jueves, 27 de agosto de 2015

Mandamientos para mejorar la vida



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
30 de Agosto de 2015
Domingo de la Vigésimo Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
Josué 24, 1-2. 15-17. 18 / Salmo 33, 2-3. 16-23 ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! / Efesios 5, 21-33

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   7, 1-8. 14-15. 21-23
    Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
    Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce y de las camas.
    Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
    Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
        "Este pueblo me honra con los labios,
        pero su corazón está lejos de mí.
        En vano me rinde culto:
        las doctrinas que enseñan
        no son sino preceptos humanos".
    Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
    Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».
Palabra del Señor.

MEDITACION
El Señor nos dice, a su Pueblo de todos los tiempos: «escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica» (1L). Pero con el avance de la historia vamos agregando a estos nuestras propias leyes, corriendo el serio riesgo de dejar «de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» (Ev). ¿Cómo distinguir cuáles es uno y cuál la otra? Si sabemos que «todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre» (2L) y sabemos que Él quiere que sus hijos nos amemos, concluimos que sus mandamientos no tienen tanto que ver con rituales sino con alabar al «que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo» (Sal).
Toda organización, e incluso los países, tienen sus tradiciones y sus normas, las que aportan a configurar su identidad propia.
Incluso cada quien realiza sus labores siguiendo rutinas, o tiene sus preferencias para hacerlas de una forma y no de otra.
El problema, en el caso de las religiones, es cuando esas prácticas pasan a ser más sagradas que Dios mismo… y su voluntad.
La práctica de las abluciones, como otras de tipo higiénicas prescritas en la Ley del Señor, buscaban educar a un pueblo primitivo. Pero no sólo en eso, sino también en el tipo de relación que debían tener con Él y con los demás, para que pudiesen ir humanizando cada vez más sus vidas.
Por eso, por ejemplo, a ellos que trabajaban, y hacían trabajar, sin parar ningún día, les impuso un descanso a la semana, proponiéndoselos como un día para alabarlo a Él: el sabath, el Día del Señor.
En la misma línea, siempre por su bien, por el amor que les tenía, les ordenó lavarse y lavarlo todo antes de utilizarlo, lo que ayudaría a evitar enfermedades muy comunes en su tiempo. Eso se expresó como purificación ritual.
Ambas medidas, y muchas más, obvias para nosotros, eran revolucionarias en aquel entonces. Pero ni esa palabra comprenderían, así que usó el concepto que estaba al alcance de ellos: si provenía de Dios sería transmitido por sus enviados como un mandamiento.

Sin embargo, como suele suceder, fueron surgiendo nuevas aspectos y costumbres no considerados al momento de dictarse las leyes y alguien debía pensar y decidir cómo se aplican las normas a éstas. En esos casos, habitualmente, los profesionales de la religión prefieren pasarse que quedarse cortos, y fueron haciendo más complicada la vida de los demás, agregando «preceptos humanos»: obligación de lavarse siempre y en todo lugar, bajo amenaza de ser considerado rebelde a Dios; considerar cualquier esfuerzo, aún el que se utilizaba para ayudar a otros, un día Sábado como “trabajo”, por lo que debía prohibirse…
Ante esa situación, Jesús, quien mejor supo discernir la voluntad del Padre, enseña a no dejarse amarrar por las interpretaciones humanas, cuando éstas nos impiden honrarlo con el corazón, esto es, cuidando de no dañar a sus otros hijos, que es lo que hacemos cuando permitimos que de nuestro corazón brote no lo que Él puso ahí, amor, sino lo que nos dictan las malas intenciones.
Por eso, podemos decir que para él las reales “manos impuras” no son las que no se lavan, sino las que no hacen el bien.

Que nuestra principal tradición sea dejarnos guiar por tus palabras, Señor, porque éstas buscan darle un sentido más humano a nuestra vida. Así sea.

Buscando vivir una pureza a tu manera: no externa, sino una que inunde de Paz, Amor y Alegría a los demás,
Miguel

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