PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
16 de Octubre de 2016
Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año
Lecturas:
Éxodo 17, 8-13 / Salmo 120, 1-8 Nuestra ayuda está en el nombre del Señor / II Timoteo 3, 14—4, 2
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 1-8
Jesús enseñó con una
parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
«En una ciudad
había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma
ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me
hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho
tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me
importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme"».
Y el Señor dijo:
«Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un
abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga
el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
La perseverancia de la viuda maltratada por
el adversario y por quien debía protegerla es la actitud que propone como ejemplo
Jesús (Ev), para quienes dicen confiar en que «el
Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida» (Sal), porque ella, con una constancia que pone a prueba las propias fuerzas,
como Moisés (1L) «insiste con ocasión o sin ella, arguye,
reprende, exhorta, con paciencia incansable» (2L) hasta lograr la victoria de la justicia.
La semana
pasada compartíamos la necesidad de revisar el contenido de nuestra relación
con Dios, enfatizando en la poca disposición a ser agradecidos con Él que
solemos tener. Con este evangelio, podemos agregar que a nuestra oración hay
que aplicarle paciencia, ya que nuestros tiempos ni nuestra sabiduría son los
mismos de Dios. Sólo Él sabe el cuándo y el cómo, pero lo hará y siempre será
mejor que lo esperado: «Confía en el Señor y practica el bien […] él colmará
los deseos de tu corazón. […] confía en él, y él hará su obra; hará brillar tu
justicia como el sol y tu derecho, como la luz del mediodía» (Sal 37,3-6).
Notemos,
sobre el texto de este día, que esta debe ser la única ocasión en que el
evangelista nos explica el sentido del relato antes de contarlo: «Jesús
enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse».
¿Por qué al
Maestro (y al evangelista) le parece tan importante hacer esta enseñanza?
Antes,
habría que tratar de comprender qué es la oración para él.
En
primerísimo lugar está el comprender que no es un pliego de peticiones que se
presenta a un ser distante e iracundo, sino el diálogo cariñoso con nuestro
Padre del cielo: «Cuando oren, digan: Padre» (Lc 11,2).
Para poder
dialogar, por cierto, hay que creer que es posible. En este caso, creer que
Dios está vivo, escucha lo que tenemos que decirle y, a su vez, nos habla: «Antes
que llamen, yo les responderé; estarán hablando, y ya los habré escuchado» (Is 65,24).
Además,
como normalmente todos lo hemos experimentado, siempre se quiere compartir con
quien se ama. Entonces, la frecuencia de nuestra oración es una buena medida
del amor que le tenemos, pero eso, necesariamente, se va incrementando con la
misma relación.
Claro que, por
otro lado, es normal que, debido a la tremenda asimetría entre nuestra
debilidad y Su grandeza, entre nuestra pequeña soberbia y Su bondad servidora;
y entre nuestro individualismo egoísta y Su amor generoso; a causa de tan
grandes diferencias, entonces, nos costará mucho comprenderlo y, por ello,
muchas veces querremos abandonar los intentos.
Por todo
eso viene la invitación del Maestro a evitar y superar la desesperanza e
intentar permanentemente orar al Señor.
Una buena
comunicación (y una buena oración) fomenta el entendimiento mutuo.
¿Cuál debe
ser el contenido de nuestra oración? Que venga su Reino, lo que implica que se
haga su voluntad (cf Mt 6,10).
¿Y cuál es
su voluntad? La justicia. Ni más ni menos.
Porque este
mundo que Él creó debía ser una sociedad de hermanos, pero hay injustos que,
para mantener sus privilegios, lo han transformado en un espacio de competencia
y discriminación.
Orando sin
desanimarnos, entonces, sabremos lo que a Él, Creador nuestro, Padre cariñoso y
Dios de la Vida, le parece lo mejor para nosotros, sus hijos. Y descubriremos,
además, que, para que sea posible humanizar a nuestra humanidad, es decir,
volver a su plan original, ha puesto en nosotros capacidades, fortalezas y
ganas que, unidas a otras, responderán positivamente a la pregunta: «Dios,
¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga
esperar?».
Cabe
preguntarse ahora, igual que Jesús: cuando él regrese, como dice la esperanza
cristiana: «¿encontrará fe sobre la tierra?»; o, en otras palabras, ¿nos
encontrará, a quienes lo esperamos, construyendo Su justicia impulsados por
nuestra fe?
Que
aceptemos la invitación-desafío que nos haces, Señor, a orar sin desanimarnos y
a hacer vida esperanzada nuestra oración, para que se realice la Justicia del
Padre. Así sea.
Aprendiendo con mucha Paz,
Amor y Alegría en el corazón, a orar sin desanimarnos hasta conocer la voluntad
del Padre y la forma de llevarla a cabo,
Miguel
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