miércoles, 12 de octubre de 2016

Diálogo constante, vivencia permanente



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
16 de Octubre de 2016
Domingo de la Vigésimo Novena Semana Durante el Año

Lecturas:
Éxodo 17, 8-13 / Salmo 120, 1-8 Nuestra ayuda está en el nombre del Señor / II Timoteo 3, 14—4, 2

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  18, 1-8
    Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
    «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
    Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"».
    Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
    Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
La perseverancia de la viuda maltratada por el adversario y por quien debía protegerla es la actitud que propone como ejemplo Jesús (Ev), para quienes dicen confiar en que «el Señor te protegerá de todo mal y cuidará tu vida» (Sal), porque ella, con una constancia que pone a prueba las propias fuerzas, como Moisés (1L) «insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable» (2L) hasta lograr la victoria de la justicia.
La semana pasada compartíamos la necesidad de revisar el contenido de nuestra relación con Dios, enfatizando en la poca disposición a ser agradecidos con Él que solemos tener. Con este evangelio, podemos agregar que a nuestra oración hay que aplicarle paciencia, ya que nuestros tiempos ni nuestra sabiduría son los mismos de Dios. Sólo Él sabe el cuándo y el cómo, pero lo hará y siempre será mejor que lo esperado: «Confía en el Señor y practica el bien […] él colmará los deseos de tu corazón. […] confía en él, y él hará su obra; hará brillar tu justicia como el sol y tu derecho, como la luz del mediodía» (Sal 37,3-6).
Notemos, sobre el texto de este día, que esta debe ser la única ocasión en que el evangelista nos explica el sentido del relato antes de contarlo: «Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse».
¿Por qué al Maestro (y al evangelista) le parece tan importante hacer esta enseñanza?
Antes, habría que tratar de comprender qué es la oración para él.
En primerísimo lugar está el comprender que no es un pliego de peticiones que se presenta a un ser distante e iracundo, sino el diálogo cariñoso con nuestro Padre del cielo: «Cuando oren, digan: Padre» (Lc 11,2).
Para poder dialogar, por cierto, hay que creer que es posible. En este caso, creer que Dios está vivo, escucha lo que tenemos que decirle y, a su vez, nos habla: «Antes que llamen, yo les responderé; estarán hablando, y ya los habré escuchado» (Is 65,24).
Además, como normalmente todos lo hemos experimentado, siempre se quiere compartir con quien se ama. Entonces, la frecuencia de nuestra oración es una buena medida del amor que le tenemos, pero eso, necesariamente, se va incrementando con la misma relación.
Claro que, por otro lado, es normal que, debido a la tremenda asimetría entre nuestra debilidad y Su grandeza, entre nuestra pequeña soberbia y Su bondad servidora; y entre nuestro individualismo egoísta y Su amor generoso; a causa de tan grandes diferencias, entonces, nos costará mucho comprenderlo y, por ello, muchas veces querremos abandonar los intentos.
Por todo eso viene la invitación del Maestro a evitar y superar la desesperanza e intentar permanentemente orar al Señor.
Una buena comunicación (y una buena oración) fomenta el entendimiento mutuo.
¿Cuál debe ser el contenido de nuestra oración? Que venga su Reino, lo que implica que se haga su voluntad (cf Mt 6,10).
¿Y cuál es su voluntad? La justicia. Ni más ni menos.

Porque este mundo que Él creó debía ser una sociedad de hermanos, pero hay injustos que, para mantener sus privilegios, lo han transformado en un espacio de competencia y discriminación.
Orando sin desanimarnos, entonces, sabremos lo que a Él, Creador nuestro, Padre cariñoso y Dios de la Vida, le parece lo mejor para nosotros, sus hijos. Y descubriremos, además, que, para que sea posible humanizar a nuestra humanidad, es decir, volver a su plan original, ha puesto en nosotros capacidades, fortalezas y ganas que, unidas a otras, responderán positivamente a la pregunta: «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?».
Cabe preguntarse ahora, igual que Jesús: cuando él regrese, como dice la esperanza cristiana: «¿encontrará fe sobre la tierra?»; o, en otras palabras, ¿nos encontrará, a quienes lo esperamos, construyendo Su justicia impulsados por nuestra fe?

Que aceptemos la invitación-desafío que nos haces, Señor, a orar sin desanimarnos y a hacer vida esperanzada nuestra oración, para que se realice la Justicia del Padre. Así sea.

Aprendiendo con mucha Paz, Amor y Alegría en el corazón, a orar sin desanimarnos hasta conocer la voluntad del Padre y la forma de llevarla a cabo,
Miguel

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