martes, 11 de agosto de 2015

Antes que nada, Dios es el mejor Padre



11 de Agosto de 2015
Martes de la Décimo Novena Semana Durante el Año

Lecturas:
Deuteronomio 31, 1-8 / Salmo Dt 32, 3-4. 7-9. 12 ¡La herencia del Señor es su pueblo!

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo   18, 1-5. 10. 12-14
    Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
    Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
    Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.
    ¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Palabra del Señor.

MEDITACION

Hoy el Maestro nos da un nuevo recordatorio acerca de cómo es Dios en su relación con nosotros.
No tiene nada que ver con la imagen que porfiadamente perdura aún entre nosotros, esa de un señor siempre enojado, porque ve lo que hacemos –todo mal, según esa misma concepción- y castiga…
Uf. ¿Quién querría creer y, menos, amar a un dios así?
No. Nuestro Dios, el que nos develó Jesús es, antes que nada, un Padre y, como Él es perfecto (Mt 5,48), es mejor que cualquier padre de la tierra (cf Mt 7,11), uno que –siempre según la persona que lo conoce mejor que nadie (cf Mt 11,27)- es tan misericordioso que acepta nuestras decisiones, aunque nos equivoquemos, tiene el corazón disponible para volver a acoger al alejado y perdona cuando volvemos arrepentidos. Es más, hace fiesta cuando recupera a quien se había perdido (cf Lc 15,11-32).

Que podamos purificar la mirada, bajarnos de la soberbia y recibir con alegría los regalos de amor de nuestro Padre, es decir, que podamos hacernos «pequeños como niños», para que nadie se pierda la entrada al Reino, lo esperas tú, Señor. Así sea.

Buscando permitir que el Pan de Vida que nos alimenta produzca frutos de Paz, Amor y Alegría para la vida del mundo,
Miguel

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