2 de Febrero de 2016
La Presentación del Señor
Lecturas:
Malaquías 3, 1-4
/ Salmo 23, 7-10 El Rey de la gloria es el Señor de los
ejércitos / Hebreos 2, 14-18
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por
la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para
presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será
consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o
de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un
hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de
Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes
de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y
cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las
prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios,
diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que
tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la
salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las
naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban
admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a
María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en
Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el
corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una
profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada
en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se
presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca
del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que
ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El
niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios
estaba con él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Más allá de la conducción del Espíritu Santo, la cual no sabemos cómo
“funciona”, ¿qué hizo a Simeón y a Ana fijarse en esta sencilla pareja, una más
entre las cientos que concurrirían al Templo ese día?
Siempre he pensado que hay una piedad que, cuando es auténtica, se nota.

Cuando alguien cree realmente que Dios está vivo, escucha y ve las
manifestaciones de nuestro cariño, sabiendo, además, que es un Padre
comprensivo y cariñoso, acude a su casa como seguramente lo hacían María y José
–y después el joven y adulto Jesús- con amor respetuoso.
Y eso hace destacarse.
Que recordemos siempre que las palabras pueden llegar a la inteligencia,
pero sólo las acciones sinceras tocan corazones, especialmente los de quienes,
como Ana y Simeón, quieren encontrarte, Señor. Así sea.
Buscando llevar la Buena Noticia de la Paz,
el Amor y la Alegría a los empobrecidos materiales y los pobres de esperanzas,
Miguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario