miércoles, 30 de noviembre de 2016

Convertirse en trabajadores por la paz



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
4 de Diciembre de 2016
Segundo Domingo de Adviento

Lecturas:
Isaías 11, 1-10 / Salmo 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17 Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz eternamente / Romanos 15, 4-9

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    3, 1-12
En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.» A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Estamos a la espera de «Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz» (Sal). Ante eso se nos llama: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Ev). Para eso, lo apropiado es tener dos actitudes fundamentales: en el nivel mayor, la comunidad-país, debiese ocurrir que al cristiano «La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas» (1L); y en el nivel comunidad interpersonal: «Sean mutuamente acogedores, como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios» (2L). Esa sería la esperanza activa que valdría la pena fomentar este Adviento y siempre.
La paz es un valor, un bien colectivo, aparentemente muy apreciado. Sin embargo, ¡qué poco hacemos para que sea una realidad permanente entre nosotros!
Esto puede deberse a que se la idealiza, como si fuese un estado meramente espiritual, olvidando que la paz auténtica es fruto de la justicia (cf Is 32,17; Stg 3,18); porque paz sin justicia es orden impuesto, que es lo mismo que decir ira contenida, hasta el momento en que, inevitablemente, explotará con violencia.
Este día el evangelio nos presenta al profeta Juan advirtiéndole a los que hacían ostentación de vivir según los preceptos de la religión de Israel, que no es suficiente sentirse hijos del padre de la fe, Abraham.
Recorriendo siglos, ese mismo mensaje sigue vigente para nosotros hoy, sólo cambiando la frase del Bautista por una semejante a esta “no se contenten con decir: somos cristianos”.
Para ellos y para nosotros el desafío es: «Produzcan el fruto de una sincera conversión»
Los amigos de Jesús, hoy que el mundo clama en medio de múltiples violencias e injusticias, somos llamados a convertirnos de verdad, no al catolicismo, ni siquiera al cristianismo (él nunca invitó a hacerse parte de una religión: una construcción humana finalmente), sino a que las personas hiciesen de su vida, de su forma de relacionarse con los demás, una alabanza a Dios.

Entonces, teniendo presente que «el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17), debiésemos entender el llamado de Juan, de todos los grandes profetas del Señor y el de nuestro Maestro y hermano Jesús a que preparemos el camino del Señor convirtiéndonos –o cambiando lo que hacemos hasta ahora-, para contribuir a un trato más justo entre los seres humanos, de tal manera que busquemos evitar que unos sufran a manos de otros y ayudemos a sanar los dolores que les han sido ocasionados a los más débiles.
Así aportamos a que sea Dios quien reine, que es otra forma de decir aportar a que haya verdadera paz, con el «hambre y sed de justicia» (Mt 5,6) que infunde en nosotros el Padre del Cielo, ya que «los que trabajan por la paz (…) serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Esto lo necesita el mundo, para que tenga la alegría de conocer que realmente «el Reino de los Cielos está cerca».

Que ayudemos al mundo a convertirse en un lugar privilegiado para la paz, la justicia y el gozo, haciendo el aporte que esperas de nosotros, Señor. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría trabajar porque en el mundo reinen los valores más humanos, que nos hacen más hermanos,
Miguel

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