8, 8-11

EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   11, 1-45
Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»
Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»
Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.»
Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»
Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.
Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.
Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»
Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»
Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»
Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»
Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»
Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»
Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»
Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»
Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Palabra del Señor.

MEDITACION
La esperanza cristiana se sustenta en la promesa de Dios: «Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán» (1L), explicada posteriormente por el Apóstol de esta manera: «si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes» (2L). Y esto sin necesidad de ser “santos” antes, «Porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia» (Sal); lo que sí se requiere es la fe: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Ev).
Entre tantas palabras de este extenso texto del evangelio, con una cantidad tan elevada de alusiones y símbolos, hay una frase que me impacta más profundamente que otras y es la siguiente: «Y Jesús lloró»
Es que, debido a motivos culturales, históricos y hasta político-religiosos, es poco lo que ha llegado hasta nosotros de la tremenda humanidad del Maestro: primordialmente sus sufrimientos en la Pasión.
Pero nos han escatimado la alegría con la que perfectamente podemos imaginar que vivía y asumía su misión, ya que se sabía escogido y amado por el Padre Dios y veía cómo el Reino, que era su anuncio fundamental, iba haciéndose realidad en los más pobres y marginados de su tiempo.
Podemos vislumbrar, sí, su sentido del humor, aunque más bien oblicuamente escondido en algunos pasajes.
Lo que aparece más explícito, pero como de pasada, son algunos gestos que muestran sus sentimientos profundos. Por cierto, en el evangelio de este día vemos cómo cultiva la amistad.
En otros momentos lo vemos compasivo: «Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".» (Mc 1,40-41); «Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato» (Mc 6,34).
También se nos cuenta de la expresividad de su mirada: «”Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme"» (Mc 10,19-21); «Les dijo: "¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?". Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: "Extiende tu mano". Él la extendió y su mano quedó curada» (Mc 3,4-5).
Y, entre muchos sentimientos más, otro momento de dolor: «Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella» (Lc 19,41).

Todo esto nos recuerda que «no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado» (Hb 4,15). Es decir, él no es un súper héroe inmune a nuestros dolores, ya que los conoce todos en su propia alma y su propia piel, por lo que podemos acoger su palabra como la de alguien que sabe de qué está hablando y presentarle nuestros sentimientos, seguros de que sabe bien a qué nos estamos refiriendo.
Pero, a la vez, desde la perspectiva de sentirnos seguidores suyos, corresponde que, nosotros también, intentemos hacernos más cercanos a los sentimientos y los sufrimientos de los demás, buscar aliviarlos o solucionarlos y hacerles sentir que no están solos en su dificultad.

Señor, que eres la Resurrección y la Vida, es decir, una forma de vivir con sentido, una forma que le da plenitud, concédenos un corazón misericordioso y empático como el tuyo, para desarrollar la humanidad con que el Padre nos creó, para encontrar nuestra felicidad personal y colectiva. Así sea.

Con Paz, Amor y Alegría en el corazón, confiando en la Resurrección y la Vida que promete el Señor,

Miguel.

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