miércoles, 16 de marzo de 2016

Benditos los que vienen en nombre del Señor



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
20 de Marzo de 2016
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Lecturas:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Lucas 22, 66; 23, 1-49

(Evangelio de la Procesión de Ramos)
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   19, 28-40
    Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", respondan: "El Señor lo necesita."»
    Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?»
    Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita.»
    Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.
    Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían:
    «¡Bendito sea el Rey que viene
    en nombre del Señor!
    ¡Paz en el cielo
    y gloria en las alturas!»
    Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
    «Maestro, reprende a tus discípulos.»
    Pero él respondió:
    «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Somos discípulos, seguidores, enviados de Aquel que, pese a su condición divina, «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (2L), el que, al momento de culminar su misión exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Ev Misa). Por eso, creemos, que, como el profeta, cada quien puede decir: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (1L). Entonces, no hay que esperar más para realizar, con nuestra vida y nuestras palabras el «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal). Esto es tan urgente que, afirma el Maestro: «si ellos callan, gritarán las piedras» (Ev Procesión).
Aquellos eran tiempos de esperanza, tiempos en que se creía en la pronta llegada del Mesías (el ungido de Dios) que los liberaría de la opresión romana, la que, como todo poder invasor, era muy abusiva. Su confianza se basaba en que, como se sabían el pueblo elegido de Dios, no podía suceder que no hubiese una intervención suya.
Y ésta la identifican con el paso de Jesús, «por todos los milagros que habían visto»: sanaciones, por cierto, pero también la alegría de sentirse acogidos, la multiplicación de la solidaridad, la belleza de quienes recuperan la mirada compasiva y de los que rompen silencios impuestos y se atreven a volver a hablar, además de poder ser testigos de la devolución de la dignidad humana a tantos, y, junto con eso, la maravilla de que este hombre poderoso se presentaba como un servidor, montado en un asno.
Todos estos signos eran novedosos y se podían entender como anuncio de la novedad que vendría de parte del Señor.
Por eso, en su entrada a la capital, comenzaron a aclamarlo como rey.
Ya que creemos que el evangelio es palabra de Dios para nuestro presente, uno podría preguntarse: los nuestros, ¿no son, acaso, también, tiempos para llenarlos de la esperanza en que Dios está vivo y atento al clamor de su pueblo?
Sí lo son.
Aunque hoy, por distintos y comprensibles motivos, pocos creen en algo o en alguien, ni divino ni –menos-, humano.
Pero, en estos, como en todos los tiempos, lamentablemente hay demasiada gente oprimida, desesperanzada, humillada, cansada, triste. E indignada. Personas que quisieran que las respeten y valoren. Personas, a las que, quienes creemos, confiamos en que necesitan que alguien venga a bendecir sus vidas «en nombre del Señor».
¿Quiénes son los llamados a hacerlo?
Los “otros Cristos”: los cristianos.
Ellos (nosotros) son quienes deben gritar por los derechos de los desamparados, gritar por los que no tienen voz, porque les ha sido arrebatada…

Sin embargo, el testimonio que dan (damos) hoy, los que nos decimos seguidores de Cristo, es que sólo nos preocupa el uso que hacen de su libertad personal los adultos (especialmente en materias sexuales), pero, cuando se trata de asuntos que afectan a muchos, como los casos de corrupción y cohecho que saltan casi a diario desde los titulares de las noticias, y por los que sabemos que dinero tan necesarios para muchas carencias sociales de los más pobres e indefensos se desvió a otras actividades, y de los que son responsables personajes poderosos (y poderosos que se dicen cristianos), ahí se nos ve demasiado “prudentes” y “comprensivos”.
¿Ante esas situaciones, que provocan mucho dolor a tantos inocentes hijos de Dios, no hay una palabra que decir –o que realizar- desde la fe?
Porque si nos callamos, las piedras gritarán… o volarán, justificadamente.

Que nos recordemos como enviados: discípulos que continúan tu obra humanizadora y misericordiosa entre nosotros, Señor. Así sea.

Intentando estar entre quienes se dejan enviar a anunciar, de palabra y con la vida, la Paz, el Amor y la Alegría del Reino de Dios,
Miguel

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