miércoles, 25 de enero de 2017

La fórmula de la felicidad



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Enero de 2017
Domingo de la Cuarta Semana Durante el Año

Lecturas:
Sofonías 2, 3; 3, 12-13 / Salmo 145, 6-10 Felices los que tienen alma de pobres / I Corintios 1, 26-31

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo    4, 25—5, 12
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Creemos en un Dios que no puede ser indiferente a los sufrimientos de sus hijos, porque los (nos) ama, y eso lo vemos en que «El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos» (Sal); debido a eso puede entenderse la paradoja de que invitar a considerarse felices a los afligidos, perseguidos e insultados (Ev). Para auxiliarlo en esta labor «Dios eligió lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes» (2L), es decir, nos envía a nosotros, diciéndonos: «Busquen la justicia, busquen la humildad» (1L). Suena a tarea excesiva, pero en realidad la hace Él, uniéndonos para que sumemos nuestras fuerzas y agregándole a éstas todo su Poder misericordioso, porque para Dios nada es imposible, menos el amor.
A los cristianos no se nos reconoce precisamente por ser alegres: pareciera que, en lo que respecta a manifestar nuestra fe, estuviésemos en un funeral permanente; nuestras celebraciones litúrgicas ni parecen celebraciones; incluso, los líderes católicos Juan XXIII (1958-1963) y Francisco llaman la atención porque… ¡sonríen! ¿Qué clase de “buena noticia” estamos transmitiendo a los demás con nuestra actitud de vida?
Tal vez el problema es que intentamos encontrar la alegría con la fórmula “del mundo”, esa que, pese a lo que digan los vendedores del sistema, no logra la felicidad de nadie. Sin embargo, igual intentamos hacer que conviva a la fuerza con la Palabra esperanzadora de Dios. Es normal que este contraste brutal no nos permita sentir el gozo del Reino de Dios que está en el amor, en la sinceridad y en la sencillez.
Nos falta atrevernos más y mejor a utilizar la fórmula que propuso nuestro Maestro: la del evangelio del amor generoso. “Más”, es decir, con mayor fe en sus enseñanzas, las que él demostró posibles con su propia vida; y “mejor” en el sentido de que hasta lo que parece inalcanzable es más asequible con la fuerza de la unidad; de la com-unidad.
La felicidad, entonces, podríamos entender que dice él, consiste en poder “ver (encontrar) a Dios”, para lo cual, es necesario purificar el corazón de la injusticia, el egoísmo, la búsqueda del éxito a cualquier costa y la apropiación y acumulación irracional y despiadada de bienes, donde, según sabemos por su Hijo, Él no habita.
A nosotros, en cambio, se nos invita a poseer el Reino de los Cielos, a través de un «alma de pobres», o sea, aprendiendo de quienes saben los que sólo tienen su solidaridad y cercanía fraterna para compartir: siendo misericordiosos, porque la misericordia es contagiosa y ayuda a compartir consuelo en la aflicción, además. Claro que esto puede traer como consecuencia –no hay que ser ingenuos-, por parte de los que se benefician de la forma como está organizada nuestra sociedad hasta ahora, la que funciona fomentando la competencia y no la colaboración, ser «perseguidos por practicar la justicia», porque intentaremos saciar el «hambre y sed de justicia» que el Padre Bueno ha puesto en nosotros para que sirvamos a los más débiles, y esto, por cierto, trabajando por la paz, tal como lo hacen los hijos de Dios, con la paciencia de quienes saben que la tierra no pertenece a unos pocos, sino al Creador, quien se la hereda a sus hijos –a todos- generosamente.
Entonces, si ya hemos comprobado demasiado que la “fórmula para la felicidad” que imponen los medios masivos no es efectiva, ¿qué tal si nos unimos y probamos la fórmula que propuso el Señor hace tanto y que aún está por demostrarse plenamente?

Que podamos transitar el camino de las bienaventuranzas con la vista puesta en nuestros hermanos más débiles y necesitados, Señor, que es hacia donde preferentemente diriges tu propia mirada compasiva. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, descubrir el gozo de vivir la Buena Noticia del Reino, para luego, ayudar a los demás a encontrarlo también,
Miguel

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