miércoles, 9 de noviembre de 2016

El único templo que no debemos permitir que sea destruido



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
13 de Noviembre de 2016
Domingo de la Trigésima Tercera Semana Durante el Año

Lecturas:
Malaquías 3, 19-20 / Salmo 97, 5-9 El Señor viene a gobernar a los pueblos / II Tesalonicenses 3, 6-12

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas    21, 5-19
    Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
    Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
    Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
    Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
    Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
    Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
    Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Cada vez está más cerca el tiempo en que «brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos» (1L), momento en que «Él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud» (Sal). Por cierto, una espera auténtica de ese momento, cuando se producirá el regreso del Señor de la Vida, no puede efectuarse como ociosos (2L), sino activamente, ayudando a que sea más digna la vida de los demás, como la única manera adecuada de dar testimonio de Jesús (Ev).
¿Qué nos sucedería a los católicos si, por el motivo que fuese, se derrumbara la Basílica de San Pedro, en Roma?
Probablemente, primero, nos sentiríamos muy afectados y, posteriormente, nos sumaríamos rápidamente a una campaña para repararlo.
Esto puede sonarnos extraño, pero sólo porque muchas veces olvidamos que todo lo humano tiene fecha de caducidad; nada es para siempre.
Y, pese a que lo sabemos, sin embargo, nos aferramos a las cosas, nos acostumbramos a que estén siempre ahí.
Jesús intenta sacudir esa comodidad, como suele hacerlo, con una imagen fortísima para sus compatriotas.
Ellos comentan, con orgullo patriótico y fe admirada, lo bello que es su Templo, símbolo de la presencia del Dios Único entre ellos.
Entonces, el Maestro les señala: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido»
¿Todo? ¿Incluso esto tan sagrado? ¿Ni Dios se salva?
Una duda así viene de pretender que el Todopoderoso Creador del Cielo y la Tierra pueda ser confinado a un recinto fabricado por manos humanas.
Claro que Él sí ha escogido habitar en algo material, pero no en aquellas edificaciones, por majestuosas que fueran: «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? […] Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.» (1 Cor 3,16-17)
Él eligió vivir en ti, en mí, en nosotros. Pero…
¿Qué sucede, en la práctica, cuando este templo sagrado, en el que vive Dios mismo, es derribado, profanado o humillado en la persona de los débiles del mundo?
¿Acaso los cristianos nos horrorizamos y buscamos repararlo, como haríamos con los templos de piedra?
Tristemente, sabemos que no es así.
Sin embargo, a lo largo de la historia, se nos presentan muchos que dicen hablar en nombre del Señor, queriendo convencernos que lo anterior es casi un fenómeno natural y, por lo tanto, imposible de prevenir o curar; que hay que resignarse y seguir adelante o, a lo más, regalarles aspirinas para el cáncer de la injusticia.
Sin embargo, quienes, contra todo, se atrevan a dar testimonio de Jesús, con la confianza en su promesa: «yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir», podrán decir –y, sobre todo, que su hacer diga por ellos- que otro mundo es posible, otra forma de relacionarnos es posible, una donde rescatemos la fraternidad y la solidaridad que vamos perdiendo progresivamente, pese a que somos hermanos de humanidad.
Pero, además, porque quienes nos sentimos amigos de Jesús, sabemos que todo lo que estas manos nuestras puedan construir es pasajero. No sucede así con lo que ha sido creado por el amor de Dios. Hay algo en nosotros que es eterno y, por ello, mucho más sagrado que cualquier templo: nuestra alma, que sustenta la vida humana, a la que nos toca cuidar, amar y respetar. Siempre.
¿Nos atreveremos a tener esa constancia, esa perseverancia, que salva al mundo?

Que sepamos, amando, respetando y cuidando a nuestros hermanos de humanidad, adorar el templo vivo en que Dios mismo ha querido habitar, Señor. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría en el corazón, dar testimonio de humanidad, a semejanza de Jesús,
Miguel

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