miércoles, 9 de marzo de 2016

La misericordia en acción



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
13 de Marzo de 2016
Quinto Domingo de Cuaresma

Lecturas:
Isaías 43, 16-21 / Salmo 125, 1-6 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros! / Filipenses 3, 8-14

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan   8, 1-11
    Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
    Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?»
    Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
    Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.»
    E, inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
    Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos.
    Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e, incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?»
    Ella le respondió: «Nadie, Señor.»
    «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
¿Podríamos nosotros decir –y sentir- como el Apóstol: «Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (2L). Este nos ha hecho comprender que se ha ido cumpliendo la profecía que decía: «Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?» (1L). Esa novedad es el cambio de paradigma desde violar la dignidad humana en nombre de Dios, a ser compasivos como Él (Ev). Por eso podemos cantar: «¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!» (Sal).
Históricamente, hay que reconocerlo y recordarlo con vergüenza, horror y dolor, se ha atropellado la dignidad humana en nombre de Dios. Y, peor aún para nuestra humanidad, y para quienes quisieran creer, pero ya no, sigue sucediendo. Usando su Palabra Santa se ha afirmado y se ha sustentado la esclavitud, la discriminación y hasta masacres.
Hoy el evangelio orienta en la relación que parece más correcta entre interpretación de las Escrituras y la prioridad que tiene el ser humano, su vida y sus derechos para el Creador.
¿Cuál es la justificación que tienen estas personas para llevarle a Jesús «una mujer que había sido sorprendida en adulterio», en un acto que la humillaba públicamente?
Lo hacen porque aseguran que la Ley, su Biblia, «nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres».
Se supone que Dios entregó mandamientos de conducta, pero también otorgó la maravillosa capacidad de razonar, la misma que sí usó el Maestro para comprender que hay muchas normas que tienen más que ver con ideas o prejuicios humanos que con ese Padre misericordioso que él conoce tan bien y nos ha presentado de muchas formas, recordando la especialmente bella de la semana pasada.
Para comenzar, la ley decía que ambos adúlteros debían ser muertos (Levítico 20,10), así que hay aquí una interpretación discriminatoria y no una búsqueda real de obedecer la Ley de Dios.
Pues bien, usando su criterio, Jesús cree que, en una situación como esta, el Padre no se sumaría a la multitud que recoge piedras, sino invitaría, más bien, a mirarse el propio corazón para revisar qué mueve a llevar a cabo ese tipo de acción: ¿justicia? ¿o hipocresía?
Justo sería si los que se escondían en el anonimato de la turba no tuviesen pecado alguno… cosa que está clara que no es así. Ni será nunca.
¿Qué escribiría el Maestro mientras lo emplazaban? ¿los Mandamientos, para recordárselos? ¿o sólo bastó su actitud serena para hacerlos cuestionarse y darse cuenta de lo aberrante que era lo que estaban haciendo?
Nadie sabe. El caso es que, significativamente, «todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos»

Aclarado lo correspondiente a los condenadores, ahora siente que debe tener una palabra para la víctima de esta situación. Víctima, porque le causaron este sufrimiento por ser mujer; ya que, si fuese culpable de algo, como ya hemos dicho, faltaba uno…
Por ello, poniendo la misericordia aprendida del Padre en acción, no le recordó su pecado, del que probablemente ya estaba muy arrepentida (sobre todo de haberlo hecho con el cobarde que ahora estaba desaparecido, digo yo), sino que le dirigió estas sanadoras frases: «Yo tampoco te condeno» (pero para que tu vida sea mejor) «no peques más en adelante».
Los cristianos de hoy, ¿somos capaces de ver frente a nosotros, no una lista de pecados, sino a personas, con su dignidad y sus debilidades que pueden ser y son tantas como las nuestras?

Que tengamos una mirada semejante a la tuya para los demás, Señor; una que sea compasiva, inclusiva, dignificante y humanizante. Y siempre. Así sea.

Descubriendo, con mucha Paz, Amor y Alegría, que las actitudes misericordiosas ayudan a distinguir a los seguidores de Jesús,
Miguel

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