miércoles, 2 de noviembre de 2016

Creer en la resurrección, hoy



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
6 de Noviembre de 2016
Domingo de la Trigésima Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
Macabeos 6,1; 7, 1-2. 9-14 / Salmo 16, 1. 5-6. 8. 15 ¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia! / II Tesalonicenses 2, 16—3, 5

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  20, 27-38
    Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»
    Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
    Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Nuestra fe nos dice que «Dios, nuestro Padre, […] nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza» (2L), la cual es que «los muertos van a resucitar» (Ev); nuestro Creador Todopoderoso, «el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna» (1L), para que, cuando llegue el momento, le podamos decir: «por tu justicia, contemplaré tu rostro» (Sal). ¿Qué hacemos y qué haremos con la promesa de este regalo?
Los cristianos de hoy casi no hablamos de la resurrección.
¿Se deberá a que al respecto sólo tenemos en la mente doctrina antigua que nos han enseñado, y, por lo tanto, muy pocas convicciones personales?
El resultado de esto es que podríamos caer en elaboraciones absurdas, tal como la que le presentan los saduceos al Maestro (recordemos el “limbo”, ya dejado de lado, por ejemplo); o, simplemente, dejar de creer en que es posible que seamos «dignos de participar del mundo futuro», ya que éste ni siquiera existiría.
Alguien hacía notar que cuando nos referimos a este tema, o hablamos de pasado: el acontecimiento de hace 20 siglos que protagonizó Jesús de Nazaret; o hablamos en tiempo futuro: lo que esperamos que nos suceda después de nuestra partida de este mundo. Pero hace falta descubrir qué tiene que decirnos la Resurrección en nuestro Presente.
Antes, precisemos algunas cosas: la resurrección de Jesús, es la respuesta de Dios a quienes lo castigaron por vivir según su comprensión de la voluntad del Padre. El crucificado tenía razón y no quienes decían actuar en su nombre. Su resurrección afirma que Dios es un Dios de Justicia.
La resurrección de Jesús, el triunfo de la Vida sobre la muerte, el triunfo del amor activo por una vida más digna para todos, que él encarnó, por sobre el egoísmo, encarnado en quienes lo ajusticiaron para conservar sus privilegios, significa que Dios es el Dios de la Vida: «Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes».
La resurrección de Jesús, y Dios interviniendo para que triunfen la Justicia y la Vida, gratuitamente, sin que nadie deba hacer méritos para conseguirlo, sólo porque Él es misericordioso, son buenas noticias para la humanidad: Dios es un Dios de Alegría.
Pues bien, como sabemos, últimamente, las noticias en nuestro país han mantenido en el debate ciudadano muchos temas relacionados con la muerte o con la falta de vida (vida de calidad).
Recordemos: uno era si es correcto determinar motivos por los que ya no debiese penalizarse el aborto y hasta dónde se castiga injustamente a quienes se obliga a mantener embarazos inviables o aborrecibles; también, el absoluto desamparo en que sobreviven los niños y adolescentes sin hogar por parte de la institución del Estado, el Sename, destinada, precisamente, a cuidarlos; sumada a la conciencia de que es absolutamente insuficiente la compensación por toda una vida de trabajo que reciben nuestros adultos mayores al jubilar; y la campaña contra el abuso y el acoso, disimulado y desenfadado –hasta llegar al crimen- que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres; entre otras…
¿Dónde hemos estado los cristianos, los «hijos de la resurrección», en estas y otras situaciones que ponen en entredicho el valor de la Vida plena?
La sociedad sólo nos ha visto en uno de ellos: hubo una marcha organizada por las Iglesias a favor de la vida de quienes están en el vientre materno. Los otros casos, pese a afectar gravemente las existencias de otros hijos de Dios, parecen no tener importancia para nosotros…

Entonces, con fe en el acontecimiento del pasado y con esperanza en la promesa futura, ¿cuál es o serían las acciones que manifestarían nuestro amor a la Vida en el presente? A todas las vidas y toda la vida.
Porque creer en la resurrección de Jesús es creer que el mal y la maldad no son todopoderosos; Dios sí lo es y Él lo ha vencido y lo vencerá.
Los cristianos, entonces, porque nos mueve la fe en el Dios de la Justicia, la Vida y la Alegría, buscando hacer propios esos valores en nuestra cotidianeidad, estamos llamados a poner vida donde parece reinar la muerte; solidaridad, donde campea el individualismo egoísta; fraternidad, donde gobierna la indiferencia. Y de ninguna manera cruzarnos de brazos cuando la vida plena, o en abundancia, como la llamaba Jesús (cf Jn 10,10), la del que está por nacer y la de quien ya nació, esté siendo afectada.
Sólo así será comprensible para otros que creamos en el triunfo de la Vida sobre la muerte; es decir, que de verdad creamos en la resurrección.

Que en nuestro actuar diario se nos note que creemos en el Dios de la Vida, de toda vida, de la mejor vida posible para todos sin excepción, según la guía que recibimos de ti, Señor. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría en el corazón, ser testigos del Dios que hace triunfar la Vida siempre,
Miguel

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