PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
4 de Diciembre de 2016
Segundo Domingo de Adviento
Lecturas:
Isaías 11, 1-10 / Salmo 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17 Que en sus días florezca la justicia y
abunde la paz eternamente / Romanos 15, 4-9
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 3, 1-12
En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando
en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está
cerca.» A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el
desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de
cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén,
de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía
bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir
su bautismo, Juan les dijo:
«Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de
Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se
contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les
digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya
está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será
cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel
que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el
granero y quemará la paja en un fuego inextinguible.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Estamos a la espera de «Que en sus días
florezca la justicia y abunde la paz» (Sal).
Ante eso se nos
llama: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Ev). Para eso, lo apropiado es tener dos actitudes fundamentales: en el
nivel mayor, la comunidad-país, debiese ocurrir que al cristiano «La
justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas» (1L); y en el nivel comunidad interpersonal: «Sean mutuamente acogedores,
como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios» (2L). Esa sería la esperanza activa que valdría la pena fomentar este
Adviento y siempre.
La paz es
un valor, un bien colectivo, aparentemente muy apreciado. Sin embargo, ¡qué
poco hacemos para que sea una realidad permanente entre nosotros!
Esto puede deberse
a que se la idealiza, como si fuese un estado meramente espiritual, olvidando
que la paz auténtica es fruto de la justicia (cf Is 32,17; Stg 3,18); porque paz
sin justicia es orden impuesto, que es lo mismo que decir ira contenida, hasta
el momento en que, inevitablemente, explotará con violencia.
Este día el
evangelio nos presenta al profeta Juan advirtiéndole a los que hacían
ostentación de vivir según los preceptos de la religión de Israel, que no
es suficiente sentirse hijos del padre de la fe, Abraham.
Recorriendo siglos, ese mismo mensaje sigue vigente para
nosotros hoy, sólo cambiando la frase del Bautista por una semejante a esta “no
se contenten con decir: somos cristianos”.
Para ellos
y para nosotros el desafío es: «Produzcan el fruto de una sincera conversión»
Los amigos
de Jesús, hoy que el mundo clama en medio de múltiples violencias e injusticias,
somos llamados a convertirnos de verdad, no al catolicismo, ni siquiera al cristianismo
(él nunca invitó a hacerse parte de una religión: una construcción humana
finalmente), sino a que las personas hiciesen de su vida, de su forma de
relacionarse con los demás, una alabanza a Dios.
Entonces,
teniendo presente que «el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida,
sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17), debiésemos entender el llamado de
Juan, de todos los grandes profetas del Señor y el de nuestro Maestro y hermano
Jesús a que preparemos el camino del Señor convirtiéndonos –o cambiando lo que
hacemos hasta ahora-, para contribuir a un trato más justo entre los seres
humanos, de tal manera que busquemos evitar que unos sufran a manos de otros y ayudemos
a sanar los dolores que les han sido ocasionados a los más débiles.
Así
aportamos a que sea Dios quien reine, que es otra forma de decir aportar a que
haya verdadera paz, con el «hambre y sed de justicia» (Mt 5,6) que infunde en nosotros el Padre
del Cielo, ya que «los que trabajan por la paz (…) serán llamados hijos de Dios»
(Mt
5,9).
Esto lo
necesita el mundo, para que tenga la alegría de conocer que realmente «el Reino de los Cielos está
cerca».
Que ayudemos al mundo a convertirse en un lugar privilegiado
para la paz, la justicia y el gozo, haciendo el aporte que esperas de nosotros,
Señor. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría trabajar porque en el mundo reinen los valores más humanos, que nos
hacen más hermanos,
Miguel
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