PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
6 de Marzo de 2016
Cuarto Domingo de Cuaresma
Lecturas:
Josué 4, 19; 5, 10-12 / Salmo 33, 2-7 ¡Gusten y vean que bueno
es el Señor! / II Corintios 5, 17-21
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y
pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo entonces esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El
menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde." Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo
menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando
sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio
de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar
cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los
cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo:
"¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré:
"Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo
tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
Entonces partió y volvió a la
casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió
profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus
servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un
anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y
mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y fue encontrado." Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el
campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué
significaba eso.
Él le respondió: "Tu
hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo."
Él se enojó y no quiso entrar.
Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace
tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
Pero el padre le dijo:
"Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que
haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado."»
Palabra del Señor.
MEDITACION
Nuestro Dios nos
ama activa y misericordiosamente. Por eso, liberó a su Pueblo de la esclavitud
y, así, «los israelitas entraron en la
tierra prometida» (1L) y, por lo mismo, era
Él quien «estaba en Cristo, reconciliando
al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y
confiándonos la palabra de la reconciliación» (2L), perdonando y haciendo fiesta al recuperar
a sus hijos de la muerte (Ev). Agradecidos,
entonces, «alabemos su Nombre todos juntos» (Sal).
La parábola por error conocida como “del hijo pródigo”, debiese llamarse
más bien “del padre misericordioso”, porque él –con sus actitudes y palabras-
es el personaje principal de este relato construido por Jesús.
Y lo elabora para responder a los infaltables “justicieros religiosos”,
aquellos que piensan y dicen: «Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos», con un tono escandalizado
y, probablemente, con una mueca de repugnancia, ya que ellos, por cierto, no se
consideran en esa categoría…
Para ellos –y para todos nosotros, que más de una vez nos creemos
perfectos, o, al menos, mucho mejores que otros, sobre todo mejores que aquellos
que imaginamos que pretenden disputarnos el amor de Dios- va dedicado este
relato.
El Dios en quien creen aquellos “murmuradores” y el de Jesús son
claramente distintos: el de ellos, de ninguna manera se relacionaría con esa
“mala gente”.
Lo que había comprendido acerca de Él el Maestro era muy distinto y
quiere compartírnoslo, para que lo entendamos mejor y podamos ser más felices.
El padre de la parábola es como Dios mismo: ama tanto que es capaz de
respetar las decisiones de sus hijos, aunque sean erradas; él espera con ansias
el regreso de quien se alejó, tanto que, cuando vuelve, corre hacia él con
alegría para abrazarlo; luego, pese a que ambos (padre e hijo) puedan estar de
acuerdo en que pecó contra el cielo y contra su progenitor, no lo castiga, sino
que le devuelve todos sus derechos de hijo; y, finalmente, festeja que «ha vuelto a la vida» desde el estado de
muerte que es el egoísmo y el individualismo.
Como si todo lo anterior fuera poco, puede entender al hermano que se
pone envidioso por tanto amor al “equivocado”, invitándolo a celebrar que su
ternura también le pertenece, porque alcanza para todos.
Ese es el Padre de Jesús. Ese es nuestro Padre.
Que recordemos permanentemente este bello relato que nos regalas, Señor,
para poder atisbar la inconmensurable misericordia del Padre y, después, nos
sintamos impelidos a actuar de manera semejante con los demás. Así sea.
Descubriendo, con mucha Paz, Amor y Alegría,
que la inmensa misericordia del Padre también está en nuestros genes,
Miguel
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