jueves, 13 de agosto de 2015

Alimentarse para nutrir a otros



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
16 de Agosto de 2015
Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año

Lecturas:
Proverbios 9, 1-6 / Salmo 33, 2-3. 10-15 ¡Gusten y vean que bueno es el Señor! / Efesios 5, 15-20

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   6, 51-59
Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Sabemos que «los que buscan al Señor no carecen de nada» (Sal). De hecho, Él mismo invita permanentemente: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé» (1L), más aún: su generosidad llega hasta lo que no podemos imaginar, ya que nos dice que quien «come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él» (Ev). Nada menos… Por eso, si su amor nos habita, entonces, es necesario que nos preocupemos por «saber cuál es la voluntad del Señor» (2L) acerca de lo que tenemos que hacer con esos dones. Que podamos descubrirla y hacerla vida. Amén.
Uno de los conceptos distintivos del catolicismo es la creencia de que nos alimentamos de nuestro Dios.
De hecho, se dice que entre los motivos de las primeras persecuciones contra los cristianos estaba la acusación de que practicaban el canibalismo en sus ritos ocultos, distorsionando, así, por error o por maldad, lo que ocurría en la Eucaristía.
Pues bien, hoy cada domingo (al menos) hay un grupo de personas que “celebran” este rito, en el cual su parte medular es la comunión.
Claro que –hay que reconocerlo- con el tiempo estos van disminuyendo progresivamente y, más aún, se vislumbra un futuro incierto debido a la escasez de sacerdotes y al poco entusiasmo, en general, que despierta la Misa en los jóvenes…
Las palabras de Jesús, que es quien le da sentido a esta confesión de fe, ya que es considerado Dios mismo, se entienden como muy explícitas al respecto: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna».
¿Por qué, entonces, si es algo que debiese ser fundamental en la vida de las 1.128 millones de personas que nos decimos católicos en el mundo, sólo atrae a una pequeña porción de éstos en el Día del Señor (que es lo significa “Domingo”)?
¿Se deberá a que quienes sí lo hacemos, normalmente, no somos un ejemplo eficaz de que ésta realice un cambio notable en nosotros?. Es cosa de ver las caras a la salida del templo (muy difícil ver sonrisas) y, más aún, todos sabemos cómo somos los cristianos en nuestra vida diaria el domingo y toda la semana…
Afirma el Maestro que «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él».
Es decir, alimentarnos de él produce una íntima comunión entre su ser y el nuestro. Al menos él pone su parte poderosa, pero, como no nos obliga a nada, cuenta con la parte que pongamos nosotros.
Pablo lo dice así: «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2,20).
El tema es que si así fuese, las actitudes de los creyentes que comulgan hacia los demás serían parecidas a las de Él, quien ha hecho por cada uno de nosotros lo que se dice a continuación del texto citado: «me amó y se entregó por mí».
Sería muy importante que nos preguntásemos hoy: ¿Después de la Eucaristía salimos dispuestos a ser “pan”, a nuestra vez, para que quienes lo requieran se puedan nutrir de nuestro tiempo, de nuestras capacidades, de nuestras habilidades, de nuestro cariño…?
Por cierto que sabemos que existen otras decisiones que les corresponde tomarlas a las autoridades de la Iglesia para lograr acercar la Misa a quienes se han alejado y atraer a quienes no la conocen. Pero lo que importa para nuestra meditación es que intentar transformar nuestras actitudes depende sólo de nosotros.

Que ese encuentro misterioso y maravilloso contigo que nos regalas, Señor, produzca frutos de Vida plena para nosotros y para todos. Así sea.

Intentando hacer los cambios necesarios para que, alimentados del pan de Vida, podamos ser testigos de Paz, Amor y Alegría para el mundo,
Miguel

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