miércoles, 5 de octubre de 2016

Ser agradecidos de una forma efectiva



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
9 de Octubre de 2016
Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

Lecturas:
II Reyes 5, 10. 14-17 / Salmo 97, 1-4 El Señor manifestó su victoria / II Timoteo 2, 8-13

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  17, 11-19
    Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
    Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
    Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
    Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Para que de verdad «aclame al Señor toda la tierra» (Sal), debemos tener presente que la identificación del o de la discípulo/a con Jesús se produce porque «si hemos muerto con Él, viviremos con Él» (2L), y eso permite que nuestro accionar compasivo actualice la misericordia de Dios con todo aquel que vive la marginación y el sufrimiento -simbolizados en la lepra- sin importar si es de “los nuestros” o no (Ev y 1L).
Así como hemos dicho en otras oportunidades que la auténtica fe en Jesús tiene mucho menos que ver con prácticas religiosas que con mejorar el trato con los demás, este día, podríamos sentirnos invitados a revisar la forma cómo vivimos la otra cara de la medalla de esa fe: la de nuestra relación con nuestro Dios.
Una característica muy marcada de ella sería que todos le pedimos, pero pocos le agradecemos…
La razón es posible encontrarla en la historia que nos presenta el texto de este día: después de esta intervención poderosa y dignificadora del Señor en la vida de estas diez personas (les sana y, con ello, los devuelve a la vida en sociedad), sólo uno «volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias». Probablemente, por ser samaritano, era el único que no se sentía “merecedor” de su misericordia.
Claro, pues, por el contrario, los otros nueve eran judíos, y eso significa que es posible que sintiesen como una “obligación” de Dios, como protector de su pueblo, el tener que ayudarles en su aflicción.
Sin embargo, no debemos olvidar que «todo depende no del querer o del esfuerzo del hombre, sino de la misericordia de Dios» (Rm 9,16) y Él, porque así lo ha decidido, la expresa de tal manera que «no hace acepción de personas» (Rm 2,11; Dt 10,17), de tal manera que «hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
Todo lo anterior significa que nadie merece nada de su parte y que en Él todo es entrega gratuita.
La imagen más fiel suya entre nosotros (cf Col 1,15) fue «Jesús, Maestro» nuestro, quien siempre actuó de manera similar, sin rechazar nunca a nadie que se acercara a solicitar las manifestaciones de su ternura activa (cf Jn 6,37); por eso vemos que le es imposible ser indiferente ante personas que le claman: «ten compasión de nosotros».

Hoy nos corresponde a nosotros, que nos decimos cristianos (=otros Cristos en nuestro tiempo y lugar), asemejarnos, cada vez más y cada vez mejor, a nuestro modelo, para que “a nadie le falte Dios”, como es su voluntad.
Y cuando ocurra que nos toque ser beneficiarios de su misericordia infinita, la que llegará por medio de aquellos que Él haya inspirado en su momento para aliviar nuestros padecimientos, ojalá no dejemos de ser agradecidos, teniendo presente que la forma más efectiva para esto siempre será realizar acciones que hagan un bien a los otros hijos de nuestro Padre bondadoso, que son nuestros hermanos, con especial ocupación y cariño por aquellos más débiles y que padecen necesidades.
Esa respuesta a su generosidad logrará que también a nosotros nuestra fe nos haya salvado, como al personaje del evangelio. ¿Salvarnos de qué? De esa marea egoísta y autosuficiente que ahoga a nuestra humanidad, impidiéndole desarrollar las hermosas potencialidades que el Creador puso en nosotros.

Que abramos el corazón al reconocimiento por tus muchos dones, Señor, y que también abramos los ojos para ver en quiénes mostraremos esa gratitud. Así sea.

Aprendiendo con mucha Paz, Amor y Alegría en el corazón a ser agradecido con el Padre manifestándolo en sus hijos,
Miguel

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