Entonces
los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
«¿Por qué
tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados,
sino que comen con las manos impuras?»
Él les
respondió: «¡Hipócritas!
Ustedes
dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
(Mc 7,5-6.8)
Esto es lo que quiere el Dios encarnado en
Jesús: limpiar el mundo de exclusiones que van contra su compasión de Padre. No
es Dios quien excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien
margina, sino nosotros. En adelante, todos han de tener claro que a nadie se ha
de excluir en nombre de Jesús.
Seguirle a él significa no horrorizarnos ante
ningún impuro ni impura. No retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para
Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por
delante la norma es la mejor manera de ir perdiendo la sensibilidad de Jesús
ante los despreciados y rechazados. La mejor manera de vivir sin compasión.
En pocos lugares es más reconocible el
Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a
prostitutas indefensas, que acompañan a enfermos de sida olvidados por todos,
que defienden a homosexuales que no pueden vivir dignamente su condición...
Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.
José
Antonio Pagola
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