miércoles, 20 de julio de 2016

Orar en plural, para poder servir y amar mejor



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
24 de Julio de 2016
Domingo de la Décimo Séptima Semana Durante el Año

Lecturas:
Génesis 18, 20-21. 23-32 / Salmo 137, 1-3. 6-8 ¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué! / Colosenses 2, 12-14

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  11, 1-13
    Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
    Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan:
        Padre, santificado sea tu Nombre,
        que venga tu Reino,
        danos cada día nuestro pan cotidiano;
        perdona nuestros pecados,
        porque también nosotros perdonamos
        a aquellos que nos ofenden;
        y no nos dejes caer en la tentación».
    Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle," y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".
    Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
    También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
    ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
    Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Gran misterio el de la oración. Se trata de tener conciencia de que «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor» (1L) para entablar un diálogo con él, confiados en la convicción que nos transmite Jesús, acerca de que de Él sólo podremos conseguir cosas buenas, porque es nuestro Padre (Ev). Si a esto le sumamos «la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos» (2L), porque para Él nada es imposible, podemos identificarnos con el salmista que canta «Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque has oído las palabras de mi boca» (Sal).
Qué gran noticia recibimos este día: «¡El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!».  Porque si el Padre bueno da algo, da lo mejor que tiene y eso es el Espíritu que renueva la superficie de la tierra (cf Sal 104,30), incluyéndonos a nosotros.
Es otro contenido precioso de la Buena Noticia que nos vino a transmitir Jesús.
Este episodio ocurre cuando sus discípulos, después de admirar respetuosamente su capacidad y estilo de oración, le han pedido que les enseñe a orar también a ellos.
Ellos quieren orar como él; él espera que ellos actúen inspirados de la misma manera suya. Por eso les indica que el objetivo final de ésta es llegar a recibir el Espíritu Santo, ya que Él ayuda a mejorar nuestra oración-comunicación-intimidad con Dios, impulsándonos a arrepentirnos y a corregir nuestros pecados, además de aumentar nuestro deseo de dedicarnos a agradarle.
Pero, una advertencia que se hace necesaria ante nuestras (malas) costumbres individualistas al respecto: observemos que la enseñanza es plural: «danosnuestro pan; perdona nuestros pecados;  no nos dejes caer en la tentación… pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…».
De hecho, recordemos que cuando celebramos la fiesta de Pentecostés, lo hacemos por el evento de la venida del Espíritu Santo a la comunidad reunida (Hech 2,1ss).
Porque, cuando insistimos en intentar tener una relación exclusivamente personal e intimista con Él, como reflejo de esa actitud, no ampliamos la mirada a los hermanos y no nos sale ser solidarios, ni generosos, ni empáticos… y eso explica que haya tantos/as cristianos/as a que no saben llorar con los que lloran (cf Rom 12,15): no han logrado ponerse en sintonía fina con el Dios generoso que quiere lo mejor para sus hijos, de tal manera de poder aprender a ser misericordiosos como lo es Él (Lc 6,36).

En cambio, si le permitimos al Espíritu de Jesús que nos guíe a vivir de manera semejante a la suya, es decir, en compañía de los demás, atento a las necesidades de los demás, abierto a compadecerse de los sufrimientos de los demás; y, por cierto, buscando hacer algo al respecto por los demás, naturalmente el nombre del Padre, a quien le oramos, será alabado y santificado, incluso por quienes no lo conocen. Además estaremos creando las condiciones para que venga su Reino, que es lo que ocurre cuando los humanos nos tratamos, precisamente, con humanidad, es decir, con misericordia y cariño mutuos.

Que queramos y tratemos, cada vez más y cada vez mejor, vivir como hijos tuyos, Padre bueno, impulsados por tu Espíritu Santo y siguiendo el modelo de tu Hijo, Jesús. Así sea.

Intentando llenarnos de la Paz, el Amor y la Alegría del Reino, para vivir como hijos de Dios,
Miguel

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