PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
13 de Noviembre de 2016
Domingo de la Trigésima Tercera Semana Durante el Año
Lecturas:
Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97, 5-9 El Señor viene a gobernar a los pueblos / II Tesalonicenses 3, 6-12
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 5-19
Como algunos,
hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas
votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará
piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le
preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que
va a suceder?»
Jesús respondió:
«Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi
Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca".
No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es
necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
Después les dijo:
«Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes
terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos
aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo
eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán
encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y
esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien
presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una
elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni
contradecir.
Serán entregados
hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos
de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni
siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán
sus vidas».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Cada vez está más cerca el tiempo en que «brillará
el sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (1L), momento en que «Él gobernará al mundo con justicia, y a los
pueblos con rectitud» (Sal). Por cierto, una espera auténtica
de ese momento, cuando se producirá el regreso del Señor de la Vida, no puede
efectuarse como ociosos (2L), sino activamente, ayudando a que
sea más digna la vida de los demás, como la única manera adecuada de dar
testimonio de Jesús (Ev).
¿Qué nos
sucedería a los católicos si, por el motivo que fuese, se derrumbara la Basílica
de San Pedro, en Roma?
Probablemente,
primero, nos sentiríamos muy afectados y, posteriormente, nos sumaríamos
rápidamente a una campaña para repararlo.
Esto puede
sonarnos extraño, pero sólo porque muchas veces olvidamos que todo lo humano
tiene fecha de caducidad; nada es para siempre.
Y, pese a
que lo sabemos, sin embargo, nos aferramos a las cosas, nos acostumbramos a que
estén siempre ahí.
Jesús intenta sacudir esa comodidad, como
suele hacerlo, con una imagen fortísima para sus compatriotas.
Ellos
comentan, con orgullo patriótico y fe admirada, lo bello que es su Templo,
símbolo de la presencia del Dios Único entre ellos.
Entonces,
el Maestro les señala: «De
todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo
será destruido»
¿Todo? ¿Incluso esto tan sagrado? ¿Ni Dios se salva?
Una duda
así viene de pretender que el Todopoderoso Creador del Cielo y la Tierra pueda ser
confinado a un recinto fabricado por manos humanas.
Claro que
Él sí ha escogido habitar en algo material, pero no en aquellas edificaciones,
por majestuosas que fueran: «¿No saben que ustedes son
templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? […] Porque el
templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.» (1 Cor 3,16-17)
Él eligió vivir en ti, en mí, en nosotros. Pero…
¿Qué sucede, en la práctica, cuando este templo sagrado, en el
que vive Dios mismo, es derribado, profanado o humillado en la persona de los
débiles del mundo?
¿Acaso los cristianos nos horrorizamos y buscamos repararlo,
como haríamos con los templos de piedra?
Tristemente, sabemos que no es así.
Sin embargo, a lo largo de la historia, se nos presentan muchos
que dicen hablar en nombre del Señor, queriendo convencernos que lo anterior es
casi un fenómeno natural y, por lo tanto, imposible de prevenir o curar; que
hay que resignarse y seguir adelante o, a lo más, regalarles aspirinas para el
cáncer de la injusticia.
Sin embargo, quienes, contra todo, se atrevan a dar
testimonio de Jesús, con la confianza en su promesa: «yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus
adversarios podrá resistir ni contradecir», podrán decir –y, sobre todo,
que su hacer diga por ellos- que otro mundo es posible, otra forma de
relacionarnos es posible, una donde rescatemos la fraternidad y la solidaridad
que vamos perdiendo progresivamente, pese a que somos hermanos de humanidad.
Pero,
además, porque quienes nos sentimos amigos de Jesús, sabemos que todo lo que
estas manos nuestras puedan construir es pasajero. No sucede así con lo que ha
sido creado por el amor de Dios. Hay algo en nosotros que es
eterno y, por ello, mucho más sagrado que cualquier templo: nuestra alma, que
sustenta la vida humana, a la que nos toca cuidar, amar y respetar. Siempre.
¿Nos atreveremos a tener esa constancia, esa perseverancia,
que salva al mundo?
Que sepamos, amando, respetando y cuidando a nuestros
hermanos de humanidad, adorar el templo vivo en que Dios mismo ha querido
habitar, Señor. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría en el corazón, dar testimonio de humanidad, a semejanza de Jesús,
Miguel
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