miércoles, 10 de agosto de 2016

El fuego de la justicia y el amor



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de Agosto de 2016
Domingo de la Vigésima Semana Durante el Año

Lecturas:
Jeremías 38, 3-6. 8-10 / Salmo 39, 2-4. 18 Señor, ven pronto a socorrerme / Hebreos 12, 1-4

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  12, 49-53
    Jesús dijo a sus discípulos:
    Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
    ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Palabra del Señor.

MEDITACION
El Señor, Padre bondadoso, por amor a sus hijos, la humanidad completa, a todos quienes han querido ponerse a su servicio les dio este don: «puso en mi boca un canto nuevo» (Sal), uno que hace ver las situaciones que impiden que los más débiles entre nosotros puedan ser felices. Precisamente los causantes de esto, querrán bloquear este mensaje diciendo que «no busca el bien del pueblo, sino su desgracia» (1L). Debido a eso, el seguidor de Jesús no trae paz, sino división (Ev) y deberá enfrentar, por ello, consecuencias similares a su Maestro: «piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores» (2L).
Ayuda mucho, al leer un texto del evangelio, mirar su contexto (qué sucedió antes y, a veces, también después).
Revisando, entonces, nos encontramos con que, inmediatamente previo a estas exclamaciones que pueden sonar incomprensibles e incompatibles con el carácter de Jesús, están (recordemos los dos domingos previos), desde su advertencia contra la codicia, «porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas» (Lc 12,15), hasta la invitación a estar preparados para su Retorno, «porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada» (Lc 12,40), pasando por un texto que no estuvo en nuestras liturgias, pero es muy importante en el enlace con los otros dos, ya que explica cómo es posible tener un desapego sano al dinero, lo cual es confiando en que Dios siempre provee, llegando a la conclusión de que la actitud adecuada ante ese don es sentirnos invitados a que, venciendo preocupaciones infértiles y egoísmos: «Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura» (Lc 12,31).
Pues bien, después de todo esto, Jesús afirma que este mensaje que ha traído a la tierra va a ser arrasador como el fuego y, a la vez, motivo de división.
Hay que recordar más seguido que nuestro Maestro y Señor es un perseguido y ajusticiado por lo que hacía y decía. Él no era un ser tranquilo y querido por todos, como acostumbramos a imaginar; su misión y sus palabras no dejaban indiferentes a nadie. Y su muerte lo demostró.
No puede ser de otra manera, porque en esta tierra a la que vino y en la cual espera que quienes queremos ser sus seguidores estemos en sintonía con su misión, no reinaba ni reina Dios, sino la avaricia, que es la raíz de todos los males (cf 1 Tim 6,10), ejemplificada hoy en la inequidad, la explotación, múltiples tráficos ilegales, y también negocios legales, pero ilegítimos.
En esta tierra de injusticias, pues, a los amigos de Jesús se nos llama a mostrar que otro estilo de vida es posible, un estilo semejante al que él vivió: libre, generoso y feliz, gracias a lo cual creemos en que se puede existir sin amarrarse a los bienes materiales, porque confiamos en la providencia amorosa del Padre Dios, y también en que Él da las fuerzas y sabiduría necesarias a quienes escogen servirlo por sobre el dinero (Mt 6,24), lo que ocurre cuando, sirviendo a sus hermanos, buscan aportar para que se establezca su Reino de misericordia, solidaridad y equidad.
Entonces, no defraudemos a quien nos dice sobre este fuego que trae para purificar nuestras sociedades tan poco humanas: «¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» y ayudemos a que se propague.
Como todos sabemos, existen intereses poderosos que harán lo posible por convencernos que aquello es una utopía ridícula, hippie o comunista, que ya fue dejada en el pasado. Eso provocará que la familia humana se divida «tres contra dos y dos contra tres» inevitablemente, porque quienes creemos en (y le creemos a) Jesús lo seguiremos intentando, tratando que los más débiles no sean afectados por los dueños del dinero y el poder; que todos nos podamos tratar con más cordialidad, respeto y cariño; que a ningún hijo de Dios le falte lo necesario para vivir dignamente; que todos puedan acceder a los medios necesarios para realizar su misión en la vida y que podamos, en fin, sentir como él: «¡qué angustia hasta que esto se cumpla plenamente!».

Que aportemos nuestras débiles llamas, para que sumadas a tu fuego vivificador, Señor, hagamos crecer la hoguera acogedora de la justicia y el amor en nuestra tierra. Así sea.

Queriendo sumar las capacidades y habilidades que el Dios de la Paz, el Amor y la Alegría puso en nosotros para aportar a la construcción de su Reino,
Miguel

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