miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una respuesta de fe llena de preocupación por los demás



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
11 de Septiembre de 2016
Domingo de la Vigésimo Cuarta Semana Durante el Año

Lecturas:
Éxodo 32, 7-11. 13-14 / Salmo 50, 3-4. 12-13. 17.19 Iré a la casa de mi Padre / Timoteo 1, 12-17

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  15, 1-10
    Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
    Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
    Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
    Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
    Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Enseña el Maestro que «se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte» (Ev). Para llegar a esa conversión, ayuda primero orar: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Sal), porque «es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores» (2L). Contamos con su auxilio, entonces, pero también el de los demás hermanos y ellos con el nuestro, cuando intercedemos unos por otros ante Dios, nuestro Padre común (1L).
La fe es personal, por cierto, pero se vive en comunidad o no es la misma fe en y de Jesús.
Es decir, no cabe duda que creer es la respuesta propia a la invitación que a cada quien hace  Dios mismo. Sin embargo, nuestro Maestro se ocupó de “llenar” esa respuesta de preocupación por los demás. Y enseñó a sus seguidores a hacerlo de la misma manera, al punto que un discípulo suyo desafiaría después: «Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe» (Stg 2,18).
El texto de este día nos cuenta que «los fariseos y los escribas murmuraban», es decir los “buenos creyentes” reprobaban que el Nazareno, al que analizaban con lupa, se mezclara tan libremente con personas de “mala reputación”. Era una demostración de que, tal vez, pensaban, no era realmente un profeta (cf. Lc 7,39)… Porque ellos se habían quedado con frases bíblicas como «No me incluyas entre los pecadores ni entre los hombres sanguinarios» (Sal 25,9); o, refiriéndose a los mismos: «hijo mío, no los acompañes por el camino, retira tus pies de sus senderos» (Prov 1,15), entre otras.
Sin embargo, claramente Jesús, que se había enamorado de textos como: «El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no nos trata según nuestros pecados. Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles; él conoce de qué estamos hechos» (Sal 103, 8. 10. 12-14), por eso era el profeta de la misericordia de Dios: esa que incluye y nunca busca motivos para marginar.
Y así lo predicaba con palabras: «yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;  así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,44-45), pero también con gestos concretos: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Teniendo presente que en su cultura comer con alguien era un signo de mucha cercanía…

Entonces, ante esto, sería apropiado cuestionarnos: ¿qué tipo de fe es la nuestra? ¿una personal e intimista que no afecta a (ni se deja afectar por) la sociedad en que se vive?, es decir, una forma de relacionarse con Dios reflejo del estilo inhumano individualista de la sociedad en que vivimos. O ¿tendremos (o intentaremos vivir) una fe con más semejanza a la del Maestro de la humanidad, una unida a muchos, con sentido de fraternidad, ya que no ora al “Padre mío”, sino al Padre nuestro (cf. Mt 6,9), es decir, una que busca hacer un mundo diferente, dejando de mirarnos como competidores, para hacerlo, más bien, como hermanos, de tal manera que podamos rescatar lo mejor que tenemos.
Por último, en esta fecha imposible de ser ignorada, debido a las consecuencias que aún tiene en la vida de nuestro país, pidamos perdón por los cristianos que se sumaron a la ola discriminadora desatada aquel día; y, a la vez, demos gracias al Señor por quienes fueron fieles y valientes para acoger e incluir a perseguidos y marginados, asumiendo las consecuencias que esto traía.

Que nos unamos a la tarea de buscar a las ovejas perdidas, para posteriormente poder celebrar juntos la alegre fiesta de la familia humana unida en torno a tu amor, Señor. Así sea.

Aprendiendo, con mucha Paz, Amor y Alegría a ser acogedores con todos, especialmente con quienes se han alejado o los han marginado,
Miguel

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