miércoles, 8 de junio de 2016

El lugar de las mujeres y otras lecciones de vida



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Junio de 2016
Domingo de la Undécima Semana Durante el Año

Lecturas:
II Samuel 12, 7-10.13 / Salmo 31, 1-2. 5. 7. 11 Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado / Gálatas 2, 16. 19-21

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  7, 36—8, 3
    Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
    Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»
    Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él.
    «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
    Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más».
    Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor».
    Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados».
    Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
    Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Vivimos con la carga de sentirnos pecadores, olvidando que «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado» (1L), no por méritos propios, sino sólo «por la fe en Jesucristo» (2L). Por eso, siéntete libre «Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Ev). «¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!» (Sal).
Seguramente Simón, como buen fariseo, conocía mucho de las Escrituras Sagradas, de las tradiciones religiosas de su pueblo y de lo que se debía hacer o decir respecto a Dios.
Pero parece que había olvidado las más básicas reglas de hospitalidad de su tiempo: «Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies», teniendo en cuenta que vivían en un territorio desértico –tierra más calor-, en que es un gran gesto de bienvenida un poco de agua; «Tú no me besaste», una costumbre que reafirmaba la hermandad de los hijos del pueblo elegido por Dios; «Tú no ungiste mi cabeza», regalo semejante al del agua: se agasajaba al invitado con perfume para refrescarlo.
Aquellas eran normas de educación conocidas por todos y que no se respetaron. Tal vez el fariseo no se esmeró demasiado pensando que este provinciano no sabría apreciarlo…
Y aparece en escena esta mujer (¡una mujer sola entre hombres en una actividad social!, situación reprobable en su época: claramente no podía ser alguien “decente”…).
Podemos suponerla ignorante en todo lo que a la religión respecta, además de, en claro contraste con la distinguida concurrencia (de entre quienes ninguno tampoco le hizo ver sus faltas al anfitrión), ella se distinguía por estar manchada por «sus numerosos pecados».
En esa situación, el Maestro no hace o dice lo que esperan de él (no dejarse tocar para no contagiarse de su impureza y criticarla), sino lo que entiende que Dios querría en ese momento, por eso, en un gesto propiamente profético, se pone del lado de la más débil y no del gran personaje, alabando su actitud.
Ante estas cosas, los seguidores de Jesús podríamos sentirnos hoy invitados…
A ser capaces, como la mujer del relato, de reconocer nuestro mal camino, especialmente, en todo lo referente al daño que le hacemos a los demás;
A no creernos superiores a nadie, menos calificándolos despectivamente como “pecadores”, porque eso lo somos todos, sin excepción (cf 1 Jn 1,8-10);
A no guardarnos los gestos de simpatía y a demostrar nuestro afecto generosamente;
A elegir a los débiles y a no obnubilarnos por los títulos o las riquezas de nadie, a semejanza del Señor (cfLc 1,52);
A confiar más en el amor de Dios y su perdón, los que siempre serán más grandes que nuestro pecado;
A responder a esa misericordia infinita demostrando «mucho amor» hacia quienes más lo necesitan;
A tener presente que, para Jesús, amor y fe están íntimamente unidos, ya que, después de alabar sus acciones, le dice a la mujer «Tu fe te ha salvado»;
A observar que del Maestro nunca recibiremos instrucciones para seguir una religión, sino para vivir conforme al amor;

Y, por último, pero no menos importante: al darnos cuenta que, en tiempos en que la mujer no tenía derechos, él era capaz de poner a una como ejemplo frente a un “modelo” religioso, como eran los fariseos; además de, cosa absolutamente infrecuente en aquella época, por lo ya dicho, el hecho revolucionario de atreverse a tener discípulas, como María Magdalena, Juana, Susana «y muchas otras», debiesen hacernos revisar, repensar y renovarnos en nuestras actitudes de menosprecio de lo femenino en nuestra vida y en la forma como se organiza nuestra Iglesia.

Que miremos con más atención tus gestos y palabras, Señor, para intentar asemejarnos, cada vez más y cada vez mejor, al estilo de hijos de Dios que espera el Padre de nosotros. Así sea.

Queriendo tener una mirada llena de Paz, Amor y Alegría, es decir, de misericordia con todos, como la del Señor,
Miguel

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