PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
30 de Agosto de 2015
Domingo de la Vigésimo Segunda Semana Durante
el Año
Lecturas:
Josué 24, 1-2. 15-17. 18 / Salmo 33, 2-3. 16-23 ¡Gusten y vean qué
bueno es el Señor! / Efesios 5, 21-33
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
Los fariseos con algunos
escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de
sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los
judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos,
siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen
sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que
están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de
la vajilla de bronce y de las camas.
Entonces los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo
con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos
impuras?»
Él les respondió: «¡Hipócritas!
Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
"Este pueblo me honra
con los labios,
pero su corazón está lejos
de mí.
En vano me rinde culto:
las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos
humanos".
Ustedes dejan de lado el
mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
Y Jesús, llamando otra vez a
la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa
que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que
sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde
provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre».
Palabra del Señor.
MEDITACION
El Señor nos dice, a su Pueblo de todos los
tiempos: «escucha los preceptos y las
leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica» (1L). Pero con el avance de la historia vamos agregando a estos nuestras
propias leyes, corriendo el serio riesgo de dejar «de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres»
(Ev). ¿Cómo distinguir cuáles es uno y cuál la otra? Si sabemos que «todo lo que es bueno y perfecto es un don
de lo alto y desciende del Padre» (2L) y sabemos que Él quiere que sus
hijos nos amemos, concluimos que sus mandamientos no tienen tanto que ver con
rituales sino con alabar al «que procede
rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no
calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo» (Sal).
Toda
organización, e incluso los países, tienen sus tradiciones y sus normas, las
que aportan a configurar su identidad propia.
Incluso
cada quien realiza sus labores siguiendo rutinas, o tiene sus preferencias para
hacerlas de una forma y no de otra.
El
problema, en el caso de las religiones, es cuando esas prácticas pasan a ser
más sagradas que Dios mismo… y su voluntad.
La práctica
de las abluciones, como otras de tipo higiénicas prescritas en la Ley del
Señor, buscaban educar a un pueblo primitivo. Pero no sólo en eso, sino también
en el tipo de relación que debían tener con Él y con los demás, para que
pudiesen ir humanizando cada vez más sus vidas.
Por eso,
por ejemplo, a ellos que trabajaban, y hacían trabajar, sin parar ningún día,
les impuso un descanso a la semana, proponiéndoselos como un día para alabarlo
a Él: el sabath, el Día del Señor.
En la misma
línea, siempre por su bien, por el amor que les tenía, les ordenó lavarse y
lavarlo todo antes de utilizarlo, lo que ayudaría a evitar enfermedades muy
comunes en su tiempo. Eso se expresó como purificación ritual.
Ambas
medidas, y muchas más, obvias para nosotros, eran revolucionarias en aquel
entonces. Pero ni esa palabra comprenderían, así que usó el concepto que estaba
al alcance de ellos: si provenía de Dios sería transmitido por sus enviados
como un mandamiento.
Sin
embargo, como suele suceder, fueron surgiendo nuevas aspectos y costumbres no
considerados al momento de dictarse las leyes y alguien debía pensar y decidir
cómo se aplican las normas a éstas. En esos casos, habitualmente, los
profesionales de la religión prefieren pasarse que quedarse cortos, y fueron
haciendo más complicada la vida de los demás, agregando «preceptos humanos»:
obligación de lavarse siempre y en todo lugar, bajo amenaza de ser considerado
rebelde a Dios; considerar cualquier esfuerzo, aún el que se utilizaba para
ayudar a otros, un día Sábado como “trabajo”, por lo que debía prohibirse…
Ante esa
situación, Jesús, quien mejor supo discernir la voluntad del Padre, enseña a no
dejarse amarrar por las interpretaciones humanas, cuando éstas nos impiden
honrarlo con el corazón, esto es, cuidando de no dañar a sus otros hijos, que
es lo que hacemos cuando permitimos que de nuestro corazón brote no lo que Él
puso ahí, amor, sino lo que nos dictan las malas intenciones.
Por eso, podemos
decir que para él las reales “manos impuras” no son las que no se lavan, sino
las que no hacen el bien.
Que nuestra
principal tradición sea dejarnos guiar por tus palabras, Señor, porque éstas
buscan darle un sentido más humano a nuestra vida. Así sea.
Buscando vivir una pureza a tu manera: no
externa, sino una que inunde de Paz, Amor y Alegría a los demás,
Miguel
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